El desenfreno

El desenfreno

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“Los dioses no estaban ya, y Cristo no aparecía todavía: de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estuvo solo”, dijo alguna vez el afamado escritor Gustave Flaubert, para describir el momento en la historia en que los antiguos dioses habían caído en descrédito pero todavía no aparecía el cristianismo.

“El hombre estuvo solo” (por cierto, la frase fue dicha antes de que apareciera el lenguaje inclusivo…).

¿Tiene algo que ver ello con lo que ocurre en Chile? Mucho. No por la existencia de Dios, sino que por la existencia de la Constitución.

Parece ser que la actual Constitución fue declarada clínicamente muerta por los parlamentarios, pero el problema es que no ha nacido la nueva Constitución. Y, así, los chilenos, al igual que los romanos, “estamos solos”. O más bien, expuestos a las arbitrariedades, buenas intenciones, populismos, pálpitos y demagogia de nuestros parlamentarios. Se le atribuye a Edgardo Boeninger una frase que habría dicho en privado: “Me gustaba el parlamentarismo hasta que conocí a los parlamentarios”. Independiente de que la frase sea cierta o no —y siendo evidente que los parlamentarios que conoció él poco tienen que ver con la mayoría de los parlamentarios actuales—, es claro que el Parlamento rompió el cerrojo de la iniciativa exclusiva de gasto, y por un pequeño forado pretenden vaciar el estanque. Al menos hasta que exista una nueva Constitución…

Muchos creen que la iniciativa exclusiva es obra de Pinochet. De los amarres. De Jaime Guzmán. De la junta. Y no hay nada más alejado de la realidad. La Constitución de 1925 y, especialmente, la reforma de 1943 establecieron —precisamente— la iniciativa exclusiva del Ejecutivo en materia de gasto. O, dicho de otra forma, buscaron impedir la fiesta de los parlamentarios. Bajo el gobierno de Frei padre, en 1970 se fue aún más lejos, estableciendo una reforma constitucional para impedir malas prácticas parlamentarias, como el ofrecimiento de dádivas y pensiones de gracia a cambio de votos.

Así, la iniciativa exclusiva no es exclusiva de la Constitución del 80. Ni de la dictadura. Ni del modelo neoliberal.

Pero hoy poco importa. Y, mientras tanto, vamos inventando cosas raras. De la UDI a Pamela Jiles. Del Partido Comunista a Renovación Nacional.

Así, por ejemplo, al UDI Jorge Alessandri con el RN Gonzalo Fuenzalida (el mismo que hizo alarde de que no se vacunaría, lo que valió algunos minutos de matinal) se les ocurrió bajar el IVA a algunos bienes, sin molestarse de sumar y restar (“le pedimos a Hacienda que haga los cálculos y no lo ha hecho”, “las reformas constitucionales no requieren de un informe financiero” ), y menos preguntarles a los técnicos sobre el efecto que tienen la medida y sobre la experiencia comparada. Una irresponsabilidad de principio a fin abrazada con júbilo transversalmente.

Es que, siguiendo a Flaubert, no solamente estamos solos respecto a la Constitución, sino que además los técnicos han sido desterrados. Por ser demasiado aguafiestas. Por desagradables. Por neoliberales.

Impuesto a los súper ricos sin ver el efecto que tiene en la fuga de capitales. Retiro de los fondos previsionales sin ver los efectos en las jubilaciones, royalties desproporcionados a la minería sin ver los efectos en el desarrollo de proyectos nuevos, incremento en el impuesto a las empresas sin ver los efectos en la inversión, baja en las horas de trabajo sin ver los efectos en el empleo. Y así, suma y sigue. Puras materias en las que solo tiene facultad exclusiva el Poder Ejecutivo, donde no se ha sacado ningún cálculo y donde los parlamentarios se han dado un festín

Bajo el predicamento de que el Gobierno solo ha dado migajas (los US$ 18 mil millones, los informes del Banco Mundial y la Cepal no valen) y bajo la total incapacidad política del Gobierno, están llevando al país a una verdadera orgía de populismo.

Los números incomodan y los técnicos nos constriñen. Hay que echarle para adelante nomás. “Dale nomás, dale que va”. Pero las fiestas se pagan. Y las sobredosis dejan efectos.

Los primeros “economistas” del siglo XVIII eran médicos y solían comparar a los países con las personas. Como lo hizo el fisiócrata François Quesnay y antes, William Petty. Siguiendo esa analogía, al cuerpo de Chile el virus populista ya entró.

Tal vez la nueva Constitución ponga freno al desenfreno. Tal vez la nueva Constitución consolide el desenfreno. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias

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