A partir de hoy, 6 de octubre

A partir de hoy, 6 de octubre

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Desde hace dos meses, desde que el Presidente tuvo la ocurrencia de nombrar ministro a Mauricio Rojas, el país politizado ha estado mirando su futuro con un ojo pegado en el espejo retrovisor. Se impuso primero la mirada larga hacia atrás, la de los 45 años desde el 11 y también la de sus causas, que a no pocos llevó a dilatar los espejos a medio siglo, para así explicar el quiebre de la democracia. Últimamente ha copado el debate la forma en que, hace 30 años, salimos de la dictadura, los actores que la impulsaron, los que se opusieron y el modo en que esas definiciones condicionaron nuestra historia. Hasta el fallo de La Haya fue una reseña de las conversaciones diplomáticas realizadas hace 40 y más años atrás, para descartar que de ellas se siguiera una obligación de negociar una salida al mar para Bolivia.

Es difícil pensar en un período en que se nos haya representado, con tanta claridad, la manera en que ciertas decisiones, actitudes y hasta formas lingüísticas adoptadas en la esfera pública configuran la vida y la historia de generaciones futuras. Solo el futuro dirá si de esta mirada retrospectiva salimos, o no, más sabios.

Hay momentos extraordinarios en la vida política. Reconocemos en ellos la capacidad de reconstituir, de redireccionar el orden social, político y cultural; mientras en el resto del tiempo transcurre una política más ordinaria, en la dirección y por los rieles que esos momentos refundacionales dejan escritos en piedra. Reconocer en cuál de esos dos tipos de momentos estamos forma parte de la sabiduría del político y es ley que todos ellos tienen la tendencia a pensar que, cuando les corresponde entrar en escena, toca la campanada que marca el inicio de uno de esos momentos extraordinarios de refundación. Es difícil resignarse a la intrascendencia de no ser actores de uno de aquellos momentos que configuran el disco duro de la historia.

El Frente Amplio estima llegada la hora de poner fin al modelo neoliberal, mientras Piñera anuncia el inicio de la «segunda transición». Para frustración de quienes lideran la política, la ciudadanía solo se inflama ocasionalmente con la pasión de lo público. El resto del tiempo vuelve a su vida privada, a perseguir su propia felicidad individual, a poner sus ojos en otras cosas que le divierten o llaman su atención más que la res publica.

Lo que nunca se detiene es el modo en el que la política ordinaria, por acertada acción, destraba conflictos potenciales que, de no ser sorteados, amenazan con otro momento de crisis; adopta decisiones erróneas que provocan problemas que terminan por explotar, y, lo más habitual, en tiempos ordinarios, la política, por falta de ideas o de coraje de quienes lideran, se abstiene de enfrentar problemas que se acumulan hasta generar crisis difíciles de administrar. Probablemente, en eso consistirá el juicio que se haga de nosotros en 30 años.

La última elección de Bachelet fue vista por muchos como el inicio de uno de esos momentos de refundación. Pareció que el reclamo popular por igualdad demandaba un nuevo orden económico y hasta constitucional. Errores en la interpretación de esas aspiraciones, y políticas deficientes para responder a esos anhelos, llevaron a la ciudadanía a optar por volver a la política más ordinaria, a la que se le demanda crecimiento y seguridad. Así debiera entender el Gobierno su mandato popular. Si, además, es capaz, como se ha propuesto, de diseñar e implementar políticas de Estado que dejen de hacer lo mismo de siempre ante los problemas de La Araucanía, previsionales y de infancia en riesgo social, en los que venían acumulándose situaciones de crisis, me parece que los actuales representantes populares habrían leído bien su mandato.

No pretender estar siempre en momentos refundacionales, pero entender hasta qué punto se puede ser trascendente en evitar crisis que se fraguan, puede ser la mayor sabiduría de un político. No sobre ni subvalorar el mandato popular recibido, sino entenderlo y responder a él, debe ser una de las mayores virtudes de un Presidente. (El Mercurio)

Jorge Correa

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