Editorial NP: Derechas, izquierdas y nuevos clivajes

Editorial NP: Derechas, izquierdas y nuevos clivajes

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Las recientes primarias presidenciales que dieron como triunfador en la competencia de centroderecha al independiente Sebastián Sichel, por sobre los aspirantes de los partidos que conforman el arcoíris de Chile Vamos, han vuelto a poner sobre la mesa la siempre pendiente polémica sobre qué es ser de derecha (o izquierda) en Chile.

La ausencia en esos comicios del representante de la “centroizquierda” y la del candidato del sector que se asume de “derecha” a secas ha impulsado la adopción de posturas públicas que relevan los diferentes énfasis ideológicos, de principios, valores y favoritismos que, supuestamente, caracterizarían a quienes se autodefinen como tales, al tiempo que críticas y autocríticas que ponen respectivas fronteras a dichas descripciones.

Sin embargo, la porfiada realidad, más allá de la que el lenguaje construye, persiste en establecer prelaciones y designaciones que relativizan las diversas cualidades de una “verdadera derecha” (o izquierda) y abren un espacio de discusión cuyos resultados de mediano y largo plazo son relevantes para el futuro y proyección de la democracia liberal y el Estado de Derecho, en especial en momentos en los que el país asiste a la redacción de una nueva Carta Magna.

En efecto, históricamente se han entendido los conceptos de “derecha” e “izquierda”, como resultado de la simple ubicación de los delegados de la asamblea de los Estados Generales francesa de 1789, en la que, con ocasión del debate sobre la autoridad real frente a la misma en la futura constitución, los partidarios del veto real -mayormente aristocracia y clero- se agruparon a la derecha del presidente, mientras que quienes se oponían -el Tercer Estado, en su mayoría población llana, comerciantes y profesionales- lo hicieron a la izquierda.

Aquella designación terminó por definir como de “derecha” a quienes se reunían a la diestra de una autoridad vigente en un determinado recinto político y que convergían en torno a ideas de conservación de la estructura de poder vigente; y de “izquierda”, a quienes bregaban por un cambio en las arquitecturas políticas, enfrentando a los primeros. La tendencia a calificar de esa forma a oficialismos y oposiciones, respectivamente, se extendió luego a toda la Europa y EE.UU. y de allí hasta nuestras tierras.

Sea como resultado de la débil naturaleza humana, o por la fuerza de los porfiados y siempre didácticos hechos, la simple afirmación de los términos “izquierdas” y/o “derechas” y su respectiva aplicación a ejemplos de gobiernos en el mundo, muestran hoy una tan profunda labilidad y heterogénea ubicuidad que, merced a la natural perplejidad que aquello suscita, resulta pertinente revisar a la luz de los juicios que sobre el papel de las personas y del Estado en una sociedad cualquiera sustentan los diversos idearios conservadores, liberales, social liberales, socialcristianos, socialdemócratas, social nacionalistas, marxista-leninistas, anarquistas y sus respectivos epígonos, varios de los cuales conviven en nuestra democracia.

Una primera gran división de aguas se puede trazar entre:

  1. quienes adhieren a la convivencia en una democracia liberal, abierta, plural y un Estado al servicio de los ciudadanos -y no al revés-, con su tradicional división de poderes institucionales, elecciones periódicas e informadas, juegos de mayorías y minorías circunstanciales entre partidos y movimientos diversos, respeto a las libertades y derechos consagrados en la declaración universal de DD.HH., apertura al mundo y libre iniciativa para sus grupos intermedios y/o emprendimientos económicos, sociales, políticos o culturales individuales no prohibidos por ley, así como un compromiso de obediencia a las normas que, aprobadas mayoritariamente por un parlamento elegido y aplicadas por un poder judicial independiente, rigen la convivencia pacífica;
  2. aquellos que rechazan esa forma de vida -considerada como un diseño de dominio o de privilegios de una clase sobre otras- y que buscan instaurar un régimen autoritario o dictatorial (de “izquierda” o “derecha”) que supere el “Estado neoliberal y la democracia burguesa”, instalando una administración política centralmente dirigida por un líder fuerte y/o un partido eje único o dominante, que extiende su control y presencia en todos los ámbitos de la sociedad, disciplinando la conducta de cada ciudadano y la de sus organizaciones intermedias e interviniendo en variados ámbitos de actividad económico social y cultural, tales como la educación, salud, previsión, vivienda, ciencias, artes o medioambiente, copando así espacios que bien pueden ser llenados por iniciativas de sus ciudadanos y limitando las libertades y creatividad de su gente.

Como resultará evidente, de la distinción citada, en el primer espacio se pueden ubicar a diversas corrientes actualmente activas en la política nacional, tales como conservadores, liberales, social liberales, socialcristianos y socialdemócratas, mientras que, en el segundo, se apuntan aquellos con idearios nacional socialistas, socialistas marxista-leninistas, ciertos anarquismos y/o neo-totalitarismos emergentes basados en lógicas identitatarias de diversa naturaleza.

