Deconstruyendo a Rafael Garay

Deconstruyendo a Rafael Garay

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El 15 de julio de este año, Rafael Garay volvió de Francia. Según les dijo a algunos de sus cercanos, le quedaban solo dos meses de vida y necesitaba resguardar el patrimonio de su hijo que estaba por nacer. No quería que al morir sus bienes fueran traspasados a sus parientes del sur, pues -según comentó- no tenía una buena relación con ellos y creía que un tío podría aprovecharse. En Concepción, por otro lado, dicen que Garay sigue siendo cercano a su madre, Nivia Pita, y a su hermana Soledad.

Antes de su último viaje fuera del país, a principios de septiembre, Garay le dijo a su abogado que tenía una cartera de 490 clientes y, de esos, contaba él, ya había regularizado la situación de unos 450, quedándole pendientes cerca de 40. Garay pudo haber estado pensando en las 36 víctimas que se han detectado hasta el momento, que suman una pérdida de  $ 920 millones. Esas cerca de 40 personas eran los únicos inversores. Los otros no existieron nunca.

A algunos, como al conductor de televisión Jorge Hevia, sí les devolvió la inversión. Existen correos que intercambiaron Garay y Hevia en los que el último pedía al ingeniero que le devolviera los $ 23 millones que había invertido. Garay, finalmente, accedió. Al ser consultado por el tema, Jorge Hevia negó haberle pasado dinero a Garay y dijo que todo era un malentendido, que un familiar era quien había invertido.

Mientras Garay respondía a algunos clientes que estaban inquietos por el finiquito de su empresa, a su regreso de Francia, en julio, venía con la idea fija de testar sus bienes y para eso requirió la asesoría del abogado Angel Valencia, a quien conoció años atrás, cuando sufrió amenazas de una ex pareja, Silvana Herrera.

Ambos habían tenido una relación tortuosa que derivó en denuncias cruzadas de maltrato y deudas. Esa vez, Garay había interpuesto una querella luego de que Herrera, en noviembre de 2012, lo llamara amenazándolo de destruirlo laboralmente y que “me impediría acercarme al cadáver  de nuestro bebé del que había estado embarazada, ni conocer nunca el destino final de sus restos, y reiterando que tenía una pistola inscrita y que la usaría en mi contra”, según se lee en el escrito.

Un año antes, la pareja había llegado a un acuerdo. Por estrés, su pareja le pide a Garay renunciar a la gerencia general de inversiones Las Urbinas, la gerencia general de la Fundación Cultural Mulato Gil y a asesorías y consultorías por las que recibía $ 8 millones mensuales. Herrera se comprometió a pagarle ese dinero en compensación. El último pago fue en octubre de 2012, justo un mes antes de las amenazas de Herrera a Garay.

Ese fue el episodio que marca el inicio de la relación entre Garay y Angel Valencia, el abogado que pone la denuncia por presunta desgracia el 21 de septiembre que termina por destapar la parte más oscura de la vida del economista.

Valencia decide la acción luego de que el ingeniero dejó de responder mensajes después de varios días en Europa.

Según cercanos, fue el mismo Valencia quien le aconsejó casarse para proteger a su pareja, la enfermera oncológica Antonella Torelli y a su hijo que estaba por nacer. Garay entonces le pidió  que le sacara hora para casarse, pero tiempo después le dijo que congelara todo, que un “lío de faldas” había interrumpido el plan. Aun así, si era necesario, aseguraba Garay por esos días, reconocería a su hijo antes de nacer, pues insistía en que le quedaba muy poco tiempo.

Fue con esta excusa que comenzó a desprenderse de sus bienes. Antes de viajar a Francia le regaló a su amigo Juan Concha, un ex compañero de kudo, televisores y electrodomésticos. La explicación que dio fue que cuando volviera de su tratamiento, pasaría el resto de lo que le quedaba de vida junto a su pareja embarazada y que vendería el departamento de Lo Barnechea, inmueble que, en rigor, Garay sólo arrendaba por un $ 1 millón mensual. A otros amigos les contaba una versión diferente, diciéndoles que vendería ese departamento para comprarse algo en La Dehesa. Incluso, a algunos les reveló que ya se había cambiado.

Fue en medio de todo esto que Garay comienza a planificar su viaje a Francia, que terminaría con él prófugo en Rumania, el último de los varios periplos que hizo en los últimos meses.

