La política responsable no se mide solo por la capacidad de enfrentar las urgencias del presente, sino también por la voluntad de proyectar un horizonte. Gobernar en serio es ordenar las cuentas, prever las consecuencias y entregar la casa en condiciones dignas al que venga después. Lamentablemente, lo que hemos visto a lo largo del mandado de Gabriel Boric es todo lo contrario: un gobierno atrapado en la coyuntura, que actúa como si su mandato fuera el principio y el fin de la política, incapaz de concebir que hay un mañana después de ellos.
El episodio de la glosa republicana es un símbolo de esta falta de visión. Desde la década de los noventa, todos los gobiernos incluyeron en el presupuesto un margen de gasto discrecional destinado al próximo presidente, para que pudiera iniciar su mandato con recursos disponibles. Boric decidió eliminarla del Presupuesto 2026, rompiendo con una práctica que facilitaba la transición y la gobernabilidad. La excusa técnica fue seguir las recomendaciones de una comisión asesora, pero lo político quedó a la vista: un Ejecutivo que improvisa, que no logra alinear a sus ministros y que entrega un mensaje preocupante al país. Mientras el titular de Interior aseguraba que no se repondría, el ministro de Hacienda debió abrir la puerta a “conversar”, evidenciando un gobierno sin rumbo claro ni capacidad de proyección.
No se trata solo de un tecnicismo presupuestario. La glosa republicana es un gesto institucional que muestra madurez y compromiso con la continuidad del Estado. Suprimirla es una señal de cortoplacismo: se proyecta el gasto de hasta el último peso sin pensar en el próximo gobierno, como si la política se agotara el 11 de marzo de 2026.
Algo similar ocurre en el Ministerio de Vivienda y Urbanismo, donde el desorden financiero amenaza con convertirse en un escándalo mayor. Se habla de deudas que, según distintas fuentes, ascienden a miles de millones de dólares en obligaciones impagas y compromisos postergados. Aunque las autoridades intentan relativizar las cifras, lo cierto es que existe una desprolijidad inédita. Familias completas ven peligrar sus proyectos habitacionales, mientras la cartera acumula cuentas que inevitablemente deberán ser asumidas por el próximo gobierno. Lejos de la transparencia que se prometió, hoy el Minvu encarna el ejemplo más claro de cómo se administra sin prever, como si después de este mandato no hubiera historia ni ciudadanos que exigirán soluciones.
A ello se suman los atrasos en nombramientos clave de la Alta Dirección Pública y otros organismos que requieren ratificación del Senado. La falta de acuerdos mantiene vacantes estratégicas y paraliza procesos esenciales. Es cierto que la fragmentación política del Congreso dificulta construir mayorías, pero un gobierno que no sabe negociar ni ordenar a su propia coalición termina condenando al Estado a la ineficacia. Y nuevamente aparece la misma marca: la incapacidad de mirar más allá del día a día, de concebir que la gobernabilidad es también pensar en el largo plazo.
Todos estos ejemplos -la desaparición de la glosa republicana, la deuda del Minvu, los nombramientos pendientes- convergen en un mismo diagnóstico: un gobierno que opera como si no existiera el mañana. No hay visión de continuidad, no hay preparación para la transición, no hay responsabilidad de entregar cuentas claras. Lo que queda es una sensación de improvisación constante, de un Ejecutivo que cree que su mandato es un paréntