Cambio de gabinete

Cambio de gabinete

Compartir

Lo más interesante de estas 72 horas anunciadas en un plató televisivo ante Don Francisco (el nuevo coro griego, el sustituto de la sociedad entera) no es su resultado, (una previsible mezcla de saldos y novedades) sino el tono dramático que han poseído.

¿A qué se debe ese tono?

Para saberlo es imprescindible recordar que en los dos gobiernos de la Presidenta Bachelet ha habido cambios de gabinete con el mismo tono de inflexión, con la misma apariencia de estar doblando la esquina definitiva.

En esa repetición está la primera pista.

Cuando las cosas ocurren dos veces -la primera como tragedia, la segunda como comedia, según la frase que Marx atribuye a Hegel- debe haber algo subyacente que lo produce.

¿Qué hay de común en los dos gobiernos de la Presidenta Bachelet para que en ambos el cambio de gabinete -habitualmente un trámite ordinario- adquiera ribetes dramáticos? ¿Por qué en ambos el cambio de gabinete se parece a un sueño que se apaga?

Todo eso es culpa del propio Gobierno y su manía de profundidades: de cambios estructurales, profundos, inaugurales. Ese obvio anhelo que a veces asoma en la Presidenta Bachelet de ver la política, y su propio quehacer en ella, como una actividad salvífica.

La Presidenta Bachelet, tanto en el primer gobierno como en este, ha creído ver en la sociedad chilena la necesidad de un cambio profundo que ella encarnaría. Primero fue el gobierno ciudadano, la tesis del empoderamiento general, todo el poder a la gente de a pie; ahora fue la tesis según la que habría un movimiento subterráneo que hacia imprescindible y urgente refundar el proceso modernizador para proveerlo de una legitimidad de la que carecía. Pero no era ni lo uno ni lo otro. A poco andar se advierte lo obvio: la profundidad no existía, la estructura no estaba. Eran el fruto de una manía. Y el resultado salta a la vista: el cambio de gabinete -uno de los trámites más ordinarios de la política- adquiere el cariz casi sentimental de un abandono.

Esa es la razón de por qué este cambio de gabinete semeja el capítulo de un drama sentimental: para un gobierno que anhela profundidades, cualquier tropiezo, por frecuente que sea, equivale a una desilusión.

Es como si ambos gobiernos (el del 2006 y el de ahora) hubieran estado presos de una manía de profundidades amenazada, a poco andar, por la decepción.

Y es que esa manía de profundidades en vez de contribuir a los cambios reales (el educacional, el laboral, el constitucional o cualquier otro) acaba entorpeciéndolos, haciéndolos tropezar con su propia exageración, sustituyendo el cambio por la retórica, la realidad por su fantasma, la crítica genuina por la queja ignorante ¿No ocurrió ya esto con la reforma educacional? ¿No está ahora a punto de ocurrir con la vaga alusión a un proceso constituyente? ¿No ocurre en ambos casos que la imaginación retórica encubre la realidad?

La manía de profundidades en vez de poner atención a los detalles, se esmera en construir una justificación global; en vez de atender a las naturales desavenencias del proceso político, se cuida de fomentar las simples lealtades; y en lugar de estar alerta frente a las consecuencias, se preocupa nada más de las convicciones. Así, en vez de diseñar bien la reforma educacional, se puso más atención al discurso que presumía justificarla; en vez de poner oídos a las discrepancias que habrían ayudado a corregir errores, se las apagó haciendo sinónimas la lealtad perruna con la simple lealtad; y en lugar de prever las consecuencias, se cuidó la simple fe en el programa.

El nuevo gabinete -una previsible mezcla de saldos y novedades- tiene delante suyo ante todo un desafío de circunspección para que las cosas resulten. Su primera tarea consistirá en atender a lo que Ortega y Gasset llamó alguna vez la orden del día: disponerse a gobernar sin ilusiones, curarse de la manía de profundidades, recordar la sabiduría de Mitterrand según la cual en política no son las intenciones ni la subjetividad las que importan, si no los resultados.

Esa es la única forma de evitar que la próxima vez de nuevo se cambie el gabinete con el sentimentalismo y las lágrimas de quien abandona un sueño.

Dejar una respuesta