Espejismo antiextractivista

Espejismo antiextractivista

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No hay nada más persistente en la mentalidad latinoamericana que la idea de que ha habido un culpable del atraso económico, ya sea una oligarquía o un ente externo, el imperialismo, el neoliberalismo, etcétera. Inseparable de otro cuento, que la pobreza en la región se origina en la apropiación de los “excedentes” (concepto marxista clave, que se origina en la teoría de la plusvalía) por parte de los malvados.

Esto nos debería llamar a una profunda meditación. El desarrollo se limita a dos regiones del mundo, y la nuestra no se encuentra allí. Además, ningún país marxista alcanzó el desarrollo (China con Deng abrió paso a la lógica del mercado).

¿En cuanto al “extractivismo”? Veamos dos ejemplos próximos al corazón de los actuales rebeldes —hijos del consumo— de nuestro país. Cuba, que alegaba mucho que el azúcar estaba en manos norteamericanas (exagerado por decir lo menos), hoy día produce el 10% de lo que alguna vez alcanzó y no juega papel significativo en su precaria economía. En Venezuela el petróleo llega a dar pena; también produce una fracción de lo de antes, y en la era Chávez no hizo sino aumentar su participación en las exportaciones, con ninguna diversificación; las sanciones de Washington solo pueden explicar una parte y únicamente de los últimos cuatro años, cuando el daño estaba ya consumado. Ahora, el régimen de Caracas, lo sabemos, solo exporta migrantes. Es como para recordar un antiguo chiste: “si los comunistas se apoderan del Sahara, en 20 años no quedará un kilo de arena”.

En Chile en el siglo XX, y ahora por intermediación de los extraños convencionales que nos representan, todavía el tema es el cobre, y como repetición de remedo viene el litio, piedra filosofal, o maná como se decía hace 60 años.

Porque la nacionalización del cobre se fundamentó en que nuestro país era explotado y perdía una cantidad de recursos que le hubieran permitido ser desarrollado. Fue una de las ficciones magistrales que no se sustentaban en ningún análisis serio. El país en parte ha vivido gracias al cobre. Después, la fecunda idea de José Piñera —que en la práctica casi todos reconocieron—, de crear junto al sector estatal de la Gran Minería, una nueva gran minería privada con inversiones extranjeras, permitió dar un salto del entonces un millón de toneladas que prometía la nacionalización, a cinco millones en torno al 2000. Además, por primera vez desde 1900, aparecieron capitales chilenos en grandes proyectos realizados. Esta minería no consistía solo en extraer piedras y dejar un hoyo —imagen favorita de antiextractivistas—, sino que implicaba alta especialización, en una labor que ha acompañado y acompañará a la historia humana.

De la mano de estas y otras transformaciones hubo una diversificación creciente en la economía nacional, aunque no al grado de poder afirmar que se alcanzó el desarrollo. Quedamos atrapados en el subdesarrollo latinoamericano. De todas maneras, el brinco fue fenomenal y nos colocó a la cabeza del ingreso en la región (el índice Gini era mejor que el promedio), pero no fue lo suficiente. Teníamos el frenesí del desarrollo, pero no su último contenido, un sector moderno de su economía que confiriera energía emprendedora al resto del país. Y se nos cobró por partida doble la crisis que se ha dejado caer sobre todos los países de desarrollo acelerado.

Aquí fue revuelta e impulso revolucionario contra el desarrollo en sí mismo, incluyendo fobia a su sector más moderno y que genera más ingreso (no porque otros sectores no hayan crecido, sino por el crecimiento exponencial de la minería). Ahora parece que estamos en manos de un colosal Woodstock. (El Mercurio)

Joaquín Fermandois

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