¿Desobediencia civil?

¿Desobediencia civil?

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Algunos sectores políticos de oposición han llamado a ciertos acontecimientos recientes, vinculados al estallido social, “desobediencia civil”. Estaríamos hablando, en primer lugar, de los acontecimientos que gatillaron el estallido: los jóvenes de la educación media, acicateados por llamados a través de las redes sociales, decidieron saltarse los torniquetes de pago del Metro. Otro ejemplo: el llamado a “boicotear” la PSU, organizado también vía redes sociales. Ninguna de estas dos formas de protesta tiene algo en común con lo que Henry David Thoreau, a mediados del siglo XIX, y Gandhi o Martin Luther King, en el siglo XX, llamaron “desobediencia civil”. Estos seres ejemplares jamás incitaron ni practicaron la violencia. Ellos entendían la desobediencia como la negativa a someterse a leyes injustas. Ellos nos enseñaron que la desobediencia civil es tal cuando el que la invoca asume personalmente las consecuencias de sus acciones, no cuando uno hace recaer los costos de su comportamiento sobre otras personas.

No pagar el pasaje de Metro implica que otros tendrán que pagar más o que los ciudadanos tendremos que pagar más impuestos para que ese servicio, que es de evidente utilidad pública, pueda financiarse. Obligar, o tratar de obligar, a jóvenes a no someterse a la Prueba de Selección Universitaria tiene consecuencias dramáticamente adversas sobre los jóvenes que sí quieren darla.

Si los jóvenes que se han hecho adeptos a la violencia para imponerles sus ideas a los demás hubiesen practicado la desobediencia civil, lo correcto es que ellos mismos dejaran de usar el metro y que simplemente no rindieran la PSU por considerarla un instrumento sesgado e injusto. Entonces podrían con propiedad publicitar su desobediencia y tratar de convencer a otros de la justicia de sus acciones. Pero aquí se trata de actos violentos. En el caso del Metro, el ilícito de no pagar el pasaje en forma masiva desembocó en la quema de estaciones. En el caso de la PSU, un gran número de jóvenes tuvo que rendir la prueba en pésimas condiciones y ser testigos de actos de violencia por un grupo de sus compañeros de generación, quienes trataron de impedir su entrada a los locales donde se rendía la prueba o les arrebataron los facsímiles de sus manos y los quemaron. Por supuesto, todo esto sin dar la cara, encapuchados. La desobediencia civil implica dar la cara, hacerse responsable por sus acciones.

Todo esto es evidencia de una de las dimensiones de nuestra educación que está fallando o que ya no es parte de ella. En educación cívica se solía enseñar a respetar a otras personas, se condenaba la violencia como medio para alcanzar resultados, se educaba para la ciudadanía. ¿El comportamiento de estos jóvenes no será otra muestra de la intolerancia y violencia que parece reinar entre los chilenos? (La Tercera)

Manuel Agosín

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