Si en algún momento de nuestros 3,5 millones de años como linaje humano hemos tenido la obligación de reflexionar sobre nosotros integrados como humanidad es ahora, cuando vivimos una verdadera pandemia viral que nos muestra nuestra unidad biológica-cultural y que nos tiene focalizados en un enemigo silencioso, muchos encerrados en nuestros hogares, haciendo una cuarentena obligatoria o voluntaria y que solo podemos enfrentar como una amenaza común.
En este escenario, queremos reflexionar sobre la orientación que está tomando nuestra convivencia. La democracia debiera ordenar los asuntos de los ciudadanos, pero ¿qué significa democracia? ¿Qué queremos conservar de nuestro vivir democrático?
La democracia no es una teoría política, sino un modo de convivir en la honestidad y el mutuo respeto, en una comunidad en la que las tareas de administración de su operar se asignan periódicamente como responsabilidades transitorias de gobierno. En democracia los ciudadanos queremos una convivencia entre personas autónomas y libres, en la que nos respetemos a nosotros mismos como personas éticas, responsables de lo que hacemos, en una convivencia centrada en los sentires y emociones que se orientan a generar y conservar el bien-estar y la armonía en el mutuo respeto. La democracia se diferencia de otros sistemas de convivencia por su operar desde la colaboración y no desde la competencia. La colaboración se funda en la valoración recíproca y el progreso surge con el otro y la otra; la competencia se funda en el apego a ser exitosos a través de la desvaloración del otro u otra, y el progreso surge entonces desde la negación del otro o de la otra a través de ser mejor que él o ella. ¿Queremos vivir en Chile la convivencia democrática que surge de la honestidad y el mutuo respeto?
Ninguna teoría debiera ser más poderosa que la búsqueda del bien-estar colectivo. El vivir y convivir competitivo se funda en la idea de que el progreso evolutivo requiere competir y ser mejor que los otros. Ese error social ha generado mucha pobreza, porque implica la continua presencia de discriminación, que genera inequidad. El progreso es la ampliación del bien-estar de la comunidad que surge de la honestidad y mutuo respeto que amplían la equidad en la convivencia social, y eso ocurre solo en la colaboración del convivir democrático. La democracia, como dinámica relacional, le es propia a toda persona por el simple hecho de serlo, cualquiera sea su etnia, sus creencias, sus quehaceres, su cultura. Lo central es querer convivir en el conversar y el reflexionar para acordar cómo corregir los errores que puedan surgir en ocasiones, desde actos deshonestos, injustos, negligentes, arbitrarios, o de inequidad social, que violan intencional o accidentalmente el cumplimiento del acuerdo de honestidad y mutuo respeto que el convivir democrático implica.
¿Cómo se aprende a vivir en el convivir democrático? Viviéndolo en la infancia espontáneamente, con la mamá y el papá en la familia, con los adultos con quienes convivo, en las escuelas y colegios con los profesores y profesoras, con los compañeros y las compañeras, en las organizaciones, en la calle en el día a día del vivir cotidiano, en el convivir ciudadano. Si no lo hemos aprendido viviéndolo en la infancia, porque hemos nacido en un mundo carente de ternura, de afecto y de las necesidades básicas que todo ser humano debiera tener, llegamos a un mundo adulto resentido, con dolor acumulado por las negaciones vividas. Como mamíferos que somos, está en cada uno de nosotros/as, de manera espontánea, el deseo de cuidar al otro u otra, como una semilla que nos abre la posibilidad de dejar que germine “el amar”; o sea, dejar aparecer al otro, la otra, o los otros para que puedan salir, desde la reflexión, de cualquier trampa ideológica que los ciega y les niega su individualidad.
¿Qué nos saca del proyecto de co-existencia democrática en que queremos convivir? La deshonestidad, el no escucharnos, el creer ser poseedor de la verdad desde un apego a un sentir y hacer fundamentalista o ideológico. La inequidad y los abusos son la esencia de la negación de la posibilidad del bien-estar del convivir democrático. En el convivir democrático no hay gobierno y oposición, hay gobierno y colaboración; en una actitud básica en la que se reflexiona, no se critica, sin prejuicios, y se genera la oportunidad de preguntarse, de reflexionar. Cuando en democracia se producen “protestas” o “quejas ciudadanas” como las que hemos vivido, deben vivirse como una invitación a la reflexión. Los actos vandálicos no son actos legítimos de queja que se puedan justificar como búsquedas democráticas de la equidad; son actos antidemocráticos, vengan de donde vengan.
¿Estamos tan atrapados en nuestras emociones de resentimiento o de rabia ante la inequidad, que sentimos que la única salida es la destrucción de todo, incluyéndonos a nosotros mismos? ¿Queremos convivir en paz, en bien-estar y tranquilidad, en la honestidad del mutuo respeto que abre el espacio para la reflexión y la colaboración? Si la respuesta es sí, quiere decir que queremos convivir en democracia.
En tiempos de crisis planetaria por la pandemia del covid19 hemos pasado desde las diferencias políticas legítimas a unirnos en torno al bien común de la salud, y por tanto de la vida de las personas, en un momento de alta vulnerabilidad. Nos interesa conservar a todos y a todas, y que esta pandemia vaya en retroceso y así preservar la vida de las personas. Y constatamos una vez mas que la única manera de que esto ocurra es a través del desapego de ideologías, de teorías que nieguen a otros y otras y nos encontremos en el convivir democrático, la única vía que hará posible superar esta crisis humanitaria.
En esta matriz cultural de relaciones y emociones que estamos viviendo, donde se puede tocar y sentir el dolor, el miedo, el enojo, emociones que respiramos a diario en la queja social, que se agudizan en este momento de crisis sanitaria planetaria, ¿serán los niños y niñas en su crecimiento capaces de reflexionar y así poder conservar un convivir democrático que les permita salir de cualquier trampa? ¿O están aprendiendo a tratar de resolver las injusticias, inequidades o negaciones culturales a través del dolor de la violencia y la negación de los unos y los otros?
Los problemas de la convivencia humana son siempre conflictos de deseos. Hay momentos en que queremos cosas diferentes, y ese conflicto solo puede resolverse si nos encontramos o reencontramos en el deseo de coexistir y convivir. Y eso ocurrirá en la medida en que tengamos instituciones explícitas e implícitas que nos permitan reflexionar sobre nuestros deseos de coexistencia y convivencia frente al cambio histórico de los conocimientos y habilidades tecnológicas que se viven hoy, como verdaderos servidores públicos preocupados de servir y no de contar votos.
Tal vez esta gran queja social que han manifestado las personas ha sido una dolorosa petición que se agudiza en esta crisis sanitaria mundial: ¡Queremos coexistir y convivir en la honestidad y el mutuo respeto verdaderos de la democracia! Lo anterior requiere de conocimiento de lo que ocurre, entendimiento de su trama sistémica, y colaboración con acciones oportunas ante la queja social cuya falta se evidencia en la escasez de recursos para enfrentar esta crisis sanitaria, entendiendo que somos las personas las generadoras de los mundos que vivimos.
Estos dolores nos muestran la necesidad de ser seres humanos, personas, más humildes para poder escuchar a los otros y otras, y así corregir los errores que nos llevaron a la negación del dolor y sufrimiento de tantas personas. Esta crisis nos invita a la reflexión desde la honestidad y el mutuo respeto, que es dejar aparecer el presente que se vive en el amar. (El Mercurio)
Humberto Maturana