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Es posible que algunas elecciones se puedan definir por algún hecho particular de alto impacto mediático. Es lo que ocurrió, probablemente, con las elecciones españolas de 2004 en las que la precipitación irresponsable con que el gobierno conservador de Aznar culpó a la ETA del atentado terrorista de Atocha -ocurrido a escasas  72 horas de las elecciones-,  le pudo haber costado al PP las decenas de miles de votos madrileños que le dieron el triunfo definitivo al PSOE. Concedo, además, que en la sociedad de las comunicaciones globales instantáneas un hecho espectacular (verdadero o fake news) puede, en cosa de minutos,  influir muy fuertemente sobre la voluntad de cientos de miles. Mi impresión, sin embargo, es que normalmente los resultados de las votaciones populares responden a un conjunto múltiple de factores, donde los más relevantes han venido desarrollándose, para bien o para mal, por meses o incluso años.

Entiendo que existen los que piensan que el eficaz desempeño de Piñera en el debate del lunes puede explicar parte del resultado. Son los mismos que creen que el triunfo del No el 5 de Octubre se debe, principalmente, al talento de los artífices de la franja de la “Alegría ya viene” (esa tesis tiene hasta una película). En lo que a mí respecta, sin embargo, siempre será más productivo examinar los fenómenos sociales y políticos más profundos.

Puestas así las cosas, las dificultades de fondo de la centroizquierda no se explican por las supuestas, o reales, debilidades del candidato Guillier. Tampoco derivan de la incapacidad de haber articulado, en su momento, una primaria y unas listas parlamentarias comunes. Ni menos, aún, pueden ser imputadas a la astucia con que una parte de la derecha ensayó una posmoderna minicampaña del terror (“Chilezuela”). Las anotadas pueden ser circunstancias a considerar, pero ni siquiera todas juntas alcanzan a capturar el corazón del problema.

Si Piñera ganó fue, principalmente, porque los sectores que le apoyan llevan casi tres años seguidos trabajando seriamente por ofrecer una alternativa creíble al país. “Chile Vamos”, de cuyo nombre enigmático tantos nos reímos (¿Pa´donde vamos?), se las ha arreglado para enfrentar de manera cohesionada las tareas de la oposición, la denuncia, la campaña municipal del año 2016 y luego la selección de un abanderado. Ahora bien, si pudieron trabajar unidos fue porque, antes, coincidieron en un diagnóstico básico: ¿A quién le hablan? (a la clase media) y ¿qué le ofrecen? (crecimiento). Muy difícilmente, en el Chile de hoy, podía competir con esa simple propuesta un campo progresista donde los refundacionalistas, los revolucionarios y los confundidos terminaron por arrinconar a los reformistas moderados.

La derrota del domingo debe ser el detonante para un proceso de reflexión autocrítica (no para la pasada de cuentas). Y así podrá ser verdad para la centroizquierda la enseñanza del sabio Maestro Yoda en la última Star Wars: “El mejor maestro …el fracaso es”.

La Tercera

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