Una pregunta relevante

Una pregunta relevante

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El 20 de enero de 1961, John F. Kennedy pronunció un discurso inaugural de tan solo 14 minutos, que pasó a la historia por su recordada frase: “Compatriotas, pregúntense no lo que su país puede hacer por ustedes, sino lo que ustedes pueden hacer por su país”. Esa frase resultó inspiradora para toda una generación de estadounidenses, y sigue impactando cada vez que se la cita, precisamente por lo paradojal de la pregunta, al dar la impresión de querer invertir el papel de gobernante y gobernado.

Los países, como comunidades de individuos organizados que comparten una identidad nacional y un propósito común, se dotan de gobiernos —electos por voluntad popular en los países libres y democráticos— que orientan y dirigen sus destinos para mejorar las condiciones de vida de sus integrantes. De ahí que resulte natural que los ciudadanos se hagan la pregunta opuesta a la de Kennedy: ¿qué puede hacer mi país —mi gobierno— por mí, para mejorar mis condiciones de vida y para mejor satisfacer mis aspiraciones y anhelos?

Pero los países, como proyectos colectivos, son también el resultado de la actividad que sus miembros realicen. Cuando estos interactúan en una permanente concatenación de juegos de suma positiva —intercambiando bienes, servicios, ideas, proyectos, valores, afectos, entre otros—, apoyados por instituciones adecuadas, se generará la riqueza material y espiritual que permite satisfacer esas aspiraciones y anhelos de mejor forma. La pregunta de Kennedy apunta precisamente a eso, a motivar a las personas para que realicen su mejor esfuerzo en aquello que acometan, teniendo como propósito adicional el proyecto colectivo que llamamos país, para que el resultado agregado termine beneficiando a todos.

En Chile llevamos una década de relativo estancamiento, que frustra las perspectivas de futuro de sus ciudadanos, y, además, una década sin un relato que movilice a las personas, que las inste a realizar esfuerzos que, sumados colectivamente, nos saquen de esa condición. Por el contrario, pareciera que los avances del país solo consisten en responder a la pregunta de qué puede hacer el país por sus ciudadanos, en vez de la opuesta. De hecho, el actual gobierno, cada vez que se le consulta por sus logros, remite su respuesta a la disminución de la jornada laboral semanal a 40 horas, al aumento del sueldo mínimo, a su intento por subir las pensiones o a condonar las deudas por estudios universitarios, es decir, solo a entregas de recursos del país a sus ciudadanos. Como si el futuro solo consistiera en un aumento permanente de esas entregas.

Y aunque es cierto que una parte de la labor de los gobiernos es entregar beneficios a las personas, ello solo es posible de realizar si estas, a su vez, se embarcan en el proyecto colectivo de aportar a su país con ahínco, para generar la riqueza y los excedentes que permitan, efectivamente, entregar y aumentar esos beneficios. Es que no es posible desafiar la segunda ley de la termodinámica. Sin energía —en este caso, aportada por el trabajo de personas motivadas por un proyecto inspirador común—, los sistemas —en este caso, las sociedades— tienden a aumentar su entropía, es decir, su desorden, alejándose de las configuraciones virtuosas.

Para que eso no ocurra, el gobierno debe proveer una narrativa que entusiasme a sus ciudadanos, que les ofrezca un futuro atractivo, que los movilice y los lleve a preguntarse cómo pueden ellos aportar para que ese proyecto efectivamente se alcance, y no una que los conduzca a hacerse la pregunta opuesta. Es decir, un gobierno que haga lo que hizo Kennedy en ese discurso inaugural.

Aunque ambas preguntas son pertinentes, y hay momentos en la vida de los países en que la pregunta relevante es qué puede hacer mi país por mí, hay otros, como el actual, en que la pregunta relevante es la opuesta. En Chile, luego de años de discusión política estéril, de problemas que no se resuelven, de una inmovilidad que se eterniza, ha llegado el momento de plantearse la segunda pregunta. Es decir, ha llegado el momento de que el próximo gobierno ofrezca a sus ciudadanos una mirada de futuro atractiva, que lleve a las personas a plantearse esa pregunta de manera natural, dejando de lado la idea de que lo más importante que el gobierno puede hacer es entregar beneficios en la forma de dádivas.

Para un futuro más promisorio, sería conveniente abandonar el paradigma actual, y preguntarnos mucho más qué podemos hacer por nuestro país que qué puede hacer el país por nosotros. (El Mercurio)

Álvaro Fischer