Cuba y Venezuela, lo esencial es invisible a los ojos

Cuba y Venezuela, lo esencial es invisible a los ojos

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Uno de los rasgos menos valorados de una democracia es la casi total certeza de que quienes pierden una elección, o no logran imponer sus puntos de vista durante un debate público, se mantienen con vida. No morir tras un entrevero político es un desenlace específico de la democracia. Lamentablemente, poco apreciado.

Ello es válido de forma particular en América Latina, donde hay una despreocupación generalizada por este valor. En esta parte del mundo se entrega escasa atención a las señales de deterioro y no se asume que, en una democracia, la fuerza y la violencia deben ser siempre reemplazadas por la sutileza y la autocontención. No hay conciencia de que tal reemplazo es algo intrínseco a la convivencia civilizada.

Los actuales momentos regionales muestran cómo la pérdida paulatina de libertades, la manipulación descarada de procesos electorales y las crispaciones centrífugas y desestabilizadoras, son vistos con una buena dosis de indiferencia. Incluso, algunos las consideran “saludables”. No se toma nota que cada uno de ellas es un augurio lo suficientemente peligroso como transformarse en una especie de hilo de Ariadna hacia el autoritarismo, cuando no directamente al totalitarismo.

En esos regímenes, los calvarios en mazmorras carcelarias, el relegamiento vigilado en los márgenes de la sociedad, el asesinato frío e incluso un exilio intranquilo, cubren la mayor parte de las posibilidades de destino de quien pierde un tira y afloja político.

Sabido es que las no-democracias latinoamericanas se inspiran en otras latitudes para ensayar fórmulas hacia la neutralización de rivales. Por eso, mientras en algunos momentos existenciales hay tentaciones por modalidades perversas y tenebrosas, en otros se opta por la degradación repentina del individuo. La opción por una u otra, depende de los humores de los gobernantes, de las circunstancias generales y de los momentos políticos que se viven.

No se peca de exagerado al sostener que, en la primera opción, la realidad muchas veces supera a la imaginación. La solución norcoreana es quizás la más espeluznante. El amigo de no pocos latinoamericanos, Kim Jong-un, hijo y nieto de sátrapas, parece haber aprendido estas cosas durante su más tierna infancia. Hace poco tiempo, un estrecho colaborador y tío -que osó manifestar algún tipo de desacuerdo con él- fue lanzado vivo a una jauría de perros no alimentados durante unos días. Varios asesores lo habrían acompañado en tan infausto viaje final.

Fueron acusados de “traición”. Por eso, la noticia que le siguió meses después fue igualmente escalofriante. Un ministro, que habría tenido la poco feliz idea de expresar cierta compasión por el desdichado compañero de gabinete, fue mandado al paredón (algo adoptado con entusiasmo en esta región desde los años 60 hasta avanzados los 80). Allí, lo pulverizó con un lanzallamas.

El otro camino es el de la degradación, consistente en una especie de decapitación social, con reprimendas públicas al acusado. Luego, es enviado a los márgenes de la sociedad, donde se le obliga, literalmente, a vegetar.

Por ese camino fueron llevados los cubanos Carlos Aldana, Roberto Robaina, Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, a quienes, sin juicio ni exhibicionismo mediático, se les defenestró en silencio. Se convirtieron en símbolos de las purgas ocurridas entre finales de los 80 hasta los 90. Por azares del destino, ninguno terminó en el paredón.

Por estos días ha surgido un súbito interés por estos “modelos” no-democráticos de “resolución de controversias”. Ahora se trata de un alto funcionario venezolano, esfumado abruptamente de la escena pública hace algunos meses, que acaba de reaparecer en medio de gruesos epítetos acusadores. El mensaje del régimen parece claro. Sigue con vida.

Su desaparición había merecido atención mediática y desatado más de alguna especulación en las redes sociales, pues se trata de un carismático personaje muy conocido entre los especialistas en los vericuetos del chavismo-madurismo. Había alcanzado gran figuración pública, ejerciendo altos cargos con Chávez y otros más altos aún con Maduro. Pese a estar muy compenetrado con los dislates del régimen, tenía un aura de tecnócrata. Algo parecido a Aldana y Lage en Cuba. Con Maduro se había encumbrado a los cargos de vicepresidente del país y presidente de PDVSA. En numerosos reportajes y textos se le señalaba como el “zar del petróleo”.

Al percatarse de su desaparición, unos decían que había renunciado. Otros recurrían a una expresión eufemística muy popular en esos ambientes. “Al compañero, se le asignaron nuevas responsabilidades”. Sin embargo, pasaban los días y el tecnócrata no aparecía. A fines de marzo, las dudas se acabaron y se concluyó que había ocurrido lo obvio. El hombre había caído en desgracia.

Se le acusa de “traidor” y “codicia”, algo que no augura nada bueno. Cuarenta de sus antiguos colaboradores también están en la misma situación. Huele a razzia.

Surge una interesante duda. ¿Cuál será la medicina que le aplicará el régimen madurista?

El caso ofrece un cierto paralelo con el del general Arnaldo Ochoa, fusilado en Cuba en 1989 tras un aparatoso proceso. Como se sabe, Ochoa recibió las más altas distinciones del país, en tanto héroe de las misiones militares en Etiopía y Angola. Fue jefe de más de 70 mil soldados desplegados por África. Era carismático y querido por sus soldados.

Ochoa empezó a ser visto como una muy posible carta de recambio, cuando Fidel Castro daba muestras de agotamiento y desconcierto ante el derrumbe del comunismo que se estaba produciendo en Europa. Justo en ese momento, se le descubrió la “codicia” y su suerte quedó sellada. Tras un juicio marcado por el exhibicionismo (una forma de amedrentamiento social), se le fusiló junto a sus más cercanos colaboradores.

Veremos ahora qué ocurre con este nuevo caso. Aprovechando que se acercan elecciones presidenciales, bien se puede optar por amedrentar, mediante un amplio exhibicionismo, para mandarlo luego a un viaje a las tinieblas. O quizás, los humores imperantes hagan prevalecer la idea de depositarlo silenciosamente en algún lugar y vigilar cómo vegeta.

Lo esencial de esto es que la conducta venezolana sigue patrones ensayados anteriormente en aquella experiencia-madre llamada Cuba. Sin embargo, el real ascendiente y dominio de ésta sobre Caracas es algo invisible a simple vista, como diría El Principito. El caso se intuye sugerente.

Sin embargo, en sus detalles, ésta y otras purgas quedarán para los historiadores. Se conocerán recién cuando se produzca el inevitable naufragio final. Por ahora, se está viviendo allí un muy accidentado período pre-electoral. Se observan vicisitudes que, vistas desde la democracia, conviene no perder vista. (El Líbero)

Iván Witker