Nuestras preocupaciones y tareas más inmediatas, como familia, trabajo y amigos, dejan escaso espacio o tiempo para pensar en el patriotismo y, en especial, sobre cómo vivimos este sentimiento, que por lo general aflora cuando existen conflictos armados, desastres naturales y otros acontecimientos como aquellos que han afectado a nuestro país en los últimos 40 años. El conflicto del Beagle con Argentina en 1978 y el devastador terremoto y tsunami del 2010, entre tantos otros, han sido momentos que han hecho surgir el patriotismo y solidaridad de los chilenos, quienes, con el paso del tiempo, retomaron su ritmo de vida normal, dejando atrás el triste recuerdo de la tragedia.
Pero el patriotismo es más que un sentimiento transitorio, ocasional y pasajero, que se manifiesta en el respeto a un emblema patrio o en la celebración de una efeméride o fiesta nacional, como son los meses del mar y de la patria cada año. “Para mí, el patriotismo es más que fidelidad a un lugar en el mapa. Es el respeto a unos valores, a una forma de pensar”, nos recuerda el expresidente de EE.UU. Barack Obama.
En efecto, este sentimiento es un valor que se vive y transmite todos los días como ciudadanos responsables. Un trabajo bien hecho, buenos modales, respeto a las normas y costumbres, cuidado al medio ambiente, educación cívica y participar en las elecciones, entre otros, son algunas de las expresiones de patriotismo que no requieren de grandes campañas o cruzadas, sino que del esfuerzo, compromiso y trabajo perseverante y diario de cada uno de los chilenos.
En las antípodas del patriotismo está el antipatriotismo, como expresión de una ciudadanía transgresora de los valores, costumbres y tradiciones que han configurado la nación chilena a lo largo de su historia.
Durante las últimas semanas hemos conocido varios ejemplos de este fenómeno. La destrucción del patrimonio histórico (iglesias), monumentos de nuestros héroes patrios (Baquedano y Prat) e infraestructura pública (metro); la destrucción de la convivencia política y del respeto a los adversarios políticos (a través de censuras, funas y acusaciones constitucionales abusivas); y la destrucción de la confianza en las instituciones del Estado y en el mercado (a través de variadas formas de corrupción, colusiones y uso de información privilegiada), son a su vez expresiones que dan cuenta del deterioro de ciertos valores cívicos en la sociedad chilena, que merecen toda nuestra condena.
En este sentido, no se puede hablar de patriotismo cuando se destruye el patrimonio nacional, la convivencia democrática y la confianza entre los chilenos.
Siguiendo el mensaje que inspira esta columna y rindiendo un homenaje a su creativo portavoz, el patriotismo implica el esfuerzo de todos y cada uno de los chilenos para construir —y no destruir— un país donde se cultive el respeto y amor a la patria, a su historia y al bien común. Jorge Luis Borges nos recordaba: “Nadie es patria. Todos lo somos”.
Por ello, la invitación es a comportarnos como verdaderos patriotas en cada una de nuestras conductas y actitudes diarias. ¿Y ustedes qué camino escogen: el patriota o el antipatriota?
Francisco Orrego B.



