Jugar a ser la Asamblea Nacional

Jugar a ser la Asamblea Nacional

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El 5 de mayo de 1789 Luis XVI reunió en Versalles a los Estados Generales. No se habían reunido desde el 1614 y fue la medida desesperada de un monarca absoluto por encontrar apoyo entre sus súbditos. Al comenzar, la nobleza y el clero pidieron votaciones cerradas por estamento, lo que les aseguraba una mayoría de dos a uno, mientras que el Tercer Estado pidió el voto por cabeza, lo que le daba la mayoría. No llegaron a acuerdo y, con el apoyo de nobles campesinos y curas pobres, el Tercer Estado creó su propia asamblea, la Asamblea Nacional.

Se proponían elaborar una Constitución, que habría de ser la primera que tendría Francia. La inauguraron el 17 de junio y el Rey ordenó  inmediatamente su disolución, pero quienes fueron a comunicar tal decisión recibieron  la respuesta del diputado Mirabeau con una frase que hizo fortuna: «Estamos aquí por la voluntad del pueblo y sólo saldremos por la fuerza de las bayonetas«.

Al rey, a quien ya no le quedaba mucho de lo que hoy llamaríamos “fuerza política”, no le quedó más que aconsejar a clérigos y nobles que se integraran al nuevo organismo. Como resulta lógico, lo primero que discutió la Asamblea fueron los poderes del Rey con relación a ella y a la Constitución que pretendía elaborar. Nobles y clero propusieron el veto real, lo que significaba que el rey seguía teniendo la sartén por el mango. Se opusieron el pueblo llano y sus nuevos aliados pero, lo que interesa para los efectos de esta historia, de la Historia, es que ellos, esto es los que estaban por el cambio, se sentaron a la Izquierda del presidente mientras que quienes querían conservar el estado de las cosas (en este caso el poder del Rey), se sentaron a su derecha. Y hete ahí que, desde ese momento y parece que para siempre, quedó inaugurada la política entre izquierdas y derechas.

Quizás por el ambiente en que esa situación tuvo lugar, uno tan polarizado que ya sabemos cómo terminó, desde entonces todos los que gustan de ver a la política como una guerra gustan también de pensar que en la sociedad y en la política sólo existen izquierdas y derechas: que sólo existen los que quieren cambiarlo todo y quienes no desean cambiar nada. Se equivocan.

La política, como todas las manifestaciones sociales y también todas las emociones humanas, no se expresa de manera discreta, como dos compartimentos estancos que obligan a los seres humanos a optar por los extremos. Por el contrario, es un continuo que va desde quienes desean que nada cambie ni ahora ni nunca y a los cuales, para honrar la tradición podemos llamar “extrema derecha”, hasta quienes, en el otro extremo, desean que todo cambie y ahora mismo y a los cuales, siguiendo la misma tradición, podemos llamar “extrema izquierda”.

Entre esos dos extremos están quienes, en la derecha, si bien no están disconformes con el estado de las cosas, reconocen la necesidad de cambiar algunas o muchas de ellas; esa posición los acerca a la izquierda transitando en distintos grados por los caminos del centro y los conocemos como “centro derecha”. Del mismo modo hay quienes, postulando la necesidad del cambio social, aceptan que algunas cosas se mantengan o que ese cambio se haga en forma gradual. Eso los acerca a la derecha caminando por el centro y son la “centro izquierda”.

Con el tiempo las posiciones políticas que se identificaban con la “derecha” y con la “izquierda”, dejaron de ser vistas como lo que verdaderamente son, actitudes con relación al cambio social, y se convirtieron en valores sublimes. Valores que para unos y otros representaban una superioridad moral que llevaba no sólo a antagonizar con sus adversarios, sino a considerarlos enemigos y muchas veces enemigos mortales.

A esa visión de la política contribuyó eficientemente el marxismo, porque acudió al escenario con los fastos de una verdad revelada. Era la primera doctrina política que, en la historia, presumía de “científica”, de intérprete absoluto de lo que la humanidad había sido y de lo habría de ser. Desde esa altura podía calificar a algunos como “utópicos” y a otros como “reaccionarios”. La “extrema derecha”, desde luego, reaccionó a esta embestida valórica (ya lo ven, era “reaccionaria”) y desarrolló su propia fobia: todos los que postulaban algún cambio en la sociedad eran “comunistas”… aun en el caso que, según nuestra calificación, fueran “centro derechistas”.

Todo lo que estoy contando podrían ser temas del pasado de no ser porque, en el momento menos pensado, vuelven a hacerse presentes. Esta vez por vía de alguien tan respetable como Camilo Escalona que, en una aparición televisiva el pasado domingo, afirmó que “Amarillos” era de derecha porque criticaba al gobierno y tenía una oscura relación con ese enemigo derechista porque así lo había afirmado un apocalíptico comentarista radial.

Para Camilo el centro, aquel que con sus votos derrotó la opción que él defendió el pasado 4 de septiembre, no existe. Para él vivimos en un mundo polar de izquierdas y derechas y por lo tanto fue la derecha y solo la derecha la que derrotó su opción. Quizás en virtud de ello es que ese día, y los que siguieron, anunció que no se moverían de la proposición que ya habían hecho: Convención Constitucional ciento por ciento electa. Y punto.

Lo curioso -o lo más desafortunado- es que, sabiéndolo o no, Camilo coincide en su apreciación de las cosas con mucha gente de derecha. También allí ha tendido a hacerse fuerte la idea de que ellos solos derrotaron la propuesta constitucional presentada por la Convención y no dejan de escucharse voces desde ese sector sugiriendo que, ya que ganaron el 4-S por qué mejor no dejar las cosas como están, sin pensar en una nueva Constitución. Quizás por eso fue por lo que se demoraron tanto en detallar la propuesta que habían bosquejado en general y que sólo el viernes pasado tradujeron en una oferta oficial que hicieron llegar a la mesa de negociación: Convención mixta, una parte electa universalmente y otra por el Congreso.

Lo cierto es que en las sociedades contemporáneas la preferencia de la mayoría social tiende a situarse en la sección del continuo político que va de la centro derecha a la centro izquierda. Y la historia demuestra que, cuando por la vía de la violencia o de alguna debilidad democrática uno de los extremos logra el poder, deriva siempre en una dictadura o en una gran desgracia.

Algo que advirtió Lenin en 1917 al escribir El Estado y la Revolución y al encabezar, poco después y literalmente, el asalto al poder por el que quizás era el grupo político más pequeño de Rusia. Y que también tuvo presente, en el otro extremo, Mussolini, dirigente máximo y único del partido fascista, el más pequeño del Parlamento italiano, cuando en otro octubre, el de 1922, hizo que sus camisas negras marcharan sobre Roma y lograran que el Rey le propusiera a su líder formar gobierno ese mismo mes.

Sólo por medios como esos los extremos pueden hacerse con el poder, pues, en democracia, la mayoría difícilmente permitirá el cambio total, como tampoco va a permitir la inmovilidad social total. Solo en el centro es posible encontrar acuerdos que signifiquen estabilidad y la certeza de un progreso sin riesgo de retrocesos.

Algo que quedó bien demostrado en Chile con la derrota del proyecto de cambio radical de la sociedad chilena propuesto por la Convención Constitucional y que también podría quedar demostrado con la nueva y buena Constitución que se podría elaborar en el futuro próximo; eso si los políticos de izquierda y de derecha dejan de jugar a la Asamblea Nacional francesa y llegan, finalmente, a un acuerdo a medio camino entre las proposiciones presentadas. (El Líbero)

Álvaro Briones