Adiós, Presidente Piñera

Adiós, Presidente Piñera

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Admito de antemano y sin pudor que esta columna no la escribiré como analista desapasionada, ni con pretensiones académicas de ninguna índole, pues lo hago desde un profundo sentido de pérdida, de tristeza y de dolor. Como ciudadana lamento la partida de alguien que seguía con la fuerza, la vitalidad, el entusiasmo y la generosidad para continuar ayudando a nuestro país a dejar atrás el estancamiento y la confrontación odiosa como única moneda de cambio en la vida política. En lo personal, siento haber perdido a quien me atrevo a llamar un buen amigo, a quien quise y admiré.

Tampoco es fácil encontrar algo muy novedoso y original respecto de sus logros y su legado, pues todo parece haber sido dicho en estos días, en que los elogios, a veces muy tardíos, han sido prolíficos para celebrar sus innumerables dotes y aportes a nuestra historia y sus muchas cualidades y virtudes para liderar. Ya todo parece obvio: su capacidad y vigor para enfrentar los más arduos desafíos: la pandemia, la reconstrucción tras el terrible terremoto, justo al asumir su primer gobierno; su persistencia y tenacidad para no desistir, cuando ya todos habían dado como imposible la salvación de los 33 mineros, hasta resucitarlos desde las entrañas de la tierra; su resiliencia y temple para enfrentar lo que él mismo con mucho acierto calificó como un “golpe de Estado no tradicional” en octubre de 2019, cuando, en medio de la violencia desatada y sin precedentes, muchos intentaron derrocar a quien era el legítimo representante de la soberanía popular, ante la mirada indolente de tantos “demócratas” y mientras otros, desde su propia vereda, clamaban para que abandonara el poder y lo acusaban de motivos espurios por su determinación de encontrar salidas institucionales a la crisis, y así salvar la democracia.

Entre los muchos lugares comunes que se entronizaron respecto a la personalidad de Sebastian Piñera, se reiteró sin matices que —si bien era indudablemente de una inteligencia superior, riguroso en la persecución de la excelencia, estudioso y conocedor de las más diversas materias— era carente de inteligencia emocional. Mi pregunta es: ¿puede alguien emocionalmente mutilado, como se lo pintaba, alcanzar los éxitos afectivos y personales que logró? Tuvo una mujer extraordinaria por más de 50 años de matrimonio que lo quiso incondicionalmente, 4 hijos que lo acompañaron y admiraron, una colección de nietos con los cuales jugaba de igual a igual y que fueron su alegría en sus años de madurez; mantuvo siempre sus amigos de toda una vida y les fue leal y generoso, como lo fue asimismo con su familia. Sus colaboradores permanecieron fieles y hoy lo lloran. En la hora de su muerte, su preocupación última fue salvar a quienes lo acompañaban en ese triste viaje final. Pero, sobre todo, fue un hombre que no conoció el rencor hacia los adversarios que lo denostaron ni “los amigos” que lo traicionaron.

Tampoco faltaron quienes le negaron sus credenciales de buen político. Discrepo. Creo que fue un gran político, porque con ideas y un clarísimo programa de centroderecha fue capaz de concitar el apoyo de grandes mayorías para ser democráticamente elegido, por primera vez desde 1958; porque dedicó años de su vida al bien público como presidente de partido, senador y dos veces Presidente de la República; porque recuperó las raíces democráticas de la derecha histórica comprometidas con la defensa de los derechos y libertades de las personas; porque hizo posible, por primera vez desde el retorno a la democracia, la alternancia en el poder; porque nunca cedió a las pulsiones demagógicas o buscó la popularidad fácil, alienando con ello incluso a su propio sector. Fue insobornable en la defensa de las instituciones y de la democracia. Adiós, Presidente Piñera. La historia le hará la justicia que no recibió en vida.  (El Mercurio)

Lucía Santa Cruz