Constitución

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Se habla mucho de la Constitución y de los constituyentes. Se señalan los modelos externos que debemos imitar o que deben guiarnos. Seguimos aspirando a ser una copia de otros. Nada ha cambiado: llevamos dos siglos pensando en función de otros que sirven de referencia. Y cuando se han redactado textos considerando las complejas experiencias vividas (1833 y 1980), se los ha motejado de dictatoriales. Este último término ha significado, por sobre todo, que se niega el progreso, la ilustración, la civilización y la democracia como resumen de todo.

Sin embargo, la Constitución significa cómo nos constituimos como cuerpo político. Y para lograr esto tenemos que comenzar por sentirnos uno, ser una unidad, lo que implica saber quiénes somos y qué pretendemos. Por aquí empezamos a naufragar.

Desde medio siglo antes de la Independencia nuestros grupos dirigentes comenzaron a plantear que nuestro ser hispanoamericano era bárbaro e indigno de las luces, del progreso y de la civilización que debía caracterizar a las sociedades modernas. Desde entonces comenzamos a negarnos. La República agudizó esta tendencia y sus metas educacionales privilegiaron a la sociedad occidental, con su racionalidad de corte matemático. El éxito logrado durante el siglo XIX con la educación y el control del orden público nos reforzó en la tendencia a negar nuestro ser mestizo, que implica ser diferente tanto de lo occidental como de lo indígena, formando algo histórica y culturalmente original. Esta negación genera la fisura entre pueblo y grupos dirigentes que tanto dificulta el gobierno del país.

Hoy la educación no apunta a ningún lado, dejando de ser una moldeadora social. Y Europa, el núcleo de lo occidental, reniega de su pasado en base, sorprendentemente, a ideologías rupturistas occidentales. Al no tener ese modelo que nos guio, no tenemos nada sustantivo que copiar. Lo que se plantea ahora es reproducir algunos mecanismos que han tenido éxito en países europeos: semipresidencialismo, derechos sociales, carácter y función del Estado, etc. Así vamos a una copia de segundo grado, porque desconocemos o nos negamos a reparar en el sustrato cultural que ellos pueden tener en sus respectivos países, para luego compararlo con lo que tenemos o no tenemos nosotros. Pero nuestro ser mestizo continúa ausente.

Se habla mucho, pero no se dice nada. Lo de la Constitución es un vacío negro y profundo del que no podremos salir si antes no reconocemos lo que verdaderamente somos. (El Mercurio)

Adolfo Ibáñez

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