Un nuevo ciclo de crecimiento y desarrollo-Claudio Hohmann

Un nuevo ciclo de crecimiento y desarrollo-Claudio Hohmann

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En el devenir de los países suelen darse lapsos caracterizados por la virtuosa combinación de crecimiento económico sostenido, por un lado, y ausencia de conflictos sociales de alta intensidad, por el otro. No es que los conflictos no existan, por supuesto, sino que se encapsulan en determinados sectores o territorios, sin trascender al ámbito de la agenda nacional, con efectos limitados en la política y un impacto negligible en el crecimiento.

El período de la posguerra en Estados Unidos, de aproximadamente dos décadas de duración, es uno que reúne a grandes rasgos esas condiciones. Similarmente, el lapso de dos décadas y media que siguió a la recuperación de la democracia en Chile se inscribe en esa categoría. Se trata, de hecho, de un ciclo virtuoso como pocos en nuestra historia (que se pretendiera desvirtuarlo, como se hizo durante el estallido social, no fue un ocurrente disparate sino que una eficaz consigna de los sectores refundacionales que por esos días hegemonizaron la agenda mediática).

Pero así como comienzan, cuando esas condiciones se reúnen en un mismo tiempo, a la desaparición de éstas le sobreviene el fin del ciclo virtuoso dando paso, por lo general, a una crisis social o política cuya duración dependerá de la posibilidad de recuperarlas. Cuando se logra reponerlas -es lo propio del quehacer político-, comienza un nuevo ciclo de desarrollo y crecimiento. Así es como la mayor parte de las naciones prósperas alcanzaron el desarrollo pleno, esto es, por la vía de una seguidilla de ciclos virtuosos, cuatro o cinco en un siglo, interrumpidos por sendas crisis oportunamente resueltas por sus sistemas políticos.

Por su parte, en los países que se debaten en el subdesarrollo, los ciclos virtuosos escasean y las crisis se prolongan hasta hacerse crónicas, alentadas por conflictos que no se resuelven y se mantienen activos por largo tiempo. En esas condiciones el crecimiento sostenido se hace inviable. No es que en un año o en un trienio -incluso en un quinquenio- el crecimiento no sea posible. De hecho, sus economías suelen crecer durante períodos cortos e intermitentes, pero son incapaces de mantener el dinamismo económico a tasas elevadas por lapsos prolongados.

¿En qué categoría clasifica Chile? ¿En el grupo de naciones que experimentan un ciclo virtuoso que previsiblemente culmina en una crisis, y que una vez resuelta adecuadamente, da paso a otro, uno que en nuestro caso nos podría llevar al desarrollo pleno? O, ¿nuestro comportamiento será el de los países que no logran resolver sus crisis, imposibilitando el crecimiento sostenido, sin el cual no hay una salida para el subdesarrollo?

La desafortunada trayectoria que en esta materia han seguido la mayoría de los países de la región no es un buen augurio. Sumidos en crisis prolongadas, retroalimentadas por políticas públicas de dudosa eficacia, ninguno ha alcanzado el desarrollo. Algunos como Venezuela, que hace décadas estuvo a las puertas del desarrollo, y Argentina, que fue un país desarrollado hace un siglo, han incluso retrocedido. Un puñado de países pequeños -Uruguay, Costa Rica, Panamá y Chile- se han aproximado en tiempos recientes a esa elusiva meta, pero cruzarla sigue siendo todavía desafiante para todos ellos.

En nuestro caso, el impulso de un nuevo ciclo de crecimiento y desarrollo depende críticamente de un cierre adecuado de la crisis que se inició con la revuelta social en octubre de 2019. La aprobación de una nueva Carta Fundamental en diciembre próximo tiene esa trascendental significación: la clausura de un período de inestabilidad institucional y limitada gobernabilidad. En cambio, es seguro que su rechazo prolongaría la incertidumbre institucional en la que se ha debatido el país ya por cuatro años, y hasta podría convertirse en un estado crónico de nuestra convivencia social y política.

Así, más allá de la discusión que en todo orden de cosas ha abierto la deliberación constitucional en este tiempo, lo que se juega en el próximo plebiscito no es sólo la aprobación de una nueva Constitución, sino que sobre todo la posibilidad de reiniciar la marcha hacia el desarrollo, que no admite mucha más demora antes que la trampa de los países de ingresos medios haga presa de nosotros.(El Líbero)

Claudio Hohmann