No somos tan valientes-Joaquín García-Huidobro

No somos tan valientes-Joaquín García-Huidobro

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En una columna reciente, Hugo Herrera señaló algunas de las dificultades que enfrentan los programas de doctorado en Chile. Él no se quejó de falta de plata, o de que nuestras universidades cuenten con pocos académicos calificados. Su problema, como el de centenares de científicos chilenos, es la burocracia a la que estamos sometidos. Y buena parte de ella se debe a la labor de la Comisión Nacional de Acreditación (CNA), que nos hace dedicar nuestras preciosas horas de investigación a llenar unos infinitos, cambiantes y caprichosos formularios que contribuyen muy poco a la búsqueda desinteresada de la verdad. Uno pensaría, sin embargo, que lo que dice Herrera no puede ser verdad. De ser así, los académicos protestarían indignados, ya que estamos en Chile, un país donde reina la libertad de expresión. Las cosas, con todo, no son tan sencillas. En efecto, casi todos los profesores universitarios que nos dedicamos a la investigación estamos involucrados en algún programa de licenciatura, magíster o doctorado, y dichos programas solo pueden sobrevivir, en la práctica, si se someten a acreditación por parte de la temida CNA. Es decir, si ella se enoja, podemos tener problemas graves, nuestros alumnos no podrán recibir becas y la vida se nos complica. Por eso hemos permitido que nos cuezan a fuego lento.

Es curioso, porque los pocos críticos públicos de la CNA tenemos, al mismo tiempo, gran confianza en la integridad ética de quienes la componen; por eso la criticamos sin temor a sufrir represalias. En cambio, quienes murmuran contra ella a la hora del café, pero no alzan su voz para reprochar el daño que ese organismo produce a la ciencia nacional, piensan que esa labor de crítica está reservada a unos pocos valientes. Se equivocan, ni somos tan valientes ni la CNA está compuesta por un conjunto de vengadores.

La CNA tiene un doble pecado de origen. En primer lugar, hay que recordar ciertos hechos de grave corrupción, que afortunadamente ya pertenecen al pasado. ¿Cómo reaccionó para lavar su imagen? Poniéndose más exigente, lo que traducido a su mentalidad significa multiplicar la burocracia y poner exigencias cada vez más disparatadas, que no podrían cumplir muchas excelentes universidades europeas.

El segundo pecado consiste en que quienes, en definitiva, resuelven sobre la acreditación de los programas doctorales no tienen experiencia en la materia: no solo no son doctores, sino que en algún caso ni siquiera son licenciados. Uno pensaría que, en esos casos, lo aconsejable es ser muy prudentes y atenerse a los dictámenes de los pares evaluadores de los respectivos programas, pero los ejemplos en sentido contrario abundan: muchas veces la CNA es notablemente más dura que los especialistas. ¿Y en qué se funda esa dureza? Me temo que en la necesidad de legitimarse, en una falta de autoestima.

¿Significa esto que la CNA es la culpable de todos los males de la ciencia en Chile? Sería injusto sacar dicha conclusión, porque las personas que trabajan en ella muchas veces están presas de un sistema que ellas no saben cómo manejar. Como muchos no creen que exista algo así como la verdad, y como en el medio académico reina la más completa heterogeneidad en las concepciones de vida, entonces la única posibilidad de ponernos de acuerdo sobre la calidad de un programa es reducirlo todo a números. Por tanto, si no ha ganado proyectos Fondecyt o no publica en determinadas revistas, entonces usted pasa a ser un lastre para cualquier programa doctoral chileno. Pero si los requisitos de un sistema dejan fuera a Jorge Millas, Mario Góngora, Juan de Dios Vial Larraín o Alfredo Jocelyn-Holt porque no encajan en sus esquemas, me temo que tenemos un problema bastante grave.

En segundo lugar, la CNA ha prestado una enorme ayuda para que las universidades malas alcancen un nivel decente. ¿Pero cuál es el costo de haber mirado con burocrática desconfianza a todas las instituciones en vez de ayudarlas a que desplieguen sus capacidades? El costo ha sido cortarles las alas o, si quieren emplear una expresión más adecuada a la realidad nacional, sacarles los patines. (El Mercurio)

Joaquín García-Huidobro
Doctor en Filosofía
Doctor en Derecho

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