Pero tanto en los primeros como en los segundos, se observan áreas en las que la aplicación descriptiva de “derecha” o “izquierda” ya no ajusta y en los que se pueden ver profundas divergencias internas, casi de inmediato, cuando la discusión sale del ámbito de las generalizaciones republicanas o del tópico identitario que los une o cuando la polémica se aventura en las amplias y complejas exigencias de la política necesaria para una mejor gobernanza y conducción de un país en el siglo XXI.

Es cierto que en la “derecha” chilena conviven posturas que, en la especificidad de ciertas decisiones en lo económico social o en lo político cultural y valórico divergen, en especial en lapsos de crisis económica, social y sanitaria como la que hemos vivido, aunque, por cierto, un fenómeno similar se observa en la “izquierda”.

Porque ¿Se puede caracterizar de “izquierda” a quien, entendiendo la relevancia de la libertad para crear y emprender, estima, sin embargo, necesario, reformar el sistema de pensiones de capitalización individual, introduciendo factores de colaboración intrageneracional o tributario, de modo de apoyar una mejor vejez a aquellos jubilados que tuvieron malas remuneraciones durante su vida y, por consiguiente, no pudieron ahorrar lo suficiente; o porque sus emprendimientos no fueron suficientemente exitosos como para producir dichos recursos? ¿O, se puede calificar de “derecha” a quienes creyendo en la sacralidad de la vida por razones religiosas rechazan el aborto libre, pero, al mismo tiempo, son partidarios de altos impuestos a los ricos? ¿Basta con ubicarse -en el clivaje pobres-ricos- a favor del primer grupo para definirse de “izquierda”? o ¿en la díada mercado-Estado declararse a favor del primero para ser de “derecha”?

Varias experiencias antidemocráticas y autoritarias que en el mundo enarbolan una supuesta opción por la libertad y el pueblo aplican políticas que afectan severamente esas libertades y derechos de los mismos a quienes dicen defender, al tiempo que ponen en jaque la independencia de sus poderes institucionales, concentrando más y más poder político, social y económico. Asimismo, emergen economías de “mercado libre” que operan bajo un modelo de conducción política altamente centralizado y dirigido por un partido único, mientras sociedades democrático-liberales presentan una actividad económico-social estatal que supera proporcionalmente a la de economías autodeclaradas socialistas.

“Izquierdas” liberales, “derechas” socialistas, “izquierdas” mercantiles, “derechas” estatistas. He aquí el dilema y la explicación de porque en Chile se han elegido presidentes de “derecha” y parlamentos de “izquierda”, una Convención conformada por minorías tan diversas y por qué sobrevive una estructura de partidos políticos aun cuando aquella no supera el 2% de las adhesiones ciudadanas.

Los conceptos de izquierda y derecha no pasan, pues, de ser hoy expresiones generales que no permiten esclarecer los propósitos e intenciones reales de sus promotores, ni descripciones que posibiliten a los ciudadanos saber exactamente cómo influirá esa definición en sus vidas personales. Como hemos visto, recientemente, arrebatos autoritarios e intolerantes, irrespetuosos de los derechos de otras minorías, se han observado peligrosamente desde grupos que, en la Convención, se autodefinen como “del pueblo” e “independientes” y que fueron votados por miles de personas que vieron en sus desplantes libertarios un modo de castigo a la política tradicional, pero cuyo comportamiento comienza a repetir similares vicios que sus predecesores.

Los clivajes presentes, aunque menos obvios, aparecen en las coordenadas de libertad individual-igualdad social y/o Estado (propiedad social)-mercado (propiedad privada), en cuyos cuadrantes se ubican hoy, de modo aleatorio, más que partidos o movimientos con coherentes estructuras ideológicas propias de la revolución industrial, ideas o sentidos comunes propios de una sociedad de la información, menos jerárquica, más horizontal y basada en la producción digitalizada de bienes y servicios, más o menos compatibles con una mayor o menor liberalidad política, social y cultural o con más o menos libertades y derechos para llevar a cabo proyectos grupales o individuales económicos o sociales abiertos al mundo, con la menor intervención del Estado posible.

Las coordenadas de libertad y mercado, en lo práctico, representan a quienes, por esfuerzo propio, logran enviar a su primer hijo a la Universidad, que compran su primera casa con un largo crédito hipotecario, que quieren elegir el colegio de su hijo y mandarlo a estudiar sin miedo por su seguridad, tener su propio negocio, vehículo, camión de transporte, sin temor a ser asaltado o quemado; personas que respetan las normas y al otro, la autoridad y dignidad del funcionario del Estado a su servicio; que ahorran para su vejez todo lo que pueden para mantener su integridad y orgullo de haber alcanzado bienestar con su esfuerzo; que rechazan la falta a la palabra dada.

