¡A Chillán los boletos!

¡A Chillán los boletos!

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Invitado para dar una charla por los cien años de la Biblioteca Municipal de Chillán, llego a la Estación Central a tomar el tren. «Tomar» el tren, ¿resonancia etílica del tiempo de los largos viajes hacia el sur, en que se cruzaban las noches y la niebla en conversaciones bien «regadas»? No puedo dejar de pensar en Jorge Teillier, poeta que llegó muy joven a esta estación, con mucha ilusión, desde Lautaro, y que habrá vislumbrado, al descender, la «gran ciudad». En realidad, Santiago todavía era una aldea; ahora es una megápolis.

Hace mucho tiempo que no viajaba en tren y aquí estoy «con el corazón temblando en la maleta». Son benditas las ciudades a las que todavía se puede llegar en tren. El tren y el barco son tal vez los medios de transporte en los que se siente mejor el tiempo del viaje, un tiempo a la vez interior y exterior. Ulises hoy día, es verdad, también regresa a Itaca en avión y en bus, pero no es lo mismo. Al regresar o partir en tren uno se siente en un sueño o una película. Como si todos los adioses y reencuentros se juntaran en una estación cada vez que uno parte. Embriaguez y dicha melancólica de «tomar» un tren: los pueblos y estaciones van pasando por la ventanilla y en cada uno de ellos debe haber un niño que, al escuchar el pitazo del tren, siente que su infancia se detiene un instante. Y el anciano que está muriendo recupera al niño que fue en ese pitazo. Todo puede partir y comenzar de nuevo.

A mí la palabra «Chillán» me resuena como la llamada de un Chile profundo. Me parece escuchar la voz de Gonzalo Rojas -que tomó tantas veces este tren a Chillán, hasta en sus últimos años- diciéndome: «Muchachooo… en los trenes también hay hallazgo, vislumbre… ¡relámpago!». Y reescribo dentro mío (modificándolos un poco) unos versos de Nicanor Parra: «Me aburrí de hacer clases espantosas/ y escribir poemas espantosos/ mañana parto a Chillán en bicicleta». Quizás porque en esa parte tan terremoteada de Chile están las llaves que permiten entrar en una chilenidad ladina, sapiencial… Muchos huyeron de la provincia, del «pueblo chico, infierno grande», pero la provincia nos seguirá adonde vayamos. Somos, en el fondo, provincianos hasta la médula y cuando queremos hacernos los «ciudadanos del mundo global», corremos el riesgo de perder nuestro verdadero rostro.

¡Que vuelvan los trenes a Chile! ¡Cuánto lobby de las grandes empresas de buses sumado a la ineficiencia y corrupción estatal destruyeron esa columna vertebral de Chile que fue Ferrocarriles! Que nuestros hijos, los millennials , silabeen los nombres de las viejas ciudades: Riñihue, Coihueco, Petorca. Mapa audible de Chile con sonido de tren de fondo. Los trenes son más educados que los buses: aquí se permite escuchar los celulares solo con audífono. Viajar en bus, por lo mismo, es hoy en Chile un infierno. ¿Es verdad que los chinos presentaron una propuesta para un tren a Valparaíso? Me imagino todas las estaciones con los nombres de los pueblos escritos en ideogramas. Qué frágil es nuestra identidad cuando no hay trenes para regresar…

La charla que daré en Chillán lleva por título «la poesía como resistencia». Existir es resistir. Y la poesía es una de las formas del resistir. Resistamos con poesía al desarraigo, la inautenticidad, a cualquier forma de alienación disfrazada de «progreso». Por eso no me identifico con la palabra «progresista». ¿Nostalgia? Sí, pero del futuro. Cuando todos los trenes y las estaciones que se fueron regresen para rearticular un Chile fragmentado, hoy con un solo centro (Santiago), empobrecido… Voy con la ilusión de probar la cazuela mítica que prepara la señora Erna, en el local 1 del Mercado de Chillán. La misma que degustaron Gonzalo Rojas, Julio Escámez y tantos otros… Dicen que los fantasmas de ese Chile vuelven siempre a probar de esa cazuela, como los muertos de la «Odisea» a los que Ulises convocaba dando de beber sangre de vacuno. ¡A Chillán los boletos! (El Mercurio)

Cristián Warnken

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