Democracia de facto

Democracia de facto

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La mente humana posee una tendencia innata a razonar en ejes binarios, ver la realidad a través de opuestos ayuda a comprenderla; por ejemplo, las conductas pueden encuadrarse en el campo de lo normativo o simplemente ejercerse “de facto”, fuera de cualquier regulación previa.

El mundo de lo normativo es el de la racionalidad, es el supuesto sobre el que la vida cooperativa es posible, principalmente porque vuelve predecibles las conductas ajenas y, por ende, hace posible la confianza, permite que unos se comporten de una cierta manera, porque saben con un grado muy alto de probabilidad cuál será la conducta de los otros.

Allí donde las cosas ocurren de facto, en cambio, es la fuerza la que sustituye a la razón y el temor reemplaza a la confianza, pues las conductas no son predecibles y cada uno se convierte en un enemigo potencial de los demás.

Por eso, estimado lector, el título de esta columna expresa una contradicción en sus términos, pues la democracia es esencialmente un sistema normativo que permite atribuir y ejercer el poder del Estado en forma racional, sin que prime la fuerza para obtenerlo, ni la arbitrariedad para ejercerlo. Allí donde el poder no se ejerce reglado se vuelve impredecible, porque al faltar las reglas se pierde también la esencia de la democracia: el control jurídico y político que pesa sobre el gobernante. El abuso y la desconfianza se vuelven así inevitables.

Esta semana algunos dirigentes políticos abrieron, o intentaron abrir, un debate sobre determinadas reglas de nuestra democracia: anticipar las elecciones acortando el periodo presidencial y de los parlamentarios o, como dijo el presidente del Senado, traspasando “de facto” algunas atribuciones del Presidente al Congreso.

Los primeros, es obvio, se asilan tácitamente en el precedente del cambio constitucional, el cambio ad hoc que se acaba de hacer de las reglas que regulan el ejercicio del poder constituyente. Si se pudo acordar un cambio tan esencial a ciertas reglas de la soberanía, para que ese cambio rija en el presente y no en lo futuro ¿por qué no podría hacerse lo mismo acerca del período presidencial y de los parlamentarios?

Por otro lado el senador Jaime Quintana propone, en la práctica, que ciertas autoridades transijan sobre el poder público; que se redistribuyan, según su leal saber y entender de lo que es mejor, las potestades que la democracia les ha entregado a cada uno.

La democracia es un sistema de reglas y se sostiene mientras esas reglas se respeten, cuando eso no ocurre la propensión a seguir saltándoselas se contagia a ritmo viral y, al igual que con el coronavirus, pagaremos un doloroso e inevitable costo; en este caso, por ignorar o cambiar las normas en lugar de aplicarlas. (La Tercera)

Gonzalo Cordero

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