Los mejores momentos de nuestra historia los vivimos cuando Chile era un país ordenado, predecible, confiable y hasta un poco aburrido, pero que hacía las cosas bien. Hoy, en vez de querer retomar ese sendero, algunos sueñan con poner a Chile en el camino de los países que escogen presidentes belicosos, rimbombantes y excesivos. Pero las democracias exitosas son aquellas en las que los gobiernos hacen bien su trabajo, los presidentes no son el centro de atención y las instituciones son más importantes que las personas.
Durante las primeras décadas de la democracia postdictadura, Chile era considerado un país ejemplar en América Latina. Las cosas se hacían bien. Las instituciones se fortalecían cada día más y los gobiernos estaban formados por personas capacitadas y disciplinadas. Sobre todo, los presidentes entendían que ellos, como directores de una orquesta, no eran los que tenían que llamar más la atención, hacer sonar el tambor más poderoso, tocar el instrumento más llamativo o llevar la tenida más colorida. El espectáculo lo daba la orquesta en su conjunto, no el director en solitario. De hecho, los presidentes se comportaron siempre de una forma que destacaba su condición de Jefe de Estado incluso más que jefe de gobierno. Los presidentes aspiraban a ser presidente de todos los chilenos, no sólo de los de su barra brava.
Chile se ganó una reputación admirable como país porque hacíamos las cosas bien. Aprovechando la cercanía de las fiestas patrias, podemos decir que Chile era como una muy buena empanada. La gracia estaba en que la única sorpresa es que la empanada era muy rica. No había sabores especiales innovadores, elementos de fusión con el sushi o la comida tailandesa. Chile era una empanada excepcionalmente bien hecha. Simple y convincente.
En años recientes, es evidente que el país ha perdido el rumbo. Hace una década andamos dando tumbos. La gente está descontenta y frustrada. Los problemas se multiplican y las soluciones no aparecen. Los gobiernos se autosabotean y la clase política da un espectáculo indigno. Por eso, no faltan los nostálgicos que sueñan con volver al pasado. Pero la sociedad cambió, los problemas que ahora enfrentamos son diferentes y las soluciones de ayer no van a funcionar hoy. Por más que estuviera bien hecha, las empanadas de los años anteriores ya no se pueden descongelar para comérselas este año. Es un error añorar el paraíso perdido.
Algunos equivocadamente sugieren que Chile debe copiar a otros países y, para salir del foso en el que estamos, proponen escoger un presidente que copie el estilo de sheriff de Nayib Bukele, el estilo belicoso de Javier Milei, o el estilo impredecible y polarizador de Donald Trump. Muchos creen que, escogiendo un Presidente polémico, Chile va a poder volver al sendero de éxito y desarrollo que alguna vez supimos encontrar. Pero eso equivale a contratar a un popular influencer de redes sociales que no tiene experiencia para gobernar, pero que es capaz de viralizar contenido. La elección de un Presidente así generaría mucho ruido en el mundo, pero, siguiendo con la analogía de las empanadas, no va a lograr que el país vuelva a producir empanadas simples, predecibles y de gran sabor. Un Presidente controversial logrará tener pantalla, encenderá la pradera y generará mucho tráfico en las redes sociales. Sus seguidores lo adorarán y sus adversarios amarán odiarlo.
Pero para volver a poner de pie al país, necesitamos un Presidente que sea capaz de construir mayorías amplias y sentar en una misma a los que piensan diametralmente distinto. Necesitamos un Presidente que, en vez de encender la pradera, sea capaz de evitar incendios. Necesitamos un Presidente aburrido que no genere tráfico en las redes sociales, pero que sea capaz de construir acuerdos e implementarlos.
Como país, necesitamos entender que nuestra gran fortaleza siempre estuvo en la capacidad para ponernos de acuerdo. Es verdad que había disputas intensas, incluso peleas y múltiples conflictos durante las dos primeras décadas de democracia. Pero el país entendía que nuestra fortaleza estaba en que, pese a las diferencias y enfrentamientos, la gran mayoría entendía que había que empujar en la misma dirección. La clase política necesita entender que su trabajo es buscar formas de ponerse de acuerdo, no dedicarse todo el día a resaltar sus desacuerdos.
En esta elección que se viene en ocho semanas, los chilenos tendremos una gran responsabilidad. Hay acuerdo en cuáles son los problemas que enfrenta el país y las amenazas que acechan. Es de esperar que la gran mayoría de los electores entienda que precisamos con urgencia un Presidente que se maneje mejor en la cocina política y sepa forjar acuerdos a uno que sepa manejarse bien solo con el celular y sea el rey de las redes sociales. (El Líbero)
Patricio Navia



