En Chile las realidades son muy distintas. En un año el cobre ha bajado 14%. La depreciación del peso chileno ha sido tan solo de un 6%, la cesantía ha alcanzado niveles preocupantes del 7,3%, el IPSA en un año ha decrecido 4,2%, cumpliendo la inflación meta del Central del 3%. Por esto es difícil creer que la economía chilena esté burbujeando y arriesgando inflación con esas realidades. El Banco Central propone dejar atrás una política de estímulo de la tasa de interés, cuando apenas nos encontramos cerca de la pista de despegue.
La misión de la FED es resguardar el indicador de crecimiento, índices de cesantía y la inflación, los que en su conjunto configuran un cuadro real de su economía. El Banco Central de Chile solo tiene como misión la inflación, sin otorgarle la debida importancia a los movimientos como el petróleo, el cobre, el tipo de cambio, la señal del IPSA, la realidad del alto desempleo y sin tener a la vista brotes de crecimiento.
También se debe considerar nuestra balanza comercial y de pagos, las que siguen una senda de deterioro, y el estímulo a la importación. Esto último, por el bajo valor del tipo de cambio, ha dejado a la industria manufacturera chilena fuera de competencia. Incluso las inversiones se hacen más atractivas en el exterior, donde las pymes y los inversionistas de este país se van perdiendo en la neblina hacia Norteamérica.
Las comparaciones de Chile frente a Estados Unidos y China son muy diferentes, pues se trata de economías con otras escalas, que navegan a diferentes velocidades y distancia de nuestra realidad como para seguirlas. Estados Unidos, como mayor productor de petróleo del mundo, genera un 98% de lo que consume; China produce solo el 30%, y Chile el 15%. El impacto de esa materia prima energética beneficia a Estados Unidos en su guerra comercial con China, y a Chile le afecta negativamente, tanto por su alta dependencia del petróleo como por lo que toca al precio del cobre, que van en sentido contrario a lo deseado.
Lamentablemente, ante el escenario internacional, las expectativas de corto plazo pueden significar mayores bajas del precio del cobre, dada la desaceleración de China, que podría llegar a niveles del benchmark mundial desde el actual 6,5% del PIB a uno más sustentable del 4% en el mediano plazo, desarticulando las diferencias tan marcadas frente a Occidente.
Nuevamente los chilenos quedamos vulnerables al acontecer internacional, más aún al depender de una sola materia prima no renovable que gobierna nuestra economía. La dependencia del cobre y la creciente exportación de concentrado versus cobre refinado reflejan un retroceso en la industria de nuestro principal producto de exportación. Se visualizan continuos movimientos pronunciados en los precios del cobre y, por ende, en el tipo de cambio en Chile, los que generan una intermitente volatilidad para los activos nacionales y alejan los incentivos de producción nacional, la que está actuando negativamente en el desarrollo de una economía diversificada. Un monótono tema que no cuenta con una contrapartida diversificada en otras áreas de la industria manufacturera, tecnológica y del turismo.
Chile requiere dar un gran salto hacia la diversidad, con un esfuerzo público-privado para comenzar a desarrollar áreas de producción no tradicionales, incluyendo el incentivo hacia la innovación tecnológica, las que requieren de un sólido respaldo económico en la investigación y desarrollo, para así despertar con una economía balanceada y fuera de la volatilidad del precio del cobre. (El Mercurio)
Jaime Said