El soberano ausente

El soberano ausente

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“Soberano es quien garantiza la situación normal”, con esa frase el crítico cultural Bazon Brock refutó a Carl Schmitt quien en 1922 había dicho que el soberano era quien establecía el estado de excepción.

Esas citas ayudan en el Chile contemporáneo a averiguar ¿dónde está el soberano?

Para saberlo hay que preguntar qué se entiende por tal. Y comenzar con un rodeo.

El 4 de enero de 1849 Donoso Cortés pronunció un famoso discurso en las Cortes españolas. En él argumentó que Dios gobierna mediante las leyes de la naturaleza; pero no solo mediante ellas. En realidad, dijo Donoso, Dios muestra su verdadero poder cuando interrumpe esas leyes mediante, por ejemplo, un milagro. Es la interrupción de la legalidad natural lo que muestra al soberano del universo:

…si con respecto al mundo físico Dios es el legislador, como respecto a las sociedades humanas lo son los legisladores, ¿gobierna Dios siempre con esas mismas leyes que él a sí mismo se impuso en su eterna sabiduría, y a las que nos sujetó a todos? No, señores, pues algunas veces, directa, clara y explícitamente manifiesta su voluntad soberana, quebrantando esas mismas leyes que él mismo se impuso…

Carl Schmitt el año 1922, en la república de Weimar, que es una de las primeras experiencias de la democracia de masas, argumenta de manera parecida. La sociedad se gobierna mediante reglas legales y constitucionales y el verdadero soberano aparece cuando esas reglas se interrumpen mediante el estado de excepción (consagrado también en reglas, por supuesto). Al decretar el estado de excepción, dijo Schmitt (al igual como ocurre con los milagros que revelan el poder de Dios), se revela el soberano.

Un punto de vista opuesto fue el de Brock. Para este el soberano es aquel que garantiza la situación normal, esa situación vital en que las personas saben a qué atenerse, no se ven amenazadas cotidianamente y cooperan entre sí. La normalidad no es, por supuesto, la ausencia de conflicto sino el manejo ordenado y predecible de él. El soberano en este caso sería aquel que es capaz de producir orden, lograr que desde dentro de la sociedad brote poco a poco esa estabilidad que la constituye.

En un caso (Schmitt), el soberano es quien es capaz de decretar el estado de excepción; en el otro caso (Brock), el soberano es quien garantiza que la situación sea normal, que la gente coopere entre sí sin verse amenazada.

La pregunta a la luz de esa distinción es obvia, ¿dónde está el soberano si quien tiene formalmente el poder en Chile se muestra renuente al estado de excepción; pero a la vez incapaz de producir el orden regular que en La Araucanía y en los barrios las personas con toda razón reclaman?

La respuesta parece obvia.

Está ausente.

Ni produce normalidad (que es lo deseable), ni consiente en el estado de excepción (que una vez que fracasa lo anterior es inevitable).

Hay, por supuesto, un soberano en el sentido de la teoría democrática (el pueblo, la Convención, etcétera); pero parece no haberlo en el sentido de un poder capaz de imponer el estado de excepción o producir un orden normal. El Gobierno rehúsa aplicar el estado de excepción en plenitud y, al mismo tiempo, no muestra ninguna capacidad de producir el orden.

Pero lo que parece más alarmante es que quien está a la cabeza del Estado emite lamentaciones y condolencias frente a cada nuevo atentado (la violencia no es el camino, Arauco tiene una pena, etcétera) pero parece estar sin conducta a la hora de decidir qué hacer.

Y esa inacción no se compensa ni con eventos internacionales (el liderazgo internacional suele ser una fantasía compensatoria de la debilidad interna) ni menos con la imaginación a la hora de hacer declaraciones. Más no sea porque, como dijo Ortega, a este mundo se viene o a hacer política o a hacer frases.

Y quien maneja el Estado no puede dedicarse solo a lo segundo. (El Mercurio)

Carlos Peña

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