Según la Real Academia Española, la duda filosófica es la “suspensión voluntaria y transitoria del juicio para dar espacio y tiempo al espíritu a fin de que coordine todas sus ideas y todos sus conocimientos”.
La duda alienta el discernimiento y la reflexión por sobre la reacción visceral, atolondrada e impulsiva.
Victoria Camps, la filósofa española nos dice en su libro “Elogio de la duda” que “dudar en la línea de Montaigne es dar un paso atrás, distanciarse de uno mismo, no ceder a la espontaneidad del primer impulso. Es una actitud reflexiva y prudente (…). La regla del intelecto que busca la respuesta más justa en cada caso.
Hay quienes tienen grandes sospechas de las virtudes de la duda sobre todo en política, ellos ven un divorcio entre la duda y la acción que consideran la tarea propia del político. Arriscan la nariz frente a ella y creen que está destinada a provocar acciones siempre marcadas por la moderación y la lentitud, cuando no lisa y llanamente a la parálisis de la acción.
Prefieren la reacción súbita, instantánea, emotiva, la respuesta contundente, clara, aunque sea gruesa y tosca. El planteamiento categórico que se basa en decirle “al pan, pan y al vino, vino”, aun cuando no se trate ni de pan ni de vino.
Cuando era dirigente juvenil, hace añares, en una conversación con un dirigente del Partido Comunista de ese tiempo, a quien yo planteaba algunas dudas, él me respondió: “compañero, córtela con tanto darle vuelta a las cosas, un dirigente está para darle certezas a la gente y no para que anden con ideas que le den vueltas en la cabeza”. Fue así como a punta de certezas nos fuimos al precipicio.
La duda no significa parálisis de la acción, abre la posibilidad de llevar a cabo una acción razonada que no elimina los errores, cosa que no es de este mundo, pero que ayuda a reducirlos.
Existen políticos que dudan, como el presidente Ricardo Lagos, a quien no se le puede criticar el carecer de carácter y de audacia en tomar decisiones nacionales e internacionales. Sin embargo, antes de cada decisión realizaba un proceso intelectual de análisis de los pro y los contra, de su efecto a largo plazo para el país con el oído abierto a opiniones diversas. Solo después venía la acción.
Me imagino que al contrario, Vladimir Putin desprecia la duda en política, considera inútil la democracia liberal y su afán es el de de recuperar el espacio de la Rusia Imperial. El único lenguaje que le hace sentido es la fuerza, la destrucción y la muerte. Declaró que Ucrania no existía y luego la invadió. Pero la realidad es porfiada, Ucrania tiene una historia antigua y sufrida, está conformada por pueblos diversos, de lenguas diversas, ha atravesado grandezas y pesares. Kiev fue la cuna de Rusia, a la cual después estuvo sometida, pero terminó eligiendo ser, a fines del siglo XX, voluntariamente un Estado Nación. Se dio una estructura democrática y contra todo pronóstico, ha resistido heroicamente lo que debía ser una ocupación relámpago. ¿Qué les une?, ¿Qué les dio esta tremenda fuerza? Por supuesto, su larga existencia histórica, pero también el deseo de libertad y democracia, de rechazar el autoritarismo ruso.
¿Es Ucrania una democracia perfecta o tan siquiera exitosa? No mucho si se juzga por las cifras, tiene muchos problemas e inequidades, pero los une el deseo de libertad y de democracia liberal.
Mientras ellos mueren defendiendo la democracia liberal muchos en nuestra Convención Constitucional parecen considerarla un valor menor. ¿Cómo es posible? Quizás lo es porque fue elegida legítimamente en un momento de desvarío electoral, como acto purificador de una institucionalidad democrática que se juzgaba envilecida.
Ello llevó a una sobre representación de independientes, más de nombre que de espíritu. Algunos monotemáticos y otros de un identitarismo exacerbado, poco inclinados a la reflexión conjunta y a la búsqueda de una constitución común, democrática y moderna.
El debate hasta ahora deja poco espacio al pluralismo, reemplaza la duda por la convicción doctrinaria que se ciñe a un solo eje discursivo.
Lee la historia de Chile de manera sesgada, donde solo parece haber existido dominación, abuso y humillación. Es claro que eso, dolorosamente ha existido, pero también durante más de doscientos años se fue creando un tejido social extremadamente complejo y mestizo que logró un mayor bienestar. De todo ello surgió un mestizaje potente, que dio forma a nuestro Estado Nación con un valioso sincretismo cultural.
Tuvimos la ventaja histórica de una independencia temprana y la creación de un Estado laico, en el cual si bien subsistió el patrimonialismo particularista, al mismo tiempo y de manera superpuesta tuvieron un precoz reconocimiento las ideas de la Ilustración.
En Chile persisten pueblos originarios, por cierto, y se les deben reconocer sus derechos, sus lenguas, sus costumbres su valor cultural, su normatividad y sus espacios propios de desarrollo. Pero el proceso de mestizaje ha sido enorme, se reforzó con la migración europea y de otras latitudes del siglo XIX y XX, y se sigue reforzando con la migración latinoamericana del siglo XXI. No hay pueblos puros o enteramente puros en Chile. Nadie puede reclamar pureza en este país. ¡Deo gratias!
Por lo tanto me asaltan algunas dudas.
Tengo dudas acerca de la plurinacionalidad de Chile, salvo que usemos el concepto de Nación un concepto complejo en la teoría y en la práctica como una forma literaria. No tengo dudas, sin embargo, de la existencia de multiculturalidad y de multietnicidad en este país mestizo.
Tengo dudas acerca de cambios refundacionales o simplemente de la eliminación de instituciones centenarias y su reemplazo por estructuras que no aseguran ni el equilibrio ni el balance del poder político y que podrían concluir generando una mayor concentración del poder.
Tengo dudas que un país cuya existencia está marcada desde el principio por una fortaleza estatal, que le ha permitido sobrevivir a desastres y peligros, se disuelva en la exaltación de autonomías, que nos conviertan en una majamama de comunidades entreveradas y confusas, que nos debiliten y nos arrastren a una lenta decadencia.
Tengo dudas que nuestra economía pueda sobrevivir a rasgos de populismo permanente y nacionalismos económicos que obstaculicen el camino que ha hecho convertirse a países como los nórdicos en las economías más eficientes y en las sociedades más igualitarias del planeta: la combinación virtuosa de la iniciativa privada y la capacidad estratégica del ámbito público.
No resulta aceptable decir que cualquiera constitución será mejor a la que existe. Claro que tendría un origen más legítimo que la constitución de los cuatro generales, pero esa es una comparación ficticia pues han transcurrido 32 años de democracia y se han introducido 257 modificaciones a través de 52 leyes de reforma, muchas de ellas sustantivas. Se requiere, por lo tanto, elaborar una mejor constitución. Una constitución cualquiera puede ser peor para el país.
No vamos por un buen camino, es necesario dudar, reflexionar y darle espacio a los intereses generales para tener una constitución que nos ayude a vivir juntos y refuerce ese “nosotros” que Ernest Renan exigía de una Nación. (La Tercera)
Ernesto Ottone