Un silabario para Chile

Un silabario para Chile

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El poeta y ensayista Eduardo Anguita, en una columna publicada hace varias décadas en este mismo diario con el sugerente título “Del Silabario Matte a Altazor”, describía ese momento mágico, auroral de la infancia, cuando aprendemos a leer. “Mi generación y las que le siguieron, aprendimos en Chile por el más célebre y no superado de los silabarios: el Silabario Matte (…) Millones de niños pudieron, tal vez no en tan corto tiempo, componer letra a letra, sílaba a sílaba, las palabras, las frases, el pensamiento, el mundo y la propia conciencia: estupefactos, supongo, como yo lo estuve en mi primera lectura, ante el milagro de la luz. Desde aquel ‘o-j-o’ inicial, aprendimos a penetrar en los arcanos más abstractos y profundos del espíritu”. Muchos de nuestros bisabuelos y probablemente abuelos habrán guardado como un tesoro, casi como un talismán, ese “Silabario Matte”, el famoso “silabario del ojo” creado por el educador chileno Claudio Matte en 1884, uno de esos pioneros de nuestra educación primaria y propulsor decidido de la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria, un visionario y filántropo que construyó con sus recursos personales varias escuelas en Chile. Era parte de una élite consciente de la importancia de lo público y la educación, una élite que entendía que, sin una buena educación, los países no son países, son solo paisaje.

Tal vez una parte crucial de la crisis social y política en la que todavía estamos tenga que ver con nuestras indigencias en educación y en cultura. Leer es más que un mero acto mecánico y repetitivo: tal como lo describe el poeta Anguita, es un salto cuántico en la conciencia, es la puerta que abre todas las puertas y sobre todo la del Verbo, del Logos que somos. “Sin palabra no hay mundo”, dijo otro poeta, pero alemán, Stefan George. Sin sílabas, sin grafemas legibles, sin letras aprendidas, no hay país, podríamos decir nosotros. Y es lo que está ocurriendo hoy: un estudio recientemente divulgado muestra que 9 de cada 10 niños de primero básico de las escuelas públicas chilenas no reconocen las letras del alfabeto. Una verdadera tragedia nacional, una catástrofe en cámara lenta cuyas consecuencias iremos viendo en los próximos años. Aunque los problemas de comprensión lectora ya venían de antes, la pandemia es la causa más evidente de ese verdadero “hoyo negro” de nuestra educación y duele pensar que hubo durante esa pandemia quienes se opusieron a mantener las escuelas abiertas. No tiene sentido hacer ahora caza de brujas. Ahora hay que concentrarse en generar programas remediales masivos, asignar presupuesto significativo para enfrentar esta involución cultural. Esto debiera ser una cruzada nacional que nos uniera a todos, una tarea épica que debiera convocar a voluntarios repartidos en todas las escuelas del país, para complementar las tareas de por sí muy absorbentes de los profesores, que no darán abasto para revertir esta involución de décadas.

Chile demoró tiempo en salir del analfabetismo, regresar a él haría imposible pensar en una comunidad armónica y en un país viable. ¿Tendrá nuestra élite la visión para enfrentar esto seriamente, esa visión y generosidad que les sobraban a Claudio Matte y los pioneros de la educación chilena del siglo XIX? Anguita tituló su columna “Del Silabario Matte a Altazor”. En el silabario, las letras se iban juntando para formar palabras; en el poema Altazor, de Huidobro, en cambio, el lenguaje se desintegra hasta formar un verdadero caos de sonidos dispersos, sin sentido: “ai a i a i ii o ia”. Hoy debemos hacer el viaje inverso de Altazor: volver a recuperar las palabras, sacar de ese vacío y carencia alfabética a miles de niños. Con eso se combate la “anomia” que hoy nos corroe como país: con más Logos. Ese que une la letra “o” a la “j” y nos regala el “ojo” con el que vemos y leemos el mundo.

“Silabear el mundo”, decía Gonzalo Rojas, el niño tartamudo que se hizo poeta de muchos “ojos”. (Emol)

Cristián Warnken