Ese discreto encanto de la demagogia

Ese discreto encanto de la demagogia

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Una de las grandes dudas de la política latinoamericana es cómo deshacerse de esa lacra llamada populismo, cuya hermana gemela es la demagogia. Ambos cruzan por el continente una y otra vez. Quizás por eso, el reconocido historiador argentino Pablo Gerchunoff lo grafica tan acertadamente con la letra de La Cigarra de María Elena Welsh. “Tantas veces me mataron/ tantas veces me morí/ sin embargo estoy aquí/ resucitando…”.

Y su preocupación tiene fundamento. Si hay un lugar donde el populismo y la demagogia han campeado a sus anchas, y durante ya muchas décadas, ha sido Argentina. Pero en Buenos Aires se respira por estos días alegría. Se tiene confianza en un feliz desenlace del proceso electoral de noviembre. Todo indica que el ciclo de expansión del populismo y la demagogia está llegando a su término. Aún más, Gerchunoff sostiene que el pésimo resultado del kirchnerismo en las recientes primarias (PASO) augura una debacle electoral de tales proporciones, que debería significar el fin del peronismo. Dice presentir una especie de agotamiento histórico y una decadencia definitiva de ese movimiento.

Difícil resulta aventurar si en este reconocido ensayista, próximo a la UCR, predomina el optimismo o el patriotismo. Argentina es una de las evidencias de que, una vez inoculado este virus en el cuerpo político de un país, resulta extraordinariamente difícil terminar con el contagio.

En cambio, pese a la evidencia tan contundente al otro lado de los Andes, en Chile aflora un entusiasmo casi desenfrenado con estas prácticas. Pareciera a ratos una jugarreta interminable de iniciativas desopilantes, carentes de viabilidad y de financiamiento, pero convertida en música a oídos incautos. El coqueteo con el populismo y la demagogia ya poco se disimula.

En un esfuerzo de síntesis, podría decirse que la fascinación hipnótica tiene tres momentos dignos de mayor atención. Por un lado está el llamado a revisar los Tratados de Libre Comercio (TLC), que el entorno más jacobino de un candidato presidencial reitera una y otra vez, pese a haber partido sólo como una tibia oposición al TPP 11. Por estos días estamos asistiendo a una aversión extendida a los 26 TLC firmados por el país. Por otro lado tenemos el extraordinario adelanto, proporcionado hace algunas semanas por la propia Presidente de la Convención Constituyente (CC), respecto a convertir a Chile en una indofanía, o una suerte de federación de territorios autónomos con base étnica. La fascinación por el populismo volvió a quedar de manifiesto hace escasos días, cuando se conoció una nueva propuesta refundacional. Se notificó la necesidad de crear una arcadia democrática, mediante la introducción de un régimen parlamentario.

¿Qué invita a divisar un núcleo demagógico en esas tres propuestas? Varios aspectos.

Ante todo su muy difícil implementación (por no ser tan taxativo en torno a su impracticabilidad). El costo económico, así como el daño a la institucionalidad, de cada una de esas iniciativas, serían sencillamente colosales. Además, el país ya tuvo experimentos de parlamentarismo que finalizaron en el peor de los mundos debido justamente a la falta de consenso. Luego, la separación étnica del país está introduciendo fracturas de consecuencias bastante dañinas para la convivencia nacional. Todo esto sin considerar que se hace caso omiso de una obviedad tremenda: la prosperidad económica del país descansa en esa red de TLC meticulosamente tejida a lo largo de las últimas décadas.

En resumen, se trata de tres momentos marcados por un nivel de irresponsabilidad pocas veces visto en la historia política del país. El sueño de crear una democracia edénica, que supere a las escandinavas y garantizadora de los derechos más inverosímiles emanados de las prolíficas mentes populistas, difícilmente no termine en un caos generalizado. Algo de eso ya se ve con la instalación de un populismo parlamentario.

Hasta ahora, Chile parecía inmune a estos virus. Se veía difícil, cuando no imposible, la aparición de figuras providenciales de rasgos excéntricos como en el resto de América Latina. La mentalidad chilena parecía no estar en condiciones de dar alberge a deslenguados tipo Chávez, a matrimonios kitsch como los Ortega/Murillo, ni a desmesuras como las vividas con los K, ni menos aún a políticos extraviados de la talla de Abdala Bucaram. Sin embargo, las perfomances tipo Naruto o Pikachu o de Motuda han empezado a desbrozar un camino hacia el delirio populista.

¿Hasta dónde puede llegar la frivolidad a este lado de la cordillera? Difícil predecirlo.

Michael Ignatieff, el gran biógrafo de Isaiah Berlin, escribe que aquel notable pensador liberal de origen letón solía decir que “la historia no tiene libreto”. Sin embargo, en materia de populismo y demagogia, Alan Knight, y otros que trataron de descifrar esa inquietante proclividad latinoamericana, coinciden en lo reiterativo del fenómeno por estas tierras. Se observa acá un intermitente encantamiento con prácticas muy poco edificantes para la democracia. Prácticas a veces discretas, a veces sin tapujos. En este punto, nuestra historia sí pareciera tener un libreto.

Chile, el país inmune, ya muestra signos preocupantes de infección. Desde aquel fatídico 18 de octubre de 2019, con ese ataque extrañamente simultáneo a la infraestructura de transporte del país y el consiguiente debilitamiento de la institucionalidad, se observa un encantamiento indisimulable con la demagogia. (El Líbero)

Iván Witker

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