El país de Nunca Jamás

El país de Nunca Jamás

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La Presidenta ha afirmado que «paso a paso se llega al país de Nunca Jamás». Lo que pareció una más de sus bromas características, terminó siendo una revelación: para allá vamos, para el país de Nunca Jamás, paso a paso, o sea, reforma a reforma.

Esas palabras no fueron una broma, sino que son el pensamiento más íntimo, el deseo más profundo, la confesión de una política agresiva.

Las reformas visibles de Bachelet -por el hecho de ser tan virulentas, debieran ser llamadas revoluciones, más bien- han logrado ocultar otras muchas acciones del gobierno concertacionista-comunista. Cada día que pasa hay que estar con los ojos y oídos más abiertos a lo que se proponen los funcionarios y los políticos de la minoría gobernante.

Porque detrás de los grandes proyectos -eliminación de la educación particular subvencionada, legalización del aborto inicial, tributación invasiva y caótica, relaciones laborales politizadas y nueva Constitución para consagrar un Estado omnipresente- hay otros que son tanto o más dañinos, pero que reciben menos atención; porque así como es evidente que el Gobierno no logra estar en todo lo que se propone, tampoco los ciudadanos logramos darnos cuenta de que detrás de la avalancha de barro y piedras un ejército de alimañas se apresta a depredar los despojos de Chile.

La introducción de acuerdos de vida en común entre convivientes, la legalización del cultivo de la marihuana, el cogobierno estudiantil con participación de voz y voto de alumnos y funcionarios, y la última perlita, la nueva legislación para los niños por la que los menores reciben el carácter de sujetos de derecho, eliminando en la práctica la autoridad paterna: todo eso y más es lo que está en marcha.

En este último punto, la secretaria ejecutiva del Consejo de la Infancia nos anuncia que el proyecto de ley contemplará el derecho de los niños a organizarse, el derecho de los niños a una intimidad sin intromisión paterna, el derecho de los niños a hacer peticiones ante los órganos públicos, el derecho de los niños a una consulta a solas con el médico, etc. No, no es broma; es simplemente un diseño de eliminación de la autoridad paterna y materna; y, por eso mismo, no es ninguna broma.

¿Qué se busca con cada una de estas reformas menores, poco llamativas, pero muy profundas?

Simplemente exacerbar el juvenilismo.

Son los más jóvenes los que conviven con sus así llamadas «parejas»; son los más jóvenes los que consumen drogas; son los más jóvenes los que serán llamados a votar decisiones importantísimas sobre docencia e investigación en las universidades; son incluso ¡niños! los que serán estimulados para enfrentarse a la autoridad de sus padres. El objetivo es claro: romper los vínculos entre padres e hijos, romper los lazos con la autoridad en la familia, romper el sentido de la estabilidad.

El divorcio de hace años comenzó a decirles a los más jóvenes que sus padres valen poco, porque poco vale su compromiso; el aborto futuro les dirá que los hijos valen poco, porque nada vale la vida humana. Lanzados así a un mundo de desarraigo completo, en que ni la filiación ni la paternidad tendrán sentido alguno, la izquierda pretende conquistar a esas masas, a esos rebaños de individuos sin vínculos, mediante la retórica de los derechos sociales.

Ya lo dijo Tocqueville: «El soberano extiende sus brazos sobre la sociedad entera… no destruye las voluntades, pero las ablanda, las somete y las dirige; obliga raras veces a obrar, pero se opone incesantemente a que se obre; …no destruye, pero impide crear… debilita y reduce, en fin, a cada nación a un rebaño de animales tímidos e industriosos cuyo pastor es el gobernante».

Es el país de Nunca Jamás.

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