La cuestión generacional

La cuestión generacional

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¿Cuánto ha influido en los procesos que vive el Chile contemporáneo, el cambio generacional?

Detenerse en el asunto de las generaciones puede ayudar a entender la circunstancia por la que hoy se atraviesa.

Las sociedades no se estratifican solo por clases sociales, también se estratifican por vivencias, por la forma en que los diversos grupos experimentan interiormente el tiempo que les toca vivir. Cuando la sociedad transita con lentitud, la vivencia que los seres humanos experimentan es la misma en amplios lapsos, en grandes períodos, con prescindencia del hecho biológico de la edad. Pero cuando el cambio se hace veloz, la sensibilidad de los grupos más jóvenes —su manera de apreciar los desafíos del entorno, el sentido del tiempo— se configura a la sombra de circunstancias histórico-sociales inéditas, que estuvieron lejos de la experiencia de los más viejos.

Entonces aparece una generación, una nueva sensibilidad en el mundo social.

Es lo que ha ocurrido en Chile.

En apenas tres décadas, las condiciones materiales de la existencia cambiaron radicalmente y con ellas la cultura, la forma en que los más jóvenes conciben su propia trayectoria vital. La generación nacida desde principios de los noventa no solo comparte un hecho biológico, la edad, sino que una misma forma de experimentar el mundo, de reaccionar ante él. Se trata de la generación más escolarizada e ilustrada de la historia de Chile, la provista de mayor autonomía e individuación y la de mayor acceso al consumo. Se trata, también, de una generación expuesta a lo que pudiera llamarse una contradicción cultural: estimulada por el anhelo de editarse y ser fiel a sí misma, de imaginar su propia trayectoria vital; pero al mismo tiempo expuesta a la rutina de la competencia y la tecnificación de la vida sobre la que descansa su mayor bienestar material relativo.

Esa generación vive una distancia entre las expectativas que la animan y la experiencia a la que accede. Y junto con ello padece una cierta anomia, una carencia de orientación normativa.

La generación nacida luego de los noventa está orientada por un conjunto de expectativas sembradas por los mismos cambios que hoy les incomodan. La individuación que experimentan sus miembros, el anhelo de editarse a sí mismos, el impulso por una vida más bien nómade, el reclamo de diversidad cultural, la resistencia a la autoridad, son vivencias que alimentan su queja y su malestar. Esas expectativas chocan, sin embargo, con la experiencia a la que acceden: la participación en organizaciones (desde la universidad a la empresa) los obliga a adoptar modos de conducta centrados en el logro o la competencia que viven como ahogo; la individuación extrema los conduce a una sensación de aislamiento y, paradójicamente, a la búsqueda de abrigo en los otros; el acceso a bienes que a muchos de ellos les fueron históricamente negados (como la educación superior) son vividos como engaño, porque ahora que son masivos no tienen el aura, ni proveen la renta que daban cuando ellos los miraban a la distancia. Esa separación entre las expectativas y la experiencia origina la sensación de una crisis.

Pero no es solo la sensación de una crisis su principal rasgo.

Hay también una cierta anomia. La sociología llama anomia, en una de sus dimensiones, a la carencia de orientación normativa. Esa carencia es producto o de la falta de normas o de su inconsistencia o de la falta de socialización en ellas. Cuando se verifica, los individuos se ven huérfanos de sentido; pero como una vida humana no puede desplegarse sin significado, las nuevas generaciones se aferran al único disponible o a la mano: su propia subjetividad. El resultado entonces no es el relativismo, sino el absolutismo, la vivencia de la propia sensibilidad como fuente de certeza y de sentido. De ahí el peligro del fanatismo —la convicción que exonera de la duda— a que las nuevas generaciones son tan proclives.

Resolver esa inconsistencia entre las expectativas y la experiencia y estimular fuentes de sentido son los principales desafíos de hoy.

Y hacerles frente es distinto a simplemente permitir a los más jóvenes que pasen al centro de la escena.

Las generaciones no son grupos de poder frente a los que quepa inclinarse, ni la edad un título para acceder al poder o una circunstancia que obligue a abandonarlo, como si llegados a cierta edad los más viejos debieran bajar de la escena y los más jóvenes subir a ella. Tamaño simplismo —la vida social como una posta entre los más viejos y los más jóvenes— elude la cuestión fundamental que plantea el tema de las generaciones: ellas son el síntoma más elocuente de cuánto ha cambiado la cultura y los desafíos que ella plantea, de los ideales que ha sembrado y los esfuerzos que deberá hacer para estar a la altura de sí misma. Son ellas un síntoma del problema, no el problema. Por eso concebir el tema de las generaciones con simplismo —como si la biología y la edad arrastraran a la cultura— y como si se tratara simplemente de invitar a los más jóvenes a subir a escena y hacerse del poder es una forma de eludir los desafíos que la circunstancia actual plantea. (El Mercurio)

Carlos Peña

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