Esa sensación de viaje final quedó en sus cercanos, ya que Garay les decía que lo más probable era que no resistiría el tratamiento o, incluso, dejaba abierta la posibilidad de terminar con su vida de ser necesario. Fue así como se contactó con su abogado, Angel Valencia, y le dijo que estaba todo listo para finiquitar sus asuntos. Cuando él muriera, un broker de nombre Lee Hi Kien (su contacto en el HSBC Bank) lo llamaría y le daría las claves para pagar a los últimos clientes que quedaban por saldar. En los últimos días, el HSBC Bank confirmó que Garay no tiene ninguna cuenta en esa institución.

Sin embargo, en agosto el ingeniero confidenció a sus más cercanos que ya no era necesario realizar un testamento para asegurar a su novia y a su futuro hijo. Y es que como requisito previo para desarrollar la diligencia debía realizar un peritaje siquiátrico que descartara ante los tribunales civiles alguna alteración mental que lo llevara a testar sus bienes con su juicio alterado. Si bien en un inicio Garay hizo los contactos para la evaluación siquiátrica, luego desistió de hacerse los tests.

Para explicar el giro a sus cercanos, el ingeniero contó que cuando viajaba a países como Japón, China o Hong kong, participaba en peleas ilegales de kudo en las que ganaba dinero. La confesión la hizo con vergüenza, porque decía que las artes marciales -en las que logró conseguir el cinturón negro, cuarto dan- no debían ser ocupadas para lucrar, aunque gracias a eso había obtenido muchos recursos en euros y dólares, los que mantenía en una caja fuerte. De ahí, según comentó, había sacado el dinero para asegurar a su hijo y a su pareja, quien según decía ya tenía el dinero en su poder.

Cuando el 23 de septiembre la PDI pide finalmente la captura de Garay a las policías internacionales, en Santiago se inició el proceso de incautar las fichas clínicas de Garay en dos recintos capitalinos. En las fichas -que están en poder del fiscal José Morales- no hay registros de cáncer, pero sí de depresión y alcoholismo. A sus amigos siempre les dijo que el tratamiento para su tumor lo hacía en el extranjero, pues conocía al “mejor oncólogo de Oriente”.

Desde el entorno de Angel Valencia, su abogado, aseguran que nunca sospecharon que decía mentiras hasta que -hace algunos días- una de las víctimas se le acercó y le dijo que su inversión la pudo hacer producto de un accidente laboral. La indemnización era todo lo que ese hombre tenía. Fue ese episodio el que prendió las alarmas.

Garay siempre criticó a los ejecutivos de las empresas acusadas de estafa piramidal que se apropiaban de dineros de “personas pobres” y decía que “lloraba al ver esas injusticias”. Para sus cercanos, Rafael Garay se convertía en todo lo que él mismo repudiaba.

Según un siquiatra que en alguna oportunidad tuvo un contacto con él, a propósito de un tratamiento, la cero empatía con su novia embarazada y sus clientes denota eventuales rasgos sicopáticos.

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Javiera Coloma tenía 20 años la noche del martes 18 de diciembre de 2007. Ese día, había salido junto a otras cinco amigas a celebrar que habían terminado su primer año de Odontología en la Universidad Mayor. Decidieron ir a Sala Murano, en Plaza San Enrique, Lo Barnechea, en el auto de su mamá, un Toyota Tercel.

Rafael Garay, de 32 años, esa noche andaba solo. A las dos de la mañana del miércoles 19 llegó al bar-karaoke Chihuahua, en Vitacura, donde decidió hablarles a tres mujeres desconocidas con las que coincidió a la entrada del local. Según la carpeta investigativa de la fiscalía, ninguna de ellas era bailarina del Passapoga, como trascendió en diversos medios. Dos tenían 26 años, la otra, 21 años. En sus declaraciones dijeron ser dueña de casa, fotógrafa y estudiante.

Garay y las tres mujeres entraron al bar, se sentaron en la barra y empezaron a beber. Según sus declaraciones, Garay tomó tres vodkas. En Chihuahua cantaron un poco y a las 3.30 de la mañana decidieron partir a Sala Murano, donde estaban Coloma y sus amigas.

