El Último Romántico: el Pensamiento de Mario Góngora-Paula Schmidt

El Último Romántico: el Pensamiento de Mario Góngora-Paula Schmidt

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El libro, El Último Romántico (Santiago: Crítica, 2023) del académico, abogado y filósofo Hugo E. Herrera es lectura obligatoria para introducirse en la conformación del pensamiento y el legado de uno de los historiadores chilenos más sobresalientes de la época contemporánea: Mario Góngora. Se trata de una figura cuyas reflexiones han conservado su vigencia pese al transcurso del tiempo.

A través de una pluma tan penetrante como precisa, las palabras que Herrera dispone en el texto -quizás influenciado por la consciencia gongoriana sobre la articulación que el lenguaje esparce sobre la cultura de un pueblo- no sólo convierten su obra en el alma viva de su protagonista. Además, le permiten al lector acercarse a la mente de un hombre brillante que hizo de la historia el eje de su vida académica, pero que, junto a ella, se dejó influenciar por vertientes filosóficas principales, tales como la fenomenología de Edmund Husserl, el historicismo de Oswald Spengler, la metafísica experimental de Ortega y Gasset y la hermenéutica de Wilhelm Dilthey. Dio así forma a una trayectoria académica robusta, profunda, rigurosa y amplia. Sus alcances atraviesan el campo de la teoría jurídica, política y de la crítica cultural y filosófica.

El profesor Herrera transmite, además, la pasión de Góngora por discernir y sentirse responsable de pertenecer a la llamada “generación del 38”. Ella es depositaria del pensamiento europeo, pero con el ímpetu de querer enaltecer la vida cultural chilena rompiendo el molde, tal como lo logró Johann Goethe, para reivindicar lo propio a partir de la experiencia vital, sin miedo a recurrir a la intuición y con mucha genialidad de por medio.

El autor posee gran sensibilidad para captar lo original y a la vez lo concreto del pensamiento gongoriano, forjado a través del estudio histórico de las épocas y del ensayo como reflexión sobre las condiciones de la existencia propia, del pueblo y de la humanidad. Comprender la complejidad y la riqueza intelectual del trabajo de Góngora requiere llegar hasta el corazón de su obra cúlmine, el Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX (1981), presente en El Último RománticoHerrera nos recuerda por qué es importante acudir al reconocido historiador para debatir sobre la identidad de una nación arraigada en el Estado por medio de sus instituciones: la educación pública, la administración de la justicia, los símbolos patrios y sobre todo las guerras.

Esta última idea me resulta sumamente interesante, ya que percibo cierta superficialidad cuando se discute hoy sobre la noción de Estado dentro del espacio público. Usualmente se ha dejado fuera algo clave: la misión o idea que debe guiar los sentimientos, acciones y pensamientos de un pueblo para que, al momento de someterse a cambios, sea capaz de conservar no sólo su identidad, sino además su cohesión. El Estado se vive, es personal e incluso puede llegar a ser espiritual dice Góngora, remitiéndose al filósofo idealista alemán, Friedrich Schelling: “(…) cuando cada uno de sus miembros a la vez que medio para el todo, es un fin en sí mismo. Mientras más espirituales y vivos los miembros, más vivo y personal el Estado”.

Este año se conmemoran 50 años del golpe militar. Resulta provocadora y contingente la retrospectiva y crítica de Góngora hacia lo que él denominó la respuesta técnico-económica del neoliberalismo tras la crisis de 1973. En ella se quiso hacer tabula rasa, reconduciéndose la vida en común a un ideal que puso al individuo abstractamente considerado por sobre el Estado y elevó la libertad económica como el nuevo credo identitario. Para el pensamiento gongoriano este esfuerzo resulta criticable. La identidad individual no es separada: nunca se logra por sí misma, sino en conjunción con los demás. El ser humano mismo es comunidad y no puede concebir su existencia temporal al margen de toda sociedad.

Si pudiésemos preguntarle al mismo Góngora qué es lo que más lo incomoda del neoliberalismo, quizás su respuesta aludiría a su talante abstracto; a que quiso desentenderse de lo propiamente chileno, de los símbolos, de lo arraigado por generaciones y gracias a la institucionalidad, en el pueblo o nación. En palabras del mismo historiador: “Se puede destruir una tradición; pero es más difícil crear una nueva”. Debilitar al Estado, entonces, es debilitar la “consciencia cívica” de la nación. Enfrentar una crisis requiere perpetuar el proyecto existencial, esa misión o idea nacional que entrega sentido y orienta a la nación; que la dispone a hacer sacrificios, pero sin perder los vasos comunicantes entre sus tradiciones y la institucionalidad.

Finalmente, ¿es Mario Góngora el último romántico? Tras leer la magnífica obra de Hugo E. Herrera me atrevería a decir que no, ya que comparte con el maestro el poder de recogimiento, de distanciarse de los acontecimientos para discernir y experimentar el conocimiento desde la vereda de la propia existencia con una pausada perspectiva histórica y filosófica. Ella le permite ponderar el peso y significado de su propia historicidad. Somos seres históricos con vivencias individuales, pero unidos a un destino colectivo al que debemos darle un sentido. El Último Romántico de Hugo Herrera nos enseña la ruta de cómo llevarlo a cabo. (El Líbero)

Paula Schmidt