Bukele. ¿Dictador millenial o el presidente más cool?

Bukele. ¿Dictador millenial o el presidente más cool?

Compartir

¿Es Bukele de veras un personaje del todo desconocido?, ¿es realmente novedoso en cuanto a sus iniciativas?, ¿a qué se debe su extraordinaria popularidad entre los salvadoreños? La verdad es que hay miles de preguntas bastante interesante de escudriñar, especialmente desde una perspectiva chilena. El deseo íntimo que acarician moros y cristianos de nuestro país, que aparezca un personaje providencial, con ideas frescas e innovadoras, y que ojalá cale hondo en el alma nacional para salir del embrollo nacional, obligan a mirar con una dosis de frialdad a Bukele, ese presidente de aspecto y de conductas tan poco convencionales y que demuestran lo imprevisible de ciertos cursos políticos.

Hay quienes sostienen que el mandatario salvadoreño responde simplemente a un nuevo tipo de populismo, esa lacra que persigue a América Latina desde hace hace muchísimas décadas y que el historiador británico Alan Knight definiera como espejismos de caminos fáciles y engañosos. En tal línea de razonamiento, Bukele sería sólo una versión propia de este siglo.

Ojalá fuese tan sencillo. Sin embargo, el trasfondo y el contexto del personaje apuntan a algo más complejo.

Un primer asunto lleno de confusiones es su origen. Por lo mismo, es inconsistente con su vida familiar y trayectoria política, aquella esa sugerencia de tomarlo casi como un caído del cielo y un aparecido.

En efecto, los Bukele son una de esas típicas familias latinoamericanas compuestas por vástagos sumamente prolíficos, conformando verdaderos clanes. Y los Bukele han sido excepcionalmente numerosos, siguiendo un curso idéntico al de cualquier familia promedio de inmigrantes. Los recién llegados siempre se ganan la vida como comerciantes, o bien ejerciendo oficios tradicionales, y esperando una segunda o tercera generación para llegar a la formación universitaria. Entre ellos, siempre surge un integrante de la familia que decide incursionar en la política.

Es el caso de Mario Bukele Kattan, tío del actual mandatario. Ocurre que Mario cultivó desde muy joven una muy estrecha amistad con los hermanos Shafik y Farid Handal, también descendientes de inmigrantes del Medio Oriente. El primero, Shafik es el legendario secretario general del Partido Comunista salvadoreño. El segundo, Farid, se ocupaba de asuntos más peligrosos, como sacar y entrar clandestinamente del país a militantes del PC. La mano solícita de Mario, siempre estuvo a su lado. Fue tanta la confianza y amistad, que se terminó casado con una hija de Farid. Falleció en 2016, y era hermano de Armando, padre del actual mandatario.

Nayib tuvo una fuerte cercanía con su tío, considerado el “intelectual” del clan. Por eso, desde los años universitarios combinó la curiosidad política con su precoz trabajo en Obermet, la agencia de publicidad fundada por su padre, quien daba amplio espacio comercial a este hijo tan despierto. Armando Bukele tenía otros intereses. Se fascinaba con la lectura diaria del Coran. Por eso, mientras el joven engrosaba las arcas con jugosos contratos gracias a los nexos políticos de su tío, el papá se transformó en un influyente clérigo musulman; fue imam de San Salvador. Nayib partió manejando las cuentas de ONG periféricas al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, para asumir luego de manera directa las campañas de publicidad de instituciones de gobierno y de propaganda del propio FMLN.

 

Información dispersa habla que el gran eslabón entre Obermet y el FMLN fue un guerrillero llamado, Roberto Lorenzana, quien llegó a ser jefe de gabinete del expresidente Salvador Sánchez Cerén (2014-2019). Era un comandante, pero ante todo, un gran amigo de los Bukele y los Handal.

