Durezas del poder blando chino en América Latina

Durezas del poder blando chino en América Latina

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Es un lugar común entre los internacionalistas calificar el despliegue externo de la República Popular China como un ejemplo de poder blando. Se hace referencia así a un concepto introducido por J. Nye, según el cual toda política exterior sería un compositum de elementos duros y blandos con prevalencia definida de uno u otro. La estadounidense y la rusa serían ejemplos de poder duro. Propia de gente que suele andar sin muchas contemplaciones con sus vecinos y con el resto. China, contrariamente, perseguiría sus objetivos de forma paciente, indirecta y sutil, usando sus tesoros culturales como emblema (la Gran Muralla, la Ciudad Prohibida, la tumba del emperador Qin y otros).

Sin embargo, hay suficientes motivos para pensar que esa percepción teórica está hoy a prueba. Por un lado, lo que ocurre en Hong Kong no es precisamente una conducta blanda de parte de Beijing. Por otro, la diplomacia sanitaria a propósito de la pandemia sugiere transformaciones sustantivas en su relación con el resto del mundo. Además, poco a poco, Beijing está enviando embajadores con rasgos enteramente distintos a los modelos de antaño. Varias publicaciones se refieren a ellos con el término lobos-guerreros. Más proactivos e incisivos, más aguerridos y dotados de alto perfil; vehementes en las redes sociales. Son personeros que dejaron atrás las sutilezas y esos rostros inescrutables.

Hace un par de años, el profesor de Harvard G. Allison ya había publicado un extraordinario artículo en la revista Foreign Policy alertando sobre las creencias de un presunto poder blando chino. Allison concluyó, tras analizar regularidades históricas, que todas las superpotencias terminan generando un clima muy poco apto para las tratativas blandas.

¿Se refleja eso en las zonas periféricas del planeta?, ¿están destinados Washington y Beijing a hacer pruebas de fuerza en América Latina? Son preguntas sugerentes, pero con respuestas difíciles. Sin embargo, hay hartos indicios que el mundo post Covid19 será para todos, incluida América Latina, algo más ríspido de lo que nos imaginamos.

Una señal de alerta es el ya asentado arraigo de China en la vecina Argentina. No es sólo un inocente comercio con soya y cereales, sino múltiples inversiones en sectores claves de infraestructura, como energía y conectividad. Ahí están la red ferroviaria Belgrano, el transporte de Buenos Aires y Córdoba, la modernización de la central nuclear Atucha III, la explotación del litio en Salta, las dos hidroeléctricas sobre el río Santa Cruz, la controvertida base espacial en Neuquén, además de esos especiales acuerdos para intercambios de divisas, iniciados por Cristina Fernández y seguidos por Mauricio Macri. La gran novedad ahora es la lucha por el 5G. Huawei ha exteriorizado confianza que, de la mano de Alberto y Cristina Fernández (FyF), Argentina será una de sus joyas en la región.

Ahora bien, si pensamos que el vecino país, tras su noveno default, no tendrá gran acceso al crédito, es obvio pensar que optará por “horizontes diversos”. La gran carta bajo la manga podría ser Beijing, siempre listo a sobreexplotar su poder blando. Cabe preguntarse cómo será la reacción de Washington si FyF deciden hipotecarse ad libitum con el yuan. Por de pronto, Alberto Fernández prepara una gira por China para anunciar dos mega acuerdos (uno porcino, otro turístico), así como la ampliación de consulados. Y seguramente será agasajado por no haber apoyado la petición de Washington a la OMS para que investigue a China como origen de Covid19.

A primera vista podría entenderse que sobreexplotar significa dilapidar recursos. Pero no. Beijing suele usarlos de manera bastante asertiva. Y Argentina misma lo sabe. En 2010, los chinos, sin hablar mucho, detuvieron de improviso las compras de soya en reacción a la acusación de dumping hechas a un par de empresas chinas. Los tribunales entendieron el mensaje y enmendaron rápidamente el torpe desaguisado. El 2018 ocurrió algo similar con amortiguadores chinos. Países africanos y balcánicos también han vivido situaciones parecidas. Las advertencias que Beijing acaba de hacer a Australia son igualmente inequívocas. Coerción sin el menor miramiento.

¿Es malo eso? En absoluto, recuerda Allison. Todo país que llega a dominar una parte importante del planeta, se comporta igual. Y ello no es bueno ni malo. Simplemente responde a la naturaleza de una superpotencia. Por eso, una de las claves del período que se avecina es cómo cada quien examina las fuentes de la conducta china y analiza cómo le puede afectar.

Una gran clave, por cierto, es la aparición de los lobos guerreros. No sólo traen cambios en la retórica, sino corporizan el fin de la era Deng, caracterizada por su acercamiento a Occidente, la desideologización y el pragmatismo en extremo. “No importa el color del gato”, rezaba su más famoso aforismo. Kissinger y el traductor del inglés que tuvo Deng, Zhang Weiwei, refieren que el extraordinario modernizador de China, solía decir taoguang yanghui, mantener siempre el bajo perfil.

Pues bien, en los últimos discursos de Xi Jingping ni siquiera tácitamente se advierte esta idea. Por el contrario, alienta a sus lobos-guerreros a adquirir perfil alto, a defender el nuevo camino, a pontificar sobre su sistema político y sus teorías económicas e insistir (de manera algo majadera) en el valor de su longeva tradición cultural. Son tipos que salen al encuentro de las ideas occidentales. Según Allison, eso no presagia nada bueno.

La praxis china en América Central y el Caribe (especialmente Cuba) entrega claves adicionales. Sólo un iluso plantearía que su penetración en aquellas zonas tiene explicación en la cooperación económica o en remembranzas ideológicas. El Canal de Panamá y la proximidad con EE.UU. son argumentos geopolíticos de tal peso, que las dudas quedan fuera de lugar.

Otra clave radica en la identificación de países con “problemas de caja”. Beijing se acerca a ellos enarbolando el papel de “salvador”. Así merodeó a Rafael Correa en Ecuador, entregándole suculentos préstamos inmediatos (muy difícil de resistir) a cambio de un acuerdo de largo plazo en materia petrolera. Hasta el día de hoy, el sucesor de Correa trata de desarmar las ventas de crudo comprometidas en 90% de la producción hasta 2024. Los precios pactados no son muy amistosos para el Fisco ecuatoriano.

La feroz crisis social que se abalanza sobre América Latina de la mano de Covid19 alterará las relaciones con Washington y con Beijing. Así entonces, esta región podría ser escenario donde la próxima Guerra Fría se haga presente no sólo con sus externalidades. América Latina será periférica, pero significa muchos votos en organismos internacionales, depósito de materias primas y cercanía geográfica con EE.UU. (El Líbero)

Iván Witker

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