Todas estas conductas incluyen a aquellas capas medias y ciudadanía general que viven esforzada, pero armónicamente, con los principios de una democracia liberal y de economía libre y abierta al intercambio global y a los bienes y servicios que genera la creatividad mundial, en consonancia con ideas caracterizadas como de “derechas” o de “centroizquierdas” democráticas, para quienes su razón de ser radica en la promoción de la fe en las propias capacidades para vivir y gobernarse a sí mismos, no obstante sus diferencias de métodos y énfasis en el papel que debe cumplir el Estado y la política para asegurar con amplitud ciertos derechos, pero que, en general, entienden la propiedad personal o privada como un derecho humano base de la dignidad de las personas y desconfían de los poderes omnímodos, sean políticos, económicos, sociales o religiosos, razón por la que, en su mayoría, prefieren ser definidos como “independientes”.

De allí que, como hemos visto, sean muchos más quienes votan por representantes de “izquierda” o “derecha” que han sido claros y enfáticos en la defensa de ese modo de vida democrático, de Estado de Derecho y respeto a los derechos humanos, de las libertades para decir y hacer, de pensar, creer, crear y desear. Y menos por aquellos que declaran sus intenciones de destruir el “sistema” desde sus cimientos, uno que, por lo demás, los primeros saben que, en apenas dos generaciones y después de tanto experimento político social fracasado, llevó al país desde una pobreza y necesidades insatisfechas que estimularon aciagas reacciones autoritarias para superarlas, sea por la “izquierda” o la “derecha”, pero que generó un nuevo ciudadano maduro y responsable que, liberado de sus anteriores cadenas culturales, está más informado, cree más en sí mismo y exige a su orgánicas y autoridades estatales una mejor gestión de un país que, gracias al trabajo de dichas generaciones, ya cuenta con las bases económico culturales para dar su definitivo salto al desarrollo para el conjunto de la ciudadanía.

Sentidos comunes que hacen de Chile una nación en la que son muchos más quienes cuidan el Metro y el transporte público que quienes lo queman y destrozan; más quienes que se levantan temprano a trabajar para conseguir sus objetivos que aquellos que buscan vivir del esfuerzo ajeno o de la prebenda política; más quienes ven en los pueblos originarios parte de su propia matriz y los perciben dignos e iguales, sin hacer las diferencias paternalistas de quienes se ven como sus “justicieros” desde una imaginaria superioridad; más quienes valoran su libertad y no quieren ser obligados a pertenecer a un sindicato o un gremio, o a enviar a su hijo a un colegio que no les gusta, más, en fin, “espíritus libres”, pero, aun así, solidarios y dispuestos a sacrificar parte de su bienestar por los vulnerables, tal como muestran tantas iniciativas ciudadanas de ayuda a los necesitados o caídos en desgracia.

En definitiva, en Chile son más quienes quieren seguir viviendo en democracia, libertad y Estado de Derecho que quienes buscan instalar un sistema autoritario e intervencionista sobre la cotidianidad de la gente, amenazando su libertad de expresión, de prensa o estatizando los ahorros previsionales de cada quien, esperando que con ello mejoren las pensiones; son más quienes saben que subir impuestos a las empresas y reducirles así su competitividad respecto de las del extranjero no crea más empleos, ni logra mejores sueldos; son más quienes saben que fijando precios no se hace justicia con los más pobres, sino que se estimula el mercado negro y más alzas de precios; son más, en fin, quienes tienen claro que la educación pública no mejorará porque se eliminen los colegios subvencionados o particulares; o que habrá una mejor salud por terminar con las Isapres.

Autodefinirse como políticamente de izquierda o de derecha si ya se han incorporado estas porfiadas realidades, no debería tener, a estas alturas, mayor relevancia a la hora de elegir las nuevas autoridades políticas en noviembre próximo. Con seguridad, si cada quien cumple responsablemente con su obligación electoral, no habrá sufragios suficientes para que, quienes están por dinamitar la democracia, el Estado de Derecho y sus libertades, lleguen influir dramáticamente en la bajada de leyes que, en el nuevo Parlamento y Gobierno, complementen la nueva carta fundamental en desarrollo. Todo ello, no obstante las infaustas señales que sectores minoritarios, iliberales, discriminatorios y autoritarios de la Convención, han emitido en los últimos días, pero que, mirado con cierto optimismo, es de esperar que, en su mayoría, no sea sino el resultado de su inexperiencia política y que, en lo sucesivo, esas conductas se vayan erradicando para conseguir una Constitución que, en realidad, sea “la casa de todos”, fundada sobre la libertad, la democracia y los derechos humanos de mayorías y minorías, sin excepción, más allá de los anacrónicos clivajes de izquierdas y derechas. (NP)

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