Veinte años no es nada-Cristóbal Bellolio

Veinte años no es nada-Cristóbal Bellolio

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Año 2005. Se decía que la derecha tenía todo para suceder a Ricardo Lagos y poner fin al largo reinado de la Concertación. Joaquín Lavín había quedado tan bien aspectado después de perder por nariz en 2020, que muchos daban por descontado que sería el próximo presidente. Sin embargo, meses antes de la elección, se le metió por los palos Sebastián Piñera. La derecha terminó usando la primera vuelta como primaria. El desafiante se impuso por poco, y el resto de la historia es conocida: Piñera se convirtió en el líder indiscutible del sector y fue presidente dos veces. A Lavín se le quemó el pan en la puerta del horno (cosa que le volvió a pasar en 2021).

Ese mismo año, por el lado del oficialismo, surgieron dos alternativas al interior del gabinete: Soledad Alvear y Michelle Bachelet. La matea y la cercana. La centrista y la progresista. La política tradicional y la novedad. No hubo necesidad de hacer primarias. Bachelet creció como la espuma y Alvear tiró la toalla. El resto de la historia también es conocida: desde que se puso la banda presidencial -y con ella millares de chilenas-, Bachelet fue presidenta dos veces y se convirtió en figura rutilante y excluyente de su cultura política.

Fast forward al año 2025. La derecha tiene todo a su favor para suceder a Gabriel Boric. Los temas que dominan la agenda -seguridad y economía- le vienen como anillo al dedo. Evelyn Matthei venía pisteando como campeona. Ya la visualizábamos en La Moneda. En las últimas semanas, se le metió José Antonio Kast. Todo indica que la derecha nuevamente utilizará la primera vuelta como primaria. Tal como en 2005, juntos sumarán más que la candidata oficialista. El -o la- que pierda tendrá que apoyar al que pase a segunda vuelta. Si es Kast, como sugieren los números del momento, Matthei se quedará rumiando la misma frustración que tan bien conoce Lavín: puntear la carrera para terminar cediéndola.

En 2025, por el lado del oficialismo, también surgieron dos cartas del riñón ministerial: Carolina Tohá y Jeannette Jara. La matea y la cercana. La centrista y la progresista. La política tradicional y la novedad. Esta vez sí hubo primaria, y el presidente -a diferencia de 2005- guardó neutralidad. La ganó Jara con comodidad. Ahora sube como la espuma y no son pocos los encuestólogos que, ante la fragmentación de la derecha, la dan por ganadora de la primera vuelta. Cosa distinta es lo que pase después.

Si los paralelos entre Jara y Bachelet se han hecho irresistibles, ahora empiezan las comparaciones entre escenarios, especialmente entre lo que ocurrió en 2005 y lo que sucede en la actualidad. Las piezas se mueven en forma similar: Matthei es Lavín, Kast es Piñera, Alvear es Tohá y Jara es Bachelet. Como dice el tango, veinte años no es nada.

Con Tohá fuera del camino, y Jara encaminada a disputar seriamente la elección, la pregunta que queda es si acaso Matthei está a tiempo de levantar cabeza y evitar la usurpación de su lugar. Si se repite la historia de 2005, como anticipan los analistas, la segunda vuelta será Jara versus Kast. ¿Qué puede hacer la candidata de Chile Vamos para impedirlo?

Hay tres cosas más o menos claras a estas alturas. Primero, la centroderecha -para distinguirla de la “derecha sin complejos”- no tiene proyecto ni relato conocido. Esa no es culpa de Matthei, al menos no exclusivamente. Si antes los pocos intelectuales del sector metían la cuchara, ahora parece una empresa de parlamentarios y dirigentes pensando en su rentabilidad corta.

Segundo, la candidata Matthei no ha encontrado el registro adecuado. Optó -fortuita o deliberadamente- por ir a pelearle a la derecha dura, apoyando la pena de muerte, justificando muertes en dictadura, y defendiendo a Punta Peuco. Ahora que conoce a su adversaria por la izquierda, la lógica linear indica que tiene un descampado hacia el centro por conquistar. Matthei es una excelente candidata de segunda vuelta, porque genera escaso rechazo en el mítico votante medio. Pero para eso hay que llegar a segunda vuelta.

Tercero, Matthei elabora la respuesta correcta a la pregunta incorrecta. Como insisten en su entorno, sus virtudes son gobernabilidad, responsabilidad, experiencia y equipos. Puras cosas maravillosas para temperamentos templados y amarillos. Pero el nervio dramático de la elección parece estar en otro lado: en el famoso clivaje populista que enfrenta pueblo con elite. Cada uno a su modo, Jara y Kast -agregue a Parisi entre medio- despliegan una narrativa adversarial contra algún tipo de establishment político o sociocultural. En ese eje, Matthei lleva todas las de perder.

Algunos dicen que Evelyn Matthei debió seguir siendo alcaldesa para no quemarse, pero era una maniobra impresentable. Quizás habría que estudiar qué factores de su performance edilicia fueron valorados por la ciudadanía en su momento. Yo recuerdo el episodio con el entonces subsecretario Nicolás Cataldo (PC), cuando Matthei reconoció que, si bien antes le tenía mala, aprendió a conocerlo y se encontró con una persona “encantadora”.

Más que gestión, transmitió capacidad de trabajar con -y no contra– el otro. Esa sonrisa despreocupada fue en cambio mutando hacia el rictus enojón al que nos tiene acostumbrado en los últimos meses. Mientras Kast no sube la voz, e incluso adopta eslóganes arquetípicamente piñeristas (plan escudo fronterizo, plan generación dorada, plan patines para Chile, etc.), y Jara promete algo así como la revolución del amor, Matthei parece estar todo el día retándonos. Muy distinto al tono de Lavín, sin duda. Pero a punto de correr la misma suerte, veinte años después. (Ex Ante)

Cristóbal Bellolio