Camilo y Gutenberg

Camilo y Gutenberg

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No son amigos míos pero tengo una relación cordial con ellos después de haber coincidido en diversos foros. Pienso distinto a ambos; uno socialista y el otro democratacristiano, pero tengo una buena opinión de los dos pese a haber estado en trincheras opuestas la mayor parte del tiempo.

Compartimos una generación en que las diferencias políticas han sido importantes, quizás demasiado, en la vida de los chilenos.

Mi respeto a estos dos políticos se basa en varias cosas: primero, conciben el ejercicio del poder como una oportunidad de servicio público y no una forma de servirse de él para beneficio personal, algo que se extraña en estos tiempos; segundo, ven esta actividad como un espacio de reflexión y discusión de ideas y no como una feria de vanidades y ofertas populistas. Y tercero, valoran y practican la tolerancia, el diálogo y los acuerdos, que son, en mi opinión, parte de la esencia de la política.

Dos políticos serios, nadie podría negarlo. Y, sin embargo, en la escena política de hoy, ambos aparecen como derrotados, o al menos ausentes.

El caso de Camilo Escalona es más patente. Vencido hace una semana por Isabel Allende en su intento por alcanzar una vez más la Presidencia del Partido Socialista (PS), se vio enfrentado a toda la maquinaria del gobierno de Michelle Bachelet encabezada por el ministro del Interior Rodrigo Peñailillo y sus leales, quienes bloquearon la llegada de Escalona a la cabeza del PS castigando sus aires independentistas. Les resultaba más cómoda la senadora Allende que ha mostrado una actitud de apoyo incondicional a la Presidenta.

Escalona ha venido fustigando desde hace ya un tiempo las insensatas políticas de gobierno que le han restado el apoyo ciudadano de una manera vertiginosa. Ha apelado al sentido común y moderación de los chilenos, procurando que la Nueva Mayoría corrija sus radicales reformas en el ámbito tributario y educacional. Pero no ha sido escuchado. Ha dado la lucha, pero la ha perdido. Es el tiempo de los Peñailillo, los Harold Correa y los Robinson Pérez, la generación G90, que campea hoy en la Nueva Mayoría y pretende una radical transformación de la sociedad chilena cuyo rasgo más relevante es el aumento de poder de los políticos a costa de los ciudadanos.

La derrota de Gutenberg Martínez ha sido más silenciosa, en clave democratacristiana. Hace un año reapareció en la política chilena coincidiendo con la salida de la primera línea de su esposa, la ex senadora Soledad Alvear.

Su proyecto era ambicioso y visionario: posicionar otra vez a la Democracia Cristiana (DC) como la primera fuerza política chilena. Las condiciones estaban dadas: la población rechazaba las reformas extremas de Bachelet y en particular las bases democratacristianas se habían opuesto con fuerza a las reformas tributaria y educacional que golpeaban a la clase media. El entonces presidente del partido, Ignacio Walker, al menos en el tema educacional, insinuaba una posición discrepante de la DC de los contenidos de las reformas gubernamentales que atentaban contra la supervivencia de la educación particular subvencionada, modalidad poblada profusamente en todos sus estamentos por militantes y simpatizantes de la Democracia Cristiana. Esa posición independiente se diluyó a la hora de votar y la DC terminó apoyando la reforma.

Gutenberg Martínez tuvo la osadía incluso, en esos tiempos lo era, de desafiar la figura intocable de Bachelet al afirmar que la Nueva Mayoría no era una alianza política sino un pacto electoral con fecha de vencimiento.

La DC tenía que renovar su directiva en abril y muchos pensaron que Gutenberg Martínez sería candidato a ocupar la presidencia del partido, levantando las banderas del camino propio. Una operación política sofisticada y audaz.

Y ahí fue cuando en esos rituales DC que sólo ellos entienden, se inició un proceso interno de negociación y medición de fuerzas. Y Gutenberg perdió. Su candidatura interna se bifuminó dando paso a una lista encabezada por el senador Jorge Pizarro, el más funcional de los democratacristianos al proyecto de Michelle Bachelet.

¿Qué falló? En mi opinión el músculo de la DC, reblandecido por la conducción de Ignacio Walker quien terminó vendiendo su posición por el plato de lentejas que significa ser pre candidato presidencial.

 

 

 

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