La cuna de mimbre-Isabel Plá

La cuna de mimbre-Isabel Plá

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La campaña presidencial tuvo su momento estelar esta semana: nos puso a recordar el material sobre el cual fuimos instalados al llegar a este mundo.

Si andar comparando entre cunas de mimbre y oro fue un paréntesis en nuestra preocupación habitual por el rumbo de Chile, admitamos que es una metáfora con particularidades. Una versión poética (e igual de odiosa) de la lucha de clases; vacía como evidencia actual de vulnerabilidad; y, sobre todo, desoladora si en eso se funda el proyecto presidencial de la izquierda.

Para empezar, entre consignas y memes, descubrimos que en el mercado nacional hoy la cuna de mimbre de la que se ufana la presidenciable del Partido Comunista vale el doble que una de otro material.

Luego, la mayoría de los chilenos mayores de 50 años aterrizamos en un “moisés”: un aparato enclenque de mimbre, vestido por las madres y abuelas de tules y encajes. Todo, en general, bastante sencillo, porque entonces Chile completo lo era.

Lo central: es interesante la mención de la cuna para marcar el origen, si el propósito es subrayar el valor del esfuerzo y el mérito. No lo es cuando se intenta presentar ese origen, en sí mismo, como una prueba de virtud. Y es falaz si se desliza, además, que quien ha sido mecido en una cuna de mejor pelaje no cumple —por ese solo hecho— con estándares éticos, ni tiene la capacidad de conducir los destinos de Chile por cuatro años.

Después de todo, lo que persiguen la democracia y la disputa legítima por las mejores ideas es que las fronteras sociales sean flexibles. En eso consiste, entre otras cosas, la política: la búsqueda de poder para impulsar condiciones que permitan a quien haya nacido en El Cortijo o en Vitacura, en Atacama o en Aysén, oportunidades de ascenso social y futuro.

Hasta hace poco sentimos orgullo de Chile como un caso destacado en el mundo en la reducción de la pobreza, que pasó en 35 años de 68,5% de la población, a poco más del 6% (CEP). Orgullosos también de la consolidación monumental de la clase media. Aplaudimos durante décadas el crecimiento económico y el PIB per cápita, el ingreso progresivo de las mujeres al mercado laboral, la expansión de la vivienda propia y la matrícula en la educación superior. Y mucho más.

El nudo que envuelve a Chile hoy es que esas condiciones se han torcido, con malas decisiones políticas. Todo es más difícil, desde encontrar una matrícula para un jardín infantil, hasta comprar una vivienda; y desde buscar un trabajo, hasta sortear el miedo a un asalto o algo peor.

Rompieron los liceos emblemáticos, símbolo de movilidad social. Esta semana el alcalde de Santiago ha expuesto la gravísima situación de varios de ellos, dominados por overoles blancos y performances vulgares. No contentos con eso, se ahogó la libertad de las familias para elegir dónde y cómo educar a los hijos. Y ahora se banalizan las capacidades de quienes tendrán a cargo la formación de la próxima generación, rebajando exigencias para las carreras de pedagogía.

Enfrentamos, además, el deterioro del empleo, quizás la variable más relevante de movilidad social, después de la educación. Por cierto, y ya que estamos: han sido confusas las explicaciones de la exministra del Trabajo respecto de las razones por las cuales el desempleo sigue escalando; y persistente para negar que las sucesivas reformas impulsadas por su gobierno son las responsables de ello.

Más que narrativas marketeras sobre la cuna donde fuimos mecidos, lo que realmente importa es la capacidad de las cartas presidenciales para empujar cambios que vuelvan a derribar muros y a abrir puertas.

La elección de noviembre será entre la continuidad de un mandato que ha ido estrechando las oportunidades, con la arrogancia de superioridad moral. O el cambio fundado en la libertad, ejercida desde la sensatez y no la consigna. (El Mercurio)

Isabel Plá