Por ello, no deben sorprender las habilidades del joven Nayib para aprovechar sus contactos políticos y acrecentar sus negocios. También para incursionar en la política. Quizás por su edad, 22 años, los exguerrilleros tomaron algunas providencias y le ofrecieron inicialmente ser candidato a alcalde en una municipalidad pequeña, Nuevo Cuscatlan.

Corría el 2012, cuando Nayib y sus amigos lograron arrebatarle aquel municipio al por ese entonces mayoritario partido de derecha, ARENA. Con eso, su carrera al interior del FMLN fue meteórica. Tres años más tarde, el 2015, conquistó la alcaldía de la capital, San Salvador. Sin embargo, las fábulas suelen tener un final algo abrupto.

El excesivo protagonismo de Nayib causó molestias en las antiguas filas guerrilleras y la ruptura se hizo inevitable. Arropado en la popularidad del éxito previo, abandonó sus estudios de Derecho y fundó un partido a su medida, Nuevas Ideas. De inmediato se coaligó con una pequeña agrupación de centroderecha, llamada GANA, con el cual dejó atónito a sus antiguos compañeros al ganar cómodamente la elección presidencial en junio de 2019. Bukele se convirtió en el presidente más joven de América Latina y, de paso, rompió el bipartidismo (FMLN/ARENA), que caracterizó al país desde que finalizó la guerra civil en 1992 gracias a los Acuerdos de Chapultepec, patrocinados por la diplomacia mexicana.

Un segundo aspecto enigmático del mandatario salvadoreño es el tipo de gobierno al que aspira y las formas de ejercicio del poder que concibe.

Bukele ama las redes sociales. Por esa vía se contacta a las horas más insólitas del día (y la noche) no sólo con sus seguidores, sino también con sus ministros. Sus antiguos compañeros, devenidos en enemigos, han popularizado la idea que es más fanático de twitter que el mismo Donald Trump. Pareciera, sin embargo, no molestarle tal asociación y, de hecho, supera las marcas del exmandatario estadounidense. Bukele ha designado y destituido funcionarios por Twitter o Instagram. Es tal su fanatismo por las redes, que en 2019 se presentó a la Asamblea General de la ONU, y antes de iniciar su discurso -en el mismo podio- se sacó una selfie, la cual subió inmediatamente a sus redes, mientras sugería lo poco indispensable que le resulta la escasa atención de la audiencia. No es necesario ser muy perspicaz para divisar en esto un elemento algo irritante para las generaciones mayores, el cual, sin embargo, al igual que su permanente gorro de béisbol (inclusive en circunstancias formales), lo conecta a los estilos de las nuevas generaciones.

En tanto, pocos indicios se encuentran a la hora de escarbar sus motivaciones para conducir los destinos de su país. Muchos se preguntan si será el combate a las maras.

Es probable. Este tipo de criminalidad organizada, unido a los problemas socio-económicos, tan graves como endémicos, estaba socavando ya las bases existenciales del país y generando olas migratorias descontroladas. Quizás aquí radique el motivo de la popularidad abismante –rozando el 90%- que exhibe Bukele. La cuestión en esta materia engarza con los límites de la visión exclusivamente represiva del combate a la delincuencia. Bukele, indudablemente, optó por esa y lo ejecuta sin contemplaciones.

 

Este no es un tema menor para los países latinoamericanos. Cada cierto tiempo irrumpen personajes políticos rebosantes de popularidad, dispuestos a darles a los delincuentes algo de su propia medicina. El entusiasmo lo lleva, por lo general, a excederse en los límites. Sin embargo, como la política es cíclica, los pueblos retoman a veces la conmiseración como fuerza impersonal, según meditaba Isaiah Berlin en su texto La Inevitabilidad Histórica, y proceden, entonces, a expulsar del poder a estas figuras providenciales, llenando su imaginario con el lado horrendo de las atrocidades cometidas. Eso, hasta que llega inevitablemente un nuevo ciclo. Por lo mismo puede suponerse que los salvadoreños, por ahora, parecen felices con Bukele en esta materia. Seguramente tienen en el recuerdo la experiencia reciente del FMLN, el cual, como partido de gobierno, y empapado de ideas socializantes, no demostró éxito en la lucha contra este flagelo.

