En su última columna, sin nombrarlo directamente, Eugenio Tironi reproduce de forma textual una serie de párrafos del libro que publiqué hace un par de meses (“La vuelta larga”, Ediciones UC), en el que relato mi experiencia como ministro de la Segpres e Interior durante la crisis de octubre de 2019.
Ciertamente, coincido con la idea planteada al cierre de la columna cuando señala que, con todas sus imperfecciones y dificultades, el proceso seguido por nuestro país a partir del estallido permitió derrotar la violencia y resguardar la democracia.
Sin embargo, la reseña realizada por Tironi es incompleta, ya que omite una serie de hechos consignados en el libro que son indispensables para entender a cabalidad lo ocurrido. Por ejemplo, no hace prácticamente ninguna referencia a los múltiples intentos por interrumpir el mandato presidencial. Ninguna mención a las dos acusaciones constitucionales votadas favorablemente por casi toda la oposición, o a los llamados a adelantar las elecciones presidenciales, o a la vergonzosa consulta realizada al Senado para remover al primer mandatario por incapacidad mental, recurso jamás ejercido en nuestra historia democrática.
La columna de Tironi tampoco hace referencia al ánimo exacerbado y refundacional que se apoderó de amplios sectores de la izquierda durante dicho período, cuya máxima expresión fue la radicalizada y fallida propuesta de la Convención Constitucional, masivamente rechazada por la ciudadanía en el plebiscito de septiembre de 2022.
Tampoco se menciona la ausencia de reproches (o derechamente las justificaciones) a la violencia desatada tras el inicio de la crisis, ni el cuestionamiento permanente al trabajo policial y los llamados a “refundar” Carabineros de Chile (liderados por varias autoridades del actual Gobierno), ni tampoco hay palabra alguna respecto del infausto homenaje a la autodenominada primera línea en el ex Congreso Nacional (cuyo lamentable corolario fueron los indultos presidenciales de fines del año pasado). Aquella inexplicable conducta no fue cosa de días o semanas. De hecho, en marzo de 2020 los partidos de oposición rechazaron sumarse a un acuerdo contra la violencia convocado por el Presidente de la República, justo cuando grupos radicalizados convocaban a la “desobediencia civil”, a “no soltar la calle”, y a retomar las protestas “hasta que caiga Piñera”.
Ni siquiera la pandemia inhibió a algunos dirigentes del PC y el Frente Amplio. Al poco andar retomaron las acusaciones constitucionales, las querellas penales contras las principales autoridades de gobierno e incluso los llamados a las protestas, mientras el país hacía esfuerzos para detener los contagios mediante duras medidas de confinamiento.
Por último, y salvo honrosas excepciones, en la columna no hay ninguna mención a la escasa o nula autocrítica de la centroizquierda respecto de su conducta en aquel período, tema central en las conclusiones del libro, lo que a mi juicio constituye una de las mayores frustraciones a más de cuatro años del 18-O. (El Mercurio)
Gonzalo Blumel



