Izquierdas y derechas

Izquierdas y derechas

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Indudablemente en Chile existen dos izquierdas. Una moderada y otra radical. La primera gobernó casi 25 años y, la otra, todavía espera su turno. La primera tiene por símbolo a Aylwin, Frei y Lagos; la otra, a Bachelet II, al Partido Comunista y a una parte importante del Frente Amplio. La primera perdió el orgullo por su obra; mientras que la segunda la acusa de entreguista y pusilánime.

La oposición tiene dos almas en un mismo cuerpo, unidas por coyunturas y no por proyectos políticos. ¿Qué tiene que ver la DC con el Partido Comunista, Insulza con el Frente Amplio y Pepe Auth con Pamela Jiles? Nada más que el Apruebo del 26 de abril. Por lo que es tiempo que, más temprano que tarde, se asuma que ese Acuerdo de Vida en Común está en su recta final.

Por otra parte, en la derecha ocurre algo similar. Es cierto que hay mayores consensos ideológicos (pensar la sociedad desde la persona y no desde el Estado, unión en torno a la idea de libertad, entre otros), pero las coyunturas específicas la desordenan. Basta constatar la dispersión en torno al plebiscito de abril: una derecha rechaza, otra aprueba y otra está en libertad de acción. Así, urge también reordenar el naipe en la derecha chilena: que la UDI se acerque a José Antonio Kast, que los liberales de RN y la UDI emigren a Evópoli y que se consolide una fuerza socialcristiana más nítida.

Lo anterior, aunque se piense lo contrario, no es un mero gustito intelectual, sino que tiene implicancias políticas trascendentales para el Chile de los próximos años. Por una parte, es una medida necesaria para mejorar nuestro sistema político, el cual ha dado severas muestras de incapacidad para responder ante crisis sociales como la que corre. Es cierto que ello se debe, en alguna medida, a causas estructurales como el presidencialismo chileno, las atribuciones del Congreso y otras más, pero también es verdad que la imposibilidad de llegar a consensos políticos entre los partidos profundiza la crisis. Con ello a la vista, se hace patente la necesidad de juntar a los parecidos para dar gobernabilidad al país. El caso español, con todas las diferencias al chileno, puede ser un buen ejemplo.

Una segunda implicancia dice relación con el ámbito cultural. Si hoy un no despreciable 19% (CEP) señala que “siempre”, “casi siempre” o “a veces”, justificaría participar de barricadas o destrozos como forma de protesta, en buena parte se debe a que los sectores moderados están sufriendo una derrota cultural aplastante. En ese sentido, un reordenamiento del naipe permitiría distinguir con mayor claridad a las fuerzas moderadas, liberando de este modo a la izquierda democrática de la radical que, sin duda alguna, es la que tiene mayores complejos con la violencia. Es cierto también que, para que ello ocurra, se necesita en la izquierda democrática de políticos de estatura que estén dispuestos a reivindicar sus gobiernos y a asumir los costos que una decisión como esta atraería. Sabemos, en mala hora, que líderes de ese tamaño no abundan en ese sector.

Como sea, todo parece indicar que, para que este reordenamiento ocurra, deberemos esperar algunos años de renovación política, ya que no hay agua en la piscina para hacerlo con los representantes actuales. La esperanza está en que tanto en las derechas como en las izquierdas ya comienzan a renovarse sus cuadros, a excepción de la izquierda concertacionista –protagonista principal del espectáculo– que hace mucho tiempo dejó de formar a sus sucesores. (El Líbero)

Pablo Valderrama

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