Cristián Larroulet, el “consigliere” del Presidente

Cristián Larroulet, el “consigliere” del Presidente

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“Ahora, mi soberano, es preciso obrar prontamente con los rebeldes que se han levantado en Irlanda, antes que un largo aplazamiento les permita aumentar sus medios de acción en ventaja suya y para ruina de vuestra Alteza”

Shakespeare. Consejo de Green al rey Ricardo II

En todo tiempo y ante crisis sociales profundas hay consejeros que sugieren al monarca o a la autoridad aplicar la mano dura y sofocar cualquier vestigio de rebeldía. Ese consejo hoy choca con las encuestas y el escrutinio universal de las redes sociales. Con todo, es una respuesta gubernamental que tienta y sigue ahí solapada en nuevas leyes que dejan en una frontera difusa las expresiones legítimas de malestar social y la violencia vandálica. Ésta es la alternativa fácil, la que se asimila a un golpe de autoridad o a una malentendida recuperación de la iniciativa política.

La cuestión es ¿qué se puede esperar del actual gobierno? Muchos creen que poco, que hay una parálisis en las decisiones, que ni la mano dura podría rendirle. Es cierto, pero la racionalidad, sobre todo en política es imperfecta, y muchas veces se tiende a recurrir a lo que se conoce o se considera irrenunciable. Esa es una de las tragedias shakesperianas que ha desnudado el estallido social y que pesa en las decisiones del actual gobierno.

Desde que se estableció el denominado “Segundo Piso” en La Moneda con el Presidente Ricardo Lagos, cada mandatario le ha conferido un rol y estructura particular a su entorno de asesores. Pero en cada caso siempre hay una o dos cabezas que ponen las líneas y criterios del “staff “. En el esquema del actual gobierno de Sebastián Piñera el jefe de asesores es Cristián Larroulet Vignau, de larga trayectoria en la UDI, en Libertad y Desarrollo, actividades académicas y funciones de gobierno.

A poco de iniciado el estallido social del 18 de Octubre, el Senador Manuel José Ossandón remarcaba que el Presidente no tenía una comprensión de los problemas y demandas que planteaban los ciudadanos y que estaba muy mal asesorado. Ossandón apuntó decididamente a Larroulet sosteniendo que “ha pasado colado”, siendo que es “el orejero del Presidente”. Si bien el concepto de “orejero” es solo coloquial, se asocia comúnmente a alguien “adulador” u “obsecuente”. Para ser justos es improbable este sea el caso, considerando que Larroulet tiene convicciones muy definidas y ha sido consistente a lo largo de los años en su mirada economicista de la sociedad bajo el modelo neoliberal.

Pese a ello, Ossandón puso en el tapete un punto relevante, que es el rol de un asesor muy influyente en la postura que adoptaría el gobierno frente al estallido social. Los detalles de quien sugirió qué cosas difícilmente los conoceremos, pero es fácil establecer cuál pudo ser la mirada que avaló la distancia del gobierno frente a cambios estructurales, optó por respuestas sociales limitadas y un uso de la fuerza que terminó siendo indiscriminado desde muy temprano en la crisis.

En 2003, Cristián Larroulet fue elegido miembro de número de la Academia de Ciencias Sociales y Morales del Instituto de Chile, ocasión en la que esbozó en su discurso lo que había sido parte de su trayectoria académica y política, así como las ideas que lo habían inspirado en ambas. Para Larroulet su interés estaba en el “desafío de los países por alcanzar el desarrollo”, cuyo pilar central es el crecimiento económico y las estrategias del Estado utilizadas a lo largo de nuestra historia. Evidentemente en esta relación temporal el expositor pone una crítica al primer gobierno socialista de la Concertación, afirmando que, desde 2001, el menor crecimiento estaba produciendo “frustración en todos los niveles de la sociedad”. Afirmación que no deja de ser curiosa dada la falta de sensibilidad con lo que pasaría años después. En otras intervenciones, en especial en un foro en España durante 2018, planteó reparos también a los gobiernos de Michelle Bachelet, pese a sostener, en esa misma instancia, que el modelo económico neoliberal chileno se consolidó y profundizó a lo largo de todos los gobiernos democráticos.

Es interesante destacar que Larroulet plantea como claves del desarrollo las instituciones y las políticas económicas. Pero su perspectiva no considera las instituciones como organizaciones fundamentales del Estado ni otorga un rol preponderante a las políticas públicas. Su particular visión asume como instituciones y políticas económicas: el derecho de propiedad; la existencia de economías de mercado; la economía abierta; una suerte de marco de competencia y eficiencia productiva que denomina “creación destructiva”; existencia de capital humano; políticas que promuevan el equilibrio macroeconómico; y la calidad del Gobierno con escasa intervención de éste en el mercado. Es claro que en esta base del modelo de desarrollo neoliberal no caben ni tienen relevancia las políticas de fomento, que además desestima por ineficientes, ni políticas sociales a excepción de la incidencia de la educación en el mejoramiento del “capital humano”.