María Francisca Calderón, 26 años, hija del abogado Hernán Calderón, esa noche estaba en casa de una amiga. Según su declaración, había tomado un ron con cola cuando decidió irse. Bajó por Avenida Las Condes y paró a comprar a una Copec, justo antes de llegar a Estoril. Eran las 4.15 AM. Calderón intentó cruzar la avenida Las Condes en su Peugeot rojo para dirigirse al oriente cuando el auto en el que iba Javiera Coloma la impactó. Francisca Arancibia, la amiga que manejaba y que se había tomado una piscola en Sala Murano, se azotó la nariz contra el manubrio. El resto de las mujeres quedó con diferentes contusiones y traumatismos, menos Coloma.

Un minuto más tarde pasó Rafael Garay conduciendo un jeep Ssangyong del año. A 91 kilómetros por hora, según la investigación, el auto del ingeniero comercial no alcanzó a frenar e impactó al Tercel de las universitarias, quienes se habían bajado del auto después del choque con Calderón. Coloma se llevó la peor parte y fue arrastrada 40 metros por el jeep de Garay, que terminó volcado. “Cuando logramos dar vuelta el jeep había una mujer inconsciente”, declaró el carabinero de la 37 Comisaría de Vitacura Patricio Vásquez.

La mujer de la que habla Vásquez era Coloma, quien quedó con un TEC abierto, perdiendo masa encefálica. La joven fue trasladada a la Clínica Las Condes, donde estuvo en coma por 15 días. Luego vendrían otros 18 días, hasta completar poco más de un mes internada. Coloma perdió un año de universidad y no pudo seguir con sus estudios de Odontología. En su lugar estudió Pedagogía en Educación, una carrera que se le podía hacer más accesible académicamente luego de las secuelas que le dejó el accidente. Desde Puerto Varas, donde hoy trabaja como profesora, Coloma dice que el accidente significó un giro total en su vida. “Me tuve que cambiar de carrera; los primeros meses quedé hablando como guagua; tardé un año en volver a caminar con normalidad y me dijeron que no iba a poder ser mamá”, dice. Además, hasta el día de hoy tiene que tomar remedios para enfocarse mentalmente.

Esa noche de diciembre de 2007, Garay marcó 2,37 en la alcoholemia, mientras Calderón 1,14 y Arancibia 0,23 gramos de alcohol en la sangre. En la prensa de la época el accidente trascendió por el involucramiento de la hija del abogado Hernán Calderón. Garay, quien a pesar de volcar y romper un poste sólo tuvo un TEC cerrado, todavía no era un hombre mediático.

A través de un procedimiento simplificado, el ingeniero fue condenado a 200 días de presidio remitido y suspensión de ocho meses de su licencia de conducir. Con la nueva Ley Emilia, los 2,37 que marcó en la alcoholemia, equivalente a cuatro o cinco destilados, le hubiesen significado una pena de  541 días a tres años de cárcel. Además, su licencia habría sido suspendida por cinco años.

Unos cuatro meses después del accidente, Garay habló con Coloma. “Yo estaba en la casa de Constanza Contreras, una de mis amigas con las que estaba el día del accidente, cuando él llamó”, recuerda la profesora, quien ahora tiene 29 años. “Cuando se enteró de que yo estaba ahí pidió hablar conmigo. Y lo que me impresionó en ese momento es que no pidió perdón, sino que se empezó a victimizar. Me dijo que él había sufrido mucho con el accidente, que lo estaba pasando muy mal. Nunca más volvimos a hablar”, recuerda.

El abogado Francisco Javier Aceituno, especialista en responsabilidad civil y negligencias médicas, a quien le tocó representar a las víctimas de Garay, tiene un recuerdo distinto. “En la audiencia, cuando lo formalizaron, se puso de pie, reconoció su error y les pidió disculpas a las familias de las víctimas”, asegura.

Garay libró de una demanda civil tras llegar a un acuerdo extrajudicial con las víctimas que tuvieron las lesiones mayores: la misma Coloma y Daniela Focacci, quien sufrió fracturas costales y quemaduras a lo largo de toda la pierna derecha. Garay pagó cerca de 60 millones de pesos. Pese a estar en el sistema Dicom en esa época, tuvo que pedir un préstamo informal para pagar a las familias de las afectadas. Carlos Motta Pouchucq, abogado especialista en defensas de accidentes de tránsito, recuerda que Garay lo contactó para lograr una salida judicial rápida al problema que se había generado en el accidente. “Lo único que puedo decir es que en esa oportunidad Garay cometió un error y lo reconoció”, recuerda  Motta. “Además de responder cabalmente con las víctimas, desde esa vez no supe más de él. En 2008 debió hacer un gran esfuerzo económico para lograr el acuerdo extrajudicial”, dice.

A pesar del acuerdo económico, Coloma dice que el dinero no fue suficiente para cubrir los 33 días de hospitalización en la Clínica Las Condes, ni tampoco la larga recuperación que vino después. Ese mismo 2008, Rafael Garay se convertía en vicerrector de Comunicaciones de la Universidad Central, cargo en el que estuvo hasta 2010 y que le serviría como plataforma para transformarse en experto en economía para radios y matinales de televisión.

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El 10 de agosto de 2011, Rafael  Garay fue uno de los presentes en el masivo funeral de Ernesto Silva Bafalluy, empresario y rector de la Universidad del Desarrollo (UDD), padre del ex presidente de la UDI del mismo nombre. En el lugar se reencontró con varios compañeros de generación y aprovechó la instancia para contactar a un viejo amigo: J.P.F.A.

“El me comentó que estaba formando una empresa y estaba ayudando a sus amigos, dándoles mayor rentabilidad a sus inversiones”, dice J.P.F.A., quien aún no quiere ser identificado, pese a que se alista junto a otros para presentar acciones legales para que el ingeniero devuelva su inversión, que en total fue de cerca de $ 50 millones.

Tras el funeral de Silva, se juntaron a comer.  J.P.F.A.  le dijo que, como se estaba separando, vendería su casa y que con eso tendría capital para invertir. Como Garay ofrecía una rentabilidad mínima de un 18%, bastante más que un depósito a plazo en el banco, le entregó primero $ 10 millones y luego fueron más. Hasta llegar a $ 50 millones. Al contrario de otras víctimas, el autodenominado economista le ofrecía devolver su inversión de forma anual.

J.P.F.A. recuerda que cuando comenzó a pedirle un adelanto de su inversión, Garay empezó a aludir a su enfermedad -que hoy está en entredicho- para dilatar las devoluciones, comentándole, por ejemplo, que había tenido que vender su auto porque se mareaba al conducir producto del tratamiento del cáncer.

Hasta que se fue del país hace unas semanas, J.P.F.A. nunca sospechó de Garay: “Los medios lo avalaban y siempre estaba presente para hablar de economía y política, respondiendo  dudas por WhatsApp. En los medios hablaba de los sinvergüenzas, estaba contra la gente fresca y uno pensaba que él no era uno de ellos”.

Los testimonios en que Garay usaba su enfermedad para eludir situaciones se repiten. Una cercana cuenta que un día le mandó un WhatsApp preguntándole por su estado de salud. Garay le respondió que estaba muy mal, que el tratamiento lo hacía vomitar todo el día, que incluso no tenía voz y que ya no podía más del dolor. Horas más tarde lo vio en un programa de televisión comentando acerca de su tumor. Le escribió sorprendida y Garay se excusó diciendo que había logrado dar la entrevista tras consumir una alta dosis de morfina.

La abogada Bárbara Salinas, quien trabajó con Garay en la demanda contra la estafa piramidal de IM Forex, que estalló en marzo de este año, cuenta que desde ese tiempo la enfermedad del ingeniero empezaba a rondar sus relaciones. “Se dio que nos ofreció una asesoría para colaborar en la parte técnica-financiera”, recuerda Salinas. “Su colaboración fue ad honorem, porque decía no soportar las estafas, y aunque su aporte fue real, tampoco fue gravitante”. Salinas dice que dejó de pedirle ayuda en mayo pasado, cuando se dio cuenta de que estaba en la última fase de su supuesta enfermedad. Ese mes, Garay partió a Asia a buscar tratamientos para un tumor en el cerebro. “Nunca dudé de su enfermedad. Lo que decía sobre IM Forex o AC Inversions durante esos meses para mí era como si fueran sus últimas batallas antes de morir. La paradoja es que si hubiese visto alguno de los contratos que tenía con sus clientes, me habría dado cuenta de inmediato de que estábamos ante una estafa”, señala.

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En 2013, Rafael Garay fue candidato a senador por la Octava Región Costa en un cupo del PRO, pero en Concepción dicen que fue más bien una candidatura transversal.

Roberto Pucheu, un militante de RN y parte del núcleo duro de Garay en esa campaña, dice que “la candidatura era apoyada por gente que iba desde la UDI hasta el PRO. El supo seducir a un grupo amplio de personas de forma profesional y convincente. A mí su propuesta de entregar un millón para el fondo de pensiones de cada recién nacido me parecía brillante”.

Pucheu dice que Garay era tímido en los puerta a puerta, pero a pesar de todo, tenía un magnetismo especial con las mujeres. “No sé si por el karate y esta imagen de pelado viril, pero tenía ocho mil mujeres que le decían ‘te amo’. Se las arreglaban para pasarle papelitos, mandarles mensajes”, cuenta Pucheu.

La campaña de Garay fue austera y se construyó mayormente en base a sus apariciones en medios. A su grupo cercano le había dicho que vendió su auto deportivo de $ 25 millones y que había puesto algo más de dinero de sus ahorros. Con los aportes del PRO habría sumado unos $ 60 millones para la aventura electoral. Rodrigo Rozas, candidato a Core por el PRO y que hizo parte de la campaña con Garay, dice que sus recursos fueron casi inexistentes. “Con suerte imprimió mil volantes. Yo me saqué fotos con él y salía en los míos, a ambos nos convenía. Con los 44 mil votos que sacó, a 70 pesos el voto, le deben haber devuelto unos 20 millones”, afirma.

Garay sacó un 9% de los votos, y a pesar de que no pudo ganar, impidió que Alejandro Navarro y Camilo Escalona, ambos entonces de la Nueva Mayoría, lograran el doblaje. Los senadores electos por la zona fueron Navarro y Jacqueline van Rysselberghe.

En su círculo de entonces cuentan que la derrota devastó a Garay. Se borró de Concepción y recayó en el alcohol. Muchos perdieron contacto hasta el funeral de su padre, de 93 años, Aquiles Garay, quien murió a mediados de 2014. Esa vez, sus ex colaboradores en la campaña lo fueron a apoyar. “Fue la última vez que lo vi”, dice Pucheu. “Todos los que trabajamos ad honorem en su campaña por tres meses quedamos muy decepcionados de él”, asegura.

Garay, por su lado, también quedó enojado con sus otrora integrantes del comando, quienes le pidieron que viera a un sicólogo para salir del bajón emocional en el que estaba. El ingeniero lo tomó mal y cortó relaciones. Ese parece ser un patrón definido en la vida de Garay: entrar en un equipo, un proyecto, involucrarse profundamente, para luego quemar los puentes en su camino de salida.

La vida de Garay en su natal Concepción también atrae dudas. Conocidas son sus historias de dudosa procedencia, como la del rescate a un par de amigos en la planta nuclear de Fukushima luego del terremoto de Japón y que armó en base a un relato de cobertura periodística -que por cierto no incluía un rescate- de su amigo, el conductor de televisión Iván Núñez. Otros dicen que el tumor cerebral puede haber estado inspirado en la muerte de Cristián Martínez, figura nacional de las artes marciales, quien murió en 2009 de un tumor cancerígeno similar al que Garay dice tener. Otra historia que el ingeniero solía contar era sobre un viaje a Tailandia en 2003 para el terremoto y tsunami que sacudieron a ese país. Esa vez fue junto a un amigo a buscar el cuerpo desaparecido de un compañero de kudo, cuerpo que finalmente, según Garay, encontraron.

Otra de las dudas sobre su vida en Concepción tiene que ver con un supuesto hermano fallecido en un accidente en 2011, una historia que Garay les contaba a miembros de su equipo de campaña con tono afectado. Según el Registro Civil, el ingeniero tiene sólo una hermana, Soledad (44), quien hasta el año pasado fue la directora de Arquitectura de la Universidad San Sebastián, en Concepción. Por otro lado, uno de sus familiares confirma que “siempre han sido Rafael y Soledad, nada más”.

La supuesta pobreza que dice haber sufrido en su juventud en varias entrevistas también parece ser relativa. Cuando su padre, Aquiles Garay, y su madre, Nivia Pita (70), estaban juntos vivían en una casa camino a Santa Juana que tenía una cancha de tenis adentro. La casa era conocida como “el castillo”. Cuando Aquiles, quien era contador auditor y tenía varios negocios en Concepción, se separó de su esposa 25 años menor, Garay, su madre y su hermana se cambiaron a una casa más austera. Hace varios años, eso sí, la madre de Garay vive en Collao, un barrio de clase media acomodada.

La delgada línea entre la verdad y la mentira, en el caso de Rafael Garay, parece hoy ser más delgada que nunca.

La Tercera

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