 

Esta realidad local no ha impedido, por cierto, que muchos organismos internacionales rasguen vestiduras ante las políticas de Bukele, olvidando que El Salvador exhibe un inaudito historial de violencia; extrema incluso en el marco centroamericano. Podría decirse que es violento entre los violentos. Quizás el ejemplo más dramático ocurrió con Roque Dalton, el reconocido intelectual salvadoreño (egresado de Derecho en la Universidad de Chile), fusilado por sus propios compañeros de lucha en 1975, a raíz de esas infinitas e inextricables disputas sobre el devenir de la clase obrera a nivel mundial. En El Salvador este tipo de desaveniencias no se resuelven precisamente por medio de conversaciones de ideas en un café.

En esta línea, Human Rights Watch ha recalcado en sus críticas a Bukele, que éste representa un estilo y una concepción de la vida política del todo contrapuesto a las visiones democráticas. Desde luego, nadie podría negar lo reñido con los ideales democráticos de varios sucesos traccionados por Bukele. El más impactante, para quien se sienta premunido de aspiraciones dahlianas, ocurrió en febrero del año pasado, cuando irrumpió en el Congreso con un dispositivo militar como disuasivo, para “convencer” a los parlamentarios de aprobar a la brevedad el presupuesto nacional.

Es muy probable también que otra de sus motivaciones para ejercer el poder en su país, sea el enorme interés familiar en llegar a cargos de gobierno. Esta especulación -de tener asidero- tampoco significaría algo muy novedoso. Más bien podría decirse nihil novum sub sole. O bien preguntarse, ¿dónde no es así en América Latina?. El ejemplo de los Ortega-Murillo en la vecina Nicaragua es, hoy en día, lo más palpable. En el caso del clan Bukele, son numerosos los primos, hermanastros y otros familiares, que ya están apoyando a Nayib -con mucho entusiasmo- en la gestión del gobierno. Conocedores de aquel mundillo, sugieren que la confianza más cercana está depositada en sus hermanos Karim, Ibrahim y Yusef; sus asesores directos. El primero de ellos, es figura central del modelo bukeliano. Y, en una de esas, el sucesor.

Por ahora, en materia externa, Bukele impulsa un equilibrio bastante pragmático y cauteloso. Se ha desplazado a México, EEEU y China. A ningún otro lugar. Tampoco opina en demasía sobre lo que ocurre en Venezuela y Nicaragua. Quizás intuye campo minado.

Con la mayor naturalidad del mundo, Bukele dijo hace hace poco a un diario español, “si yo fuera un dictador o alguien que no respeta la democracia, hubiera tomado el control de todo el Gobierno esta noche“. Una opinión del todo certera. Es muy probable que no tenga miramientos si llega a la conclusión de dar un paso en tal dirección. Son palabras que habrán de tenerse en cuenta cuando su estrella comience a eclipsarse y los salvadoreños muestren fatiga con su joven mandatario. Por ahora, pareciera ser efectivemente un presidente cool. Sin embargo, The Economist ya lo sitúa en el límite de un dictador millenial.

Son confusiones intrínsecas a un personaje confuso. Bukele es, en esencia, un enigma. Encabeza un modelo cuyo norte es del todo indescifrable. Sin embargo, dos asuntos son muy claros. Primero, goza de una popularidad rara vez vista en América Latina, y, además, obtenida mediante elecciones, lo cual no es un logro despreciable. Segundo, que el odio manifestado por los simpatizantes del FMLN es enorme, aunque se ignora si es mutuo o no. Se podría especular con la imposibilidad de reconciliarse cuando la excesiva confianza de antaño se ha roto. Eso, por ahora. Sabido es que en política nada debe descartarse a priori. ((lamiradasemanal)

Iván Witker

 

Dejar una respuesta