El ministro Jackson, en entrevista del domingo a este medio, asevera que muchas de las reformas del programa presidencial, “con el marco constitucional actual, no se podrían llevar adelante”.
La afirmación es un perfecto sinsentido. Salvo que los redactores del programa presidencial hubiesen dispuesto de una máquina del tiempo, resulta incongruente sostener que la viabilidad de lo que escribieron dependía crucialmente de la aprobación de un texto constitucional que solo conocerían medio año más tarde.
Hasta ahí la lógica. Vamos ahora a lo factual. No se ha escuchado decir al ministro de Hacienda que cinco puntos más de carga tributaria —primer piso del programa de reformas del Presidente— requieran de la aprobación de una nueva Constitución. Quizá no se logre exactamente la carga tributaria deseada, pero así funcionan las democracias representativas. El objetivo de “cumplimiento” del programa, bajo estándares históricos de logro, contrariamente a lo que sostiene el ministro, no pasa necesariamente por aprobar la propuesta constitucional.
Cosa distinta ocurre si el real objetivo es la sumisión perpetua del país a un programa de izquierda radical. Ahí sí se requiere el nuevo diseño constitucional propuesto: un traje a la medida para sobrerrepresentar a grupos de interés, susceptibles de ser capturados por idearios radicales y con escasos contrapesos en otros poderes del Estado. Y es en pro de este segundo objetivo que la propaganda de los meses venideros, siguiendo los dichos del ministro Jackson, continuará insistiendo en que se requiere aprobar la nueva Constitución para cumplir el programa presidencial. A otro perro con ese hueso. (El Mercurio Cartas)
Jorge Quiroz
