El espectáculo de la Cámara

El espectáculo de la Cámara

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Lo vivido este lunes en la Cámara de Diputados es el resumidero de todos los males de la política chilena. No se trata de una simple votación. No se trata tampoco de interpretar el resultado. Es más bien la muestra palpable de un problema profundo.

Tampoco se trata de quién ganó. Se trata de cómo se ganó. Pero, sobre todo, lo que mostró.

En medio de una votación incierta, en el que el Gobierno arriesgaba un profundo traspié, el oficialismo logró salvar los muebles, pero a un costo enorme.

Con la gestión del ministro Elizalde se logró cambiar la testera por un plato de lentejas. Cual Esau en el Antiguo Testamento. Logrando coronar al diputado Gaspar Rivas como vicepresidente de la Cámara.

El mismo que se autoproclamó de sheriff hace algún tiempo en una performance grotesca. El mismo que dijo, en el éxtasis del estallido social, “a esa señorita que se llama Constitución hay que violarla todas las veces que sea necesario”. El mismo que propuso que “el mejor inhibidor es que a los delincuentes que los pillen con un celular les corten el pulgar”. El mismo que trató de “delincuente” a Andrónico Luksic. El mismo que trató de “boludo y pelotudo, además de un imbécil” al presidente argentino.

Ese es el honorable que se transforma súbitamente en el nuevo socio del oficialismo. El episodio hace imposible no recordar la serie Black Mirror, donde el primer ministro es obligado a tener una relación sexual con un cerdo para salvar a uno de los miembros más queridos de la familia real británica.

Estamos a un paso.

¿Qué significa la alianza entre el oficialismo y el diputado Rivas?, ¿qué la explica si no es más que un simple voto? ¿Cuáles serán las nuevas aventuras que el diputado emprenda?

Las preguntas son irrelevantes. Lo que importa es que se muestra que esa es la forma de construir mayorías en Chile. El Parlamento es cada vez más una montonera de diputados “independientes”, que se han transformado en verdaderas empresas unipersonales, con quienes hay que ir a negociar cada cosa. Y eso hace imposible darle gobernabilidad a un país.

Así, lejos de la existencia de una negociación política legítima, lo ocurrido fue la lógica del “pirquineo”, donde decenas de diputados exigieron una serie de condiciones para apoyar tal o cual candidatura. Esa lógica es tremendamente dañina para la política, y no hace más que refrendar la urgencia de reformar el sistema político para eliminar la atomización que hoy exhibe nuestro Parlamento, con 22 partidos políticos y llena de personajes independientes folclóricos y faranduleros.

Los países necesitan pocos partidos y sólidos. No necesitan independientes. El viejo sueño de Pinochet (en contra de los “señores políticos”) se ha transformado —paradójicamente— en un legado que cruza las derechas y las izquierdas y que amenaza la política chilena.

Y así un país no puede funcionar.

No es insignificante la llegada de una diputada comunista a liderar la Cámara, la misma semana que su presidente anda en La Habana reivindicando el régimen tiránico cubano.

Pero hoy el problema sistémico es otro. Y tiene nombre y apellido: se llama sistema político. Su reforma es urgente antes de que sea demasiado tarde.

Todavía los partidos grandes pueden construir una mayoría que permita los 4/7, que obligue a poner un umbral para tener representación y frene el discolaje. Se requieren unas pocas normas para asegurar un piso. Pero hay que hacerlo urgentemente.

No será un cambio en la ley la que haga virtuosos a los políticos, pero permitirá al menos tener capacidad de construir mayorías sin tener que ofrecer una infinidad de platos de lentejas individuales. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias