La política y el coronavirus

La política y el coronavirus

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Sería lamentable que ante la actual crisis viviéramos en una suerte de esquizofrenia. Por una parte, que reconociéramos que esta es la crisis sanitaria —y, muy probablemente, también económica— más grave que el país ha vivido en un siglo; y, por otra, que en nuestro modo de juzgar y actuar en la vida política y social continuemos con las urgencias, prácticas y vicios del pasado. Una crisis de esta magnitud requiere cambios de actitudes que no estábamos dispuestos a asumir apenas dos semanas atrás.

Tratando de evitar opinar sobre epidemiología —que de más está decir, no es mi campo—, me atrevo a señalar algunas actitudes políticas que creo necesarias.

Primero, fortalecer el poder constituido. Cuando la crisis es una amenaza que se puede agravar y hacerse incontrolable en plazos de días, es una irresponsabilidad pensar en cambios significativos del personal de gobierno. Esta crisis exige enfrentarla respaldando a las autoridades que hoy tenemos. En los símiles, tan frecuentes en estos días, de la guerra desatada o de la tempestad que inunda y hace crujir el barco, no hay espacios para cambios. Claramente hay que estar por respaldar y dar confianza a Piñera, Mañalich, Briones.

Segundo, al juzgar al Gobierno hay que hacerlo desde una perspectiva global y no de políticas o intereses parciales. Una de las causas de la degradación de la política ha sido reducirla a satisfacer intereses particulares, perdiendo la perspectiva global. Esta vez, al juzgar al Gobierno, hay que tener presente que la principal y más dura función del jefe de Estado es tratar de compatibilizar intereses valiosos que apuntan a políticas y asignaciones de recursos muchas veces opuestos. La política debe salvar cientos y tal vez miles de vidas; esa es su primera prioridad y exigencia moral. Pero también debe procurar salvar empleos; evitar la ruina de decenas de miles de pequeñas empresas.

Es fácil pedir el cierre de toda la ciudad y no hacerse cargo de la suerte de los más débiles que no tendrán un sueldo que vayan a recibir. No se puede descartar la cuarentena total, pero ella es una medida extrema cuyos efectos económicos, inmensos, el poder político debe evaluar.

Tercero, hay que reconocer, como un bien, que el Gobierno esté caminando con los dos pies: el de la salubridad que, con justicia, debe predominar; pero también con el de la economía. Rompiendo dogmatismos ha planteado un esfuerzo económico muy significativo para salvar empleos, pequeñas empresas, asegurar salarios. La política del Gobierno debe ser juzgada en su doble dimensión: ¿qué está haciendo para enfrentar la crisis sanitaria? y ¿qué está haciendo para enfrentar la crisis económica?

Cuarto, esta pandemia valida la democracia como sistema político y exige su pleno funcionamiento. Haciendo una paráfrasis de Amartya Sen, la lucha contra una pandemia como la que sufrimos se libra mejor en un país democrático, donde se puede criticar abiertamente al gobierno y donde la prensa puede reportear libremente y cuestionar la sabiduría de las políticas gubernamentales. En ese sentido ha habido un esfuerzo crítico de los alcaldes en la defensa de los habitantes de sus comunas y en exigir plena justicia y no discriminación en las políticas. Ese ha sido el lado bueno de su acción; pero es lamentable que, en el nombre de urgencias, algunos hayan pretendido arrogarse atribuciones que la ley no les otorga. En la difícil coyuntura que vivimos, el respeto de las atribuciones propias y de las ajenas debe ser irrestricto.

Finalmente, es importante destacar que el clima que se postula como esencial para enfrentar la crisis se realiza en condiciones que no son fáciles. Hace apenas dos semanas, el ministro Mañalich figuraba en las encuestas como el secretario de Estado con mayor rechazo por la opinión pública y, a comienzos de la semana pasada, su estilo y lenguaje confrontacional, especialmente contra los alcaldes, le hacían un flaco favor a la política y al Gobierno. Hay que reconocer, sin embargo, que en los últimos días hemos visto en él un lenguaje y un modo de relación diferentes. (El Mercurio)

Genaro Arriagada

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