A 30 años del plebiscito

A 30 años del plebiscito

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El plebiscito de 1988 es un hito central de nuestra historia reciente. Marca el fin del período militar que se inició el 11 de septiembre de 1973, otra fecha crítica de la misma historia. Es curioso que a casi medio siglo de esta última fecha seguimos sin ponernos de acuerdo en los hechos fundamentales y las responsabilidades. La derecha ha reconocido las violaciones de derechos humanos, pero la izquierda nunca ha querido reconocer el haber quebrado la democracia.

Sin Allende simplemente no hay Pinochet como lo testimonian formalmente líderes como Eduardo Frei y Patricio Aylwin. Es evidente a estas alturas que deberán transcurrir un par de generaciones para que el tema adquiera la sabiduría natural de la historia más seria, pues nadie es dueño de la verdad.

Es claro que ganó el No. La derecha que estaba a cargo del tema se preocupó formalmente de que fuese así, luego de que el acuerdo de una transición liderada por un destacado empresario, de simpatía DC, que había sido acordada con la Concertación, fue rechazada por Pinochet. Incluso se falsearon las encuestas que manejaba el gobierno de la época. No juzgo, sólo constato. Desde antes del plebiscito Pinochet ya había perdido el poder real, como lo saben todos quienes estaban ahí. Algún día toda esa historia se hará pública. Pero es interesante señalar que después de 15 años de gobierno, con la peor campaña posible, el Sí logró nada menos que 43% de los votos, en la votación probablemente más concurrida de nuestra historia.

Es igualmente claro que otro gran triunfador de la contienda, quizás el más trascendente, fue la institucionalidad creada por el gobierno militar. Una parte de la izquierda, que prefería la fuerza en su vieja usanza revolucionaria e intransigente, se opuso al camino democrático establecido en 1980 y que se cumplió con rigurosidad militar. Hubo una Constitución (cuestionada o no, pero que regía el proceso), una hoja de ruta con fechas y condiciones específicas, se construyó un nuevo Congreso y se creó un Servicio Electoral serio y transparente, el mismo que funciona hasta hoy. Se hizo un plebiscito transparente, se perdió, y el itinerario institucional siguió su curso de manera incólume. Eso señala la evidencia, el resto son especulaciones irrelevantes. La transición chilena fue un ejemplo mundial único, del que debemos estar orgullosos. El gobierno militar entregó un país próspero y ordenado, eso nadie lo puede dudar. La Concertación condujo en los primeros tres gobiernos una transición responsable y productiva, eso tampoco nadie lo puede negar. Desde esa fecha hasta ahora, el país ha funcionado, primero, con esa misma institucionalidad (con las modificaciones naturales que impone el tiempo), y segundo, con un modelo económico que ha traído enorme bienestar, partiendo por la reducción de la pobreza a niveles históricamente bajos. La Concertación se vanagloria de sus resultados en cuatro gobiernos sucesivos, y es verdad. Tan verdad como que heredó un país sólido y vigoroso.

Una de las razones de ese crecimiento, además de la apertura al mundo, la liberación de la economía, el orden fiscal y el aumento del ahorro en fondos de jubilación, fue la inversión en educación, especialmente la privada. La apertura de ese sector permitió llegar a más de 1,2 millones de estudiantes en educación terciaria.

En síntesis, quienes votaron por el No tienen legítimo derecho a festejar la elección. Quienes votamos por el Sí, tenemos legítimo derecho a festejar el enorme triunfo de la institucionalidad exitosa que nos conduce certeramente al desarrollo. Ninguna institucionalidad es perfecta, pero hay algunas que funcionan mejor que las otras. Los ejemplos abundan. La última elección volvió a polarizar al país porque se volvieron a levantar las banderas de la división y el odio de clases. Es tiempo de mirar al futuro, respetarnos con tolerancia en las diferencias, y ser capaces de reconocer el aporte de la diversidad.

La Tercera

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