Argentina, elecciones y populismo- Alejandro San Francisco

Argentina, elecciones y populismo- Alejandro San Francisco

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El Presidente de Argentina Mauricio Macri tenía la particularidad de ser el primer gobernante no peronista que lograría terminar su período en la Casa Rosada en las últimas siete décadas, lo que parecía una buena razón para celebrar. Sin embargo, el final de su administración ha comenzado a ser una pesadilla, desde la lapidaria derrota del domingo 11 de agosto en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias, PASO.

Macri no podría haber esperado un peor resultado para el término de su mandato, cuando se imaginaba una reelección hace unos meses. La evaluación de su gobierno y su figura no era positiva, pero las encuestas más serias le daban una diferencia negativa de entre un 2% y un 6%, por lo que el resultado de las PASO fue sorprendente por la magnitud, más que por el resultado de la dupla de Alberto Fernández y la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Tras la elección en Argentina -que no definió al nuevo mandatario de la Casa Rosada, pero prácticamente puso a los peronistas de nuevo a las puertas del poder- han reaparecido los fantasmas que afectan desde hace mucho tiempo a su política y su economía. Hay problemas con los inversionistas, por la desconfianza con que miran el regreso de Cristina al gobierno; la bolsa tuvo una caída histórica y existe la sensación de que Argentina puede caer en mora de pago en los próximos cinco años. Todo eso no ha sido una típica campaña del terror, sino el aprendizaje logrado por una experiencia de décadas, en lo que el populismo y el peronismo tienen una trayectoria casi sin intervalos y donde llevan la delantera.

El proyecto Macri era una iniciativa de largo plazo, que empezó hacia el año 2000, con un trabajo sistemático y arduo, que reunió a gente de la centroderecha y de centroizquierda. Cuando llegó el 2015 a la Casa Rosada representaba una propuesta de cambio con el “Sí se puede”, con la idea de que Argentina podía hacer las cosas distintas y mejor, y que Macri era quien debía liderar ese cambio. Sin embargo, en los últimos años las expectativas mostraron ser demasiado altas para la realidad que ha vivido el país de Perón y Evita, de Maradona y el tango, de River y Boca. Un país donde el gobierno del cambio no logró resultados positivos en la economía ni en el área social, como muestran las cifras del desempleo y la pobreza. La gente lo estaba pasando mal y Macri llegó muy tarde a comprender esa situación, como si viviera el ostracismo del poder o si pensara que los argentinos no volverían a confiar en Cristina.

Pero las PASO fueron un despertador de realismo y Macri ha procurado revertir algunas cosas esta última semana con medidas que compiten en populismo con sus opositores políticos. Lamentablemente, aunque algunas medidas pudieran ser justas y necesarias, quedan manchadas por la improvisación y ese evidente propósito de intervención electoral (como la reducción del IVA a los alimentos “hasta diciembre”).

Cualquiera sea el juicio que merezcan los gobiernos de los Kichner y los peronistas en general, es necesario comprender que en Argentina el peronismo es la fuerza dominante desde hace décadas, es casi como una religión secular, cuyo piso electoral es superior al 30%. Al mirar al resultado de las encuestas -no de las primarias, sino del gobierno de Mauricio Macri- más del 50% lo consideraba malo o muy malo. Por lo tanto, cualquier mal recuerdo del gobierno de Cristina Fernández, y los argentinos tienen de sobra, debe contrastarse contra el gobierno y la figura de Macri, altamente deteriorado, con un voto de rechazo que probó ser incluso más alto que el de la señora K. Por otra parte, muchas veces se ha dicho que quien gana Buenos Aires, gana la elección presidencial. En este caso Macri también recibió una derrota contundente de su candidata a gobernadora, manifestación de que al proyecto oficialista le faltó más cercanía con el mundo popular y una mayor capacidad política, temas en los que los peronistas han dado una nueva lección.

En las elecciones del 2015, Macri empezó desde abajo, alcanzando alrededor de 24% en primera vuelta -el 30% si sumamos todo su conglomerado-, frente al 38% de Sciolli, al que finalmente derrotó. Sin embargo, hoy la situación es distinta: no hay tantos votos para repartirse como en 2015 cuando hubo varios candidatos, incluso uno con el 20%; además la diferencia es mayor con los vencedores de las PASO. Por eso el peronismo tiene ánimos de triunfo y el macrismo está gastado y con aires de derrota. Tal como se muestran las cosas hoy, parece claro que tendremos cambio de gobierno en la Casa Rosada y no continuidad.

Tiene razones para celebrar los peronistas y también el Foro de Sao Paulo, que recupera un importante aliado y que había hecho un llamado explícito para derrotar a Macri en su última reunión en Caracas, lo que expresa la dimensión continental que adquieren los comicios argentinos. En cambio, no resulta claro que existan motivos para celebrar: hace cuatro años salieron del fuego para caer en las brasas, hoy arrancan de las brasas, pero no es claro que se dirijan hacia un lugar mejor, como si estuvieran perseguidos por una perpetua maldición política y económica, por un populismo atávico y destructor, que les impide alcanzar el desarrollo al que lo llama su naturaleza y una historia que hoy parece demasiado remota.

En estos días muchos se han preguntado por las posibles lecciones que los comicios argentinos y sus resultados podrían tener para Chile. Sin duda hay que mirar con atención lo que ocurrió con Macri y el peronismo, aunque todavía es muy luego para análisis profundos. De inmediato emergió la crítica opositora intencionada contra el gobierno de Piñera, que se suma a algunas celebraciones más o menos oportunistas e interesadas de la victoria de los Fernández. Desde el oficialismo criollo rápidamente separaron aguas con la situación de Macri y Argentina, señalando que esa realidad no es extrapolable. Es verdad, pero también resulta claro que será necesario analizar el tema a fondo. Después de todo, es mejor trabajar políticamente y prepararse a cabalidad, antes que tener una sorpresa triste e irreversible como la que sufrió el gobierno argentino. (El Líbero)

Alejandro San Francisco

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