AMLO: la cuarta transformación

AMLO: la cuarta transformación

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El 1 de diciembre de Andrés Manuel López Obrador, el nuevo Presidente de México, pasará a la historia como un momento excepcional. En un mundo en el cual campea el racismo y la xenofobia, la ceremonia de purificación en la que los representantes de los 68 pueblos indígenas le entregaron el bastón de mando parecía un sueño. Era como si los astros se hubiesen alineado para que el nuevo gobernante dejara atrás siglos de marginación y desprecio. No era un simple decorado, se notaba autenticidad y un fervor que emocionaba.

Allí, en el Zócalo de la capital, reiteró su promesa: “no mentir, no robar, no traicionar al pueblo”, y dio cuenta, uno a uno, de sus 100 compromisos con un nivel de detalle que no dejó lugar a interpretaciones. El pueblo mexicano no sólo lo votó a él, sino que le dio una amplia mayoría en ambas cámaras. Dispone del respaldo parlamentario para sacar adelante su programa. En este plano, no hay excusas para no avanzar.

He podido respirar los nuevos aires que soplan en México. A nivel popular, las esperanzas son enormes. A punta de una infinita perseverancia y una austeridad espartana, AMLO se ganó la confianza de un pueblo hastiado del sistema imperante. En cambio, en las élites abundan las aprehensiones. Espero que esta experiencia resulte, que la “cuarta transformación”, luego de la Independencia, la Reforma y la Revolución, abra paso a un “nuevo régimen” como lo ha propuesto. Ojalá que ese respaldo se transforme en energía suficiente para acometer las tareas planteadas. Cada una representa un enorme desafío. Pasos significativos en las tres principales, le permitirán hacer historia. Avances en el combate a la corrupción, mal endémico, serían un logro monumental. Ha comenzado predicando con el ejemplo, imponiéndose un riguroso plan de austeridad y anunciado su disposición a despojarse de todo fuero. Sin aumentar los impuestos y la deuda pública, con los ahorros provenientes de la austeridad y la probidad se propone, por otra parte, iniciar un ambicioso plan de inclusión social. En fin, mediante la creación de un nuevo cuerpo policial, la Guardia Nacional, busca ponerle atajo a la inseguridad sembrada por el narcotráfico y el crimen organizado.

La experiencia aconseja cautela en materia de promesas, para no terminar gobernando con puras explicaciones. Tengo dudas si Andrés Manuel la tuvo. ¿Será suficiente su ejemplo de austeridad y probidad para enfrentar la corrupción?; ¿podrán las finanzas públicas soportar los 100 compromisos?; ¿será eficiente en el combate al crimen organizado una Guardia Nacional compuesta en medida importante por militares reciclados?, son algunas de la preguntas que esperan respuesta. No son fáciles.

En pocos días más, el 1 de enero, inicia en Brasil su mandato Jaír Bolsonaro. Como nunca antes tendremos la posibilidad de ir evaluando los resultados de dos modelos de política radicalmente diferentes, puestos en práctica en los dos países más grandes de América Latina, que inician casi al mismo tiempo experiencias conducidas por líderes con biografías tan disímiles y proyectos tan contrapuestos. México tratando de dejar atrás tres décadas de neoliberalismo; Brasil, en cambio, adoptándolo a instancias de Paulo Guedes, el súper ministro de Economía, como su nuevo credo. Las comparaciones entre los resultados de uno y otro serán inevitables. Las conclusiones que de allí deriven tendrán consecuencias internas y externas de mucha envergadura. (La Tercera)

Carlos Ominami

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