Impedir el olvido

Impedir el olvido

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¿Qué fue lo destacable del discurso presidencial? ¿La performance?, ¿los anuncios del CAE?, ¿los esfuerzos para pagar la deuda de los profesores?, ¿los retrocesos en su programa?, ¿el reconocimiento de los treinta años pasados?, ¿los anuncios en materia de seguridad?

Ninguna de esas.

Uno de los momentos más notorios del discurso del Presidente Gabriel Boric se produjo cuando, hacia el final, se refirió al compromiso de su gobierno con los derechos humanos y a propósito de él anunció un plan de búsqueda de los desaparecidos. ¿Apunta esa parte de lo que dijo, cabría preguntar, a un aspecto de nuestra vida pública que sería necesario subrayar o se trata de un esfuerzo por mantener vivo un tema que es fuente de recuerdos odiosos e incómodos?

Hay quien podría pensar que las palabras presidenciales y la iniciativa que anunció son malsanas, una forma de echar sal en una herida e impedir que el tiempo la restañe. Disfrazando sus palabras de convicción moral, podría continuar este punto de vista, el Presidente Gabriel Boric sopla la llama de ese recuerdo a fin de encender el entusiasmo de un gobierno cuyos tropiezos y encuentro con la realidad lo han ensombrecido, haciendo languidecer, a ojos vistas, sus ímpetus transformadores. Y no sería raro que muchos de quienes adhieren de veras a republicanos, y que son distintos de aquellos que han dado circunstancialmente su voto a ellos, se sientan especialmente incómodos e irritados con ese punto de vista presidencial, puesto que ha de resultarles muy difícil conciliar los crímenes, y las maniobras para ocultarlos que se hicieron durante la dictadura, con el orgullo que han declarado una y otra vez por esta última y han de pensar, al oír al Presidente Gabriel Boric, en lo que podrían decir algunos de sus líderes que admiran al dictador que permitió o alentó que esos crímenes ocurrieran.

Y sin embargo que es verdad que esas palabras remecen las heridas e incomodan a parte de la derecha, motivo por el cual alguien podría ver en ellas un oportunismo, una maniobra retórica, no cabe duda de que ellas están plena y objetivamente justificadas, porque si bien a estas alturas quizá ya no sea posible el castigo y entonces no quede más que resignarse ante la impunidad que el tiempo, ese perdonavidas, habrá decretado al dejar morir, o hacer caer en demencia o en decrepitud o en enfermedad, a los culpables —de manera que la simple humanidad impediría ya castigarlos—, no hay ninguna razón para olvidar lo que ocurrió, u olvidar a quienes los cohonestaron, o por complicidad o cobardía, los aceptaron o callaron, o a quienes los justificaron. Porque una cosa es que no se juzgara a todos los culpables, o a casi ninguno, y otra muy distinta es que se acepte que un puñado de hombres y de mujeres pudo ser asesinado, torturado o violado y luego hecho desaparecer, en medio de una dictadura que reunía todo el poder en una sola mano, una dictadura que tuvo sus intelectuales y sus funcionarios (algunos de los cuales hoy fungen de demócratas y, cómo no, de liberales bien portados gracias a biografías ilusorias), y todo ello se acepte como quien acepta un dictamen de la providencia, en silencio y con resignación.

La iniciativa presidencial, en especial su decisión de buscar a los desaparecidos, tiene, claro está, el propósito de encontrar algún día sus restos; pero sobre todo, revela la voluntad de impedir que el tiempo produzca una falsa reconciliación con el pasado; la determinación de evitar que el paso de los años aviente el recuerdo de los crímenes como cenizas que se soplan o sacuden cuando se advierte que al posarse en los hombros afean el traje.

Y ese es el problema que la tentación del olvido acabaría causando: que al echar tierra sobre ese pasado, al hacer como que no hubiera ocurrido, o peor, al saber que ocurrió pero hacer como si no, se produciría una falsa reconciliación con el pasado.

Y es que en Chile hay que evitar que, de manera voluntaria o involuntaria, poco importa, se encubran y silencien agravios que ocurrieron durante largos diecisiete años, porque si es verdad que buena parte de los crímenes se cometió en un lapso inicial (en una dictadura de diecisiete años, cinco o diez pueden ser un lapso), no cabe ninguna duda de que las maniobras de ocultamiento deliberado que incluyeron el traslado de restos (que fueron, así, agraviados dos veces) se cometieron en múltiples ocasiones y por largo tiempo mientras se tejían, por parte de intelectuales y políticos, algunos de quienes aún peroran, diversos pretextos para negarlo u ocultarlo o relativizarlo.

El propósito declarado por el presidente Boric evita que la arena del tiempo cubra poco a poco, y sin que nadie se dé cuenta, eso que ocurrió y nos anestesie moralmente. Y permite a las víctimas resarcirse, siquiera simbólicamente, y a todos estar alertas, especialmente a medio siglo de esos hechos luctuosos, trayendo a la memoria una y otra vez el recuerdo de lo que somos capaces.  (El Mercurio)

Carlos Peña