Lenguaje: excelsitud y lenguaje “flaite”- Adso de Melk

Lenguaje: excelsitud y lenguaje “flaite”- Adso de Melk

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Una convencional ha declarado recientemente que “siempre he querido escribir el código civil en flaite para que todos lo entiendan”, afirmación que, si bien podría leerse como una loable aspiración a buscar los medios para informar mejor a las mayorías ciudadanas sobre los derechos y deberes consensuados en nuestro país a través de su historia, también puede ser indiciaria de cierta rendición ante lo vulgar, lo que, por lo demás, se evidencia ya en demasiados ámbitos de la convivencia nacional.

Si es el huevo o la gallina, si es primero la ignorancia y después la vulnerabilidad o la vulnerabilidad y después la ignorancia, no es un tema que corresponda abordar aquí, pero es claro que hay al menos dos maneras de abordar la enorme desinformación jurídica, legal, política y cultural de la que adolece buena parte de la ciudadanía y que bien pareciera estar en el fondo de la expresión de voluntad de la constituyente.

En efecto, se puede mostrar, enseñar, partiendo desde la convicción de que se logran comunicar las complejidades del conocimiento en su estado actual con un lenguaje básico y de inferior nivel de abstracción, lo que, a todas luces, parece imposible; o más bien, se lo debe hacer, como índica la tradición educativa, pidiendo al educando un mayor esfuerzo para ir ampliando su bagaje lingüístico, de modo de permitirle abordar y nominar, con más detalles, su mundo y circunstancias, dado que es su desconocimiento más profundo de “lo que es”, lo que sigue manteniéndolo atado a una visión del mundo “flaite” y ramplona que hace posible su condición.

Sucede aquí algo similar a lo que ocurre en el ámbito de las artes más excelsas, como la música o la poesía: dado que obras de mayor valor cultural, por su complejidad, densidad y abstracción, son de más difícil percepción e interpretación, una no menor mayoría de las personas jóvenes y maduras prefiere la escucha de trabajos más simples y monótonos y, mejor aún, textos escuetos,  cuya poesía ha ido sistemáticamente en degradación, hasta llegar a líricas ramplonas, directas y hasta soeces, de movimientos pop como el “rap”, cuya abreviación proviene, paradójicamente, de “rapsodia”.

En defensa de tales miradas, se afirma que la “popularización” es una práctica necesaria y recurrente, en la medida que se requiere de simplificaciones para alcanzar con ideas complejas la comprensión inicial o básica de mentes menos elaboradas, tanto por cuestiones de edad y desarrollo, como por insuficiente información o llaneza del receptor. Como se puede deducir, se trata también de una mirada que emerge del paternalismo y autoridad de una elite iluminada que “vulgariza” ciertos conceptos para mostrarle al pueblo, valores o propósitos que serían inalcanzables a partir de su propia imaginación y/o creatividad.

Es decir, como en el caso de cualquier elite, se trata de mostrar verdades instaladas “de manera que todos las entiendan”, aunque en el caso de posiciones revisionistas, probablemente, como un modo de añadir las propias hermenéuticas que se ajustan mejor a la visión rediseñada de realidad que el divulgador de dicha “vulgata” tiene.

Nada muy novedoso.

Las organizaciones sociales, institucionales, de poder, por lo general, han practicado este método de homogenización del pensamiento de las personas, de manera de añadir un cierto pegamento ideológico racional a la estructura jerárquica que han conformado, muchas veces a través de la coerción, estabilizando, así, la arquitectura y relaciones de poder instaladas. Difícilmente se encuentra en la historia de la especie, orgánicas sociales en la que sus liderazgos estimulen el pensamiento crítico y propio de los individuos sobre la realidad, basado en sus percepciones personales y comparaciones obvias para aquel, entre el discurso y la conducta de quienes alcanzan puesto de poder, es decir, que cuentan con la posibilidad de hacer que otros se conduzcan de cierta manera; y talvez, las democracias liberales sean el primer experimento efectivo de organizar grupos humanos grandes sobre esta base.

Demás parece señalar que el pensamiento crítico es clave para liberar las conciencias individuales y permitirle, a cada quien, elaborar sus propias visiones de entorno, las que, en paralelo, podrá contrastar con otros, y converger o no, mediante la discusión racional y fundada en hechos comprobables y científicamente sustentados, en el diagnóstico más cercano a la res que la especie pueda concebir, facilitando de ese modo, un permanente ajuste a cambios y evoluciones del medio y la propia humanidad.

Pero tal utopía exige de personas interesadas en conocer más a fondo “lo que es”, partiendo de sus propias experiencias y sumando a ellas lo probado, experimentado y aceptado por la ciencia desarrollada con paciencia y cuidado por millones de otras personas que investigan y analizan los múltiples aspectos de la compleja realidad natural y social y que conformar el basamento del progreso que ha vivido la humanidad desde la emergencia y consolidación de las libertades personales y los derechos del hombre.

No surgirá, por cierto, desde la vulgarización, ni la simplificación ruda de la complejidad, sino, eventualmente, de la apertura de la curiosidad del educando por saber más, por cuestionarse lo que piensa, la propia ética y estética de sus actos y preferencia; por un avance hacia la indispensable armonía de sus argumentos, así como la belleza de sus acciones, conductas y relaciones. Nada de esto se consigue con lenguaje “flaite”, sino solo un nuevo modo de dominación inconsciente.

La especie no puede, sino, vivir en sociedad. Es, por lo tanto, una especie jerárquica, desde su más temprana infancia, histórica o individual. Resultado mixto de herencias genéticas y social-culturales. No hay modo de escaparse de aquello. El lenguaje es el repositorio del conocimiento acumulado, aunque también, una herramienta que, en lo social, persigue la estabilización de los poderes instalados. Por cierto, asimismo, el discurso rediseñado de los contrapoderes que, habiendo observado incongruencias entre el relato y conducta real de sus elites, reinterpreta el discurso dominante.

De allí que, por sobre discutibles neologismos rebeldes que expresan nuevos ámbitos de libertad y consciencia, la depredación del lenguaje, su limitación, su pérdida de armonía y belleza -desde la que emerge del maltrato, del rudo slogan patriarcal del macho alfa, de la fealdad que agrede con su crudeza soez revestida de canto o arte pop- reduce gravemente la capacidad perceptiva de las personas y las amarra, sujeta, a un determinado modo jerárquico que, probablemente, muchos despreciarán, pero que, basados en un burdo facilismo y verdadero populismo cultural, se rinden ante la hoy tan malmirada convocatoria a realizar siempre mayores esfuerzos hacia la excelsitud, para ampliar las propias fronteras del conocimiento, las que, como agua estancada en los cerebros ignorantes, los mantiene, aún sin darse cuenta, brutalmente esclavizados. (NP)

Adso de Melk

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