Aterricen… por favor-Isabel Plá

Aterricen… por favor-Isabel Plá

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El Presidente Boric empezaba su discurso, el jueves pasado, enumerando los problemas con los que se estrelló su gobierno, al desembarcar en La Moneda hace poco más de un año. Pandemia, inflación, déficit fiscal, caída de la inversión y salida de capitales, inmigración irregular, violencia en el sur, delincuencia, manifestaciones violentas.

Alguien que no sabe nada de Chile, o que no ha vivido en el país durante los últimos cuatro años, observaría con admiración a un mandatario que encarna el sacrificio de asumir problemas severos y, por la claridad olímpica para enunciarlos, ajenos. No es extraño que, horas después, uno de sus diputados más cercanos reconociera en sus palabras la virtud “que no tienen todos los presidentes del mundo…”. El parlamentario admiraba la capacidad de dar “una orientación moral, un liderazgo espiritual”, de hacia dónde va, ni más ni menos, que la democracia.

Digo que no es extraño porque, a pesar de las dos palizas electorales que ha enfrentado el Gobierno en menos de un año, que a cualquiera sumiría en un estado de humildad hasta nuevo aviso, su núcleo más duro sigue autopercibiéndose moral y políticamente superior.

Tan moralmente superiores que se han obsesionado con tocar las puertas de nuestra intimidad. Alfabetización sexual para los niños. Reconocimiento de la geografía vaginal, como problema de salud pública.

En eso la izquierda criolla no es original. Ya lo anda diciendo hace un rato el politólogo norteamericano Mark Lilla, que desde su militancia demócrata le reprocha a la izquierda contemporánea narcisismo, “satisfacción moral” e “incapacidad para ver tus propias limitaciones y fallas”.

Desde esa superioridad, el Gobierno diagnostica a sus anchas los problemas de Chile, sin molestarse en reconocerse como el artífice de ellos. No solo por la polarización que alimentaron con malas palabras y la funa eterna en redes sociales, mientras fueron oposición. Ni siquiera por los reiterados intentos de poner fin a un gobierno antes de tiempo y de acusar constitucionalmente a la mitad del gabinete.

Pruebas de las responsabilidades puras y duras hay en abundancia.

Impugnar ante el TC las normas que facilitaban la expulsión en la Ley de Migración.

Respaldar tres retiros de fondos de pensiones (los lamentables votos de la derecha no los libera de culpa).

Degradar a Carabineros, mientras lidiaba en la calle con la piromanía de la “primera línea” (me excuso de usar la calificación de monos peludos, para no echarle más pelos a la sopa).

Visitar solidariamente a condenados por la justicia en las cárceles de La Araucanía.

Tomar té con un prófugo de la justicia en París, acusado de participar en el asesinato del senador Jaime Guzmán.

Y, desde luego, son responsables de la baja inversión y la fuga de capitales. El “vamos a meterle inestabilidad” al sistema, del actual embajador en Brasil, tampoco ha salido gratis.

Son superiores en toda la línea. No solo identifican los problemas: tienen también las soluciones. En la primera cuenta el salto a la felicidad en Chile vendría con el reemplazo de la Constitución de Pinochet. Desde esta semana, lo daremos vía reforma tributaria.

En la Cuenta Pública más larga desde el retorno a la democracia, se promete al país una lista de deseos, que solo serán posibles —se insistió— subiendo los impuestos. Ni una sola palabra, en más de tres horas, de lo que harán para revivir la economía, de la que dependen, perdonen la obviedad, la recaudación y el trabajo de millones de chilenos.

Todo muy oportuno —los mal pensados dirán oportunista— cuando se es minoría política y social. Y solo queda culpar a la oposición de no hacer lo que dijeron harían.

Tienen toda una vida para sentirse superiores. En los tres años restantes se les pide que hagan una excepción, para aterrizar a la escala humana y tomar decisiones realistas y serias. La responsabilidad que tienen sobre sus hombros es enorme. (El Mercurio)

Isabel Plá