Promover la visión neoliberal como institucional no es equívoco como pudiera pensarse, al menos en este caso no se trata de un error conceptual. En la experiencia chilena tiene plena vigencia porque no solo hay aspectos constitucionales que permiten sostener aquello, además hay dos elementos que llevaron el modelo económico a un nivel casi inamovible y que solo fueron posibles por reformas ejecutadas por la dictadura. La primera fue una reforma laboral que prácticamente proscribió la sindicalización y minimizó los derechos de los trabajadores; la segunda, fue la reforma al sistema de pensiones estableciendo la capitalización individual bajo administración privada. Este último punto, sin que lo desarrolle Larroulet en todo su detalle probablemente porque sería motivo de vergüenza, es lo que le permite sostener en el exterior que Chile cuenta con un sólido y profundo mercado de capitales, cosa que representaría una de sus principales fortalezas.

En 2018 el jefe de asesores destacaba la solidez de la democracia y la fortaleza de una economía social de mercado particularmente abierta al mundo. A su juicio se había alcanzado, ya en los primeros meses de gobierno, “un proceso de progreso y paz social”. En una visión más política hacía presente una radicalización de la izquierda en el segundo gobierno de la Presidenta Bachelet que se ejemplificaba con la idea de la “retroexcavadora” que sostuvo Jaime Quintana. Como ironía del destino hoy el mismo Quintana afirma que se quedó corto y se necesitan tres de estas máquinas formidables.

Como sea, para Larroulet la aventura socialista de Bachelet quedaba atrás, era un paréntesis porque la segunda elección, con un triunfo electoral “contundente” de Piñera, era un rechazo a esa izquierda. Para mayor abundamiento los chilenos estaban satisfechos con el modelo, un indicador que la sociedad se había corrido a la derecha. Larroulet destacaba que el 67% declaraba estar mejor que sus padres y que la democracia, la economía social de mercado y la superación de la pobreza contaban con un alto valor en la sociedad.

La retroexcavadora era un mal sueño que conducía a un socialismo moderno, el triunfo de Piñera era en buena parte una manifestación de “…lo que ocurre cuando un gobierno adopta políticas equivocadas”. Sería fácil criticar todo esto a la luz de los hechos recientes, pero hay un par de cosas que ya entonces eran cuestionables. Por un lado, resulta abrumador como en el análisis economicista del gobierno se pierden las personas y casi desaparece la política, lo relevante es lo macro. Un segundo aspecto tiene que ver con el sinceramiento que lo “institucional” pasa por el mercado y no por los poderes y órganos del Estado. Esto vendría a explicar varias crisis en reparticiones públicas durante el primer gobierno de Piñera y el deterioro de muchos servicios en los años siguientes, con despidos masivos mediante. Al fin y al cabo, lo que importaba era el tamaño reducido del Estado y ciertos espacios de eficiencia. Era la exaltación de la “ventanilla única”.

Maquiavelo, en El Príncipe recomienda al soberano: “…si consideramos esto con frialdad, hallaremos que, a veces, lo que parece virtud es causa de ruina, y lo que parece vicio sólo acaba por traer el bienestar y la seguridad”. Es una forma de decir que no importa la ética, si no los resultados. El fin que justifica los medios y obsesiona a Larroulet es el desarrollo, pero la crisis revela la letra chica del proceso chileno. Es un desarrollo que ya llegó con creces a Sanhattan y a la cota mil y que, en contrapunto, disfraza la pobreza de muchos con un interminable endeudamiento. No estábamos cerca de la crisis de los ingresos medios que frustra el desarrollo, era algo mucho más profundo y, por cierto, más difícil de entender y abordar.

Ahora, con la furia latente en las calles y casi como una expiación, el gobierno recurre a proyectos convenientemente olvidados de la ex Presidenta Bachelet, otrora denostados por “socialistas” o “populistas”; son la tabla de salvación que queda. En este naufragio inmenso ese recurso se asume con poca convicción, después de todo el gobierno anterior era la suma de todos los males. Tampoco hay que olvidar el poder del orgullo propio. Ese orgullo que exaltaba un Chile abrazado al modelo a través de gobiernos de distinto signo y que callaba las camisas de fuerza que lo sostenían; la actitud jactanciosa de las cifras macro y la insignificancia de las personas de carne y hueso; la reverencia al impulso privado en desmedro de las políticas públicas que tanto daño ha causado a la salud y la educación. Son muchos los desgarros de la sociedad chilena y muy largo el proceso de sanar, pero cuidado porque siempre estarán los que no quieren que las cosas cambien. Aquellos que de tanto repetir las mismas ideas miran al resto como los eternos equivocados y que a pesar de toda la evidencia buscarán el modo de seguir y perseverar porque el desarrollo, con sus mercados maduros es, al final, lo único que importa. (La Mirada Semanal)

Luis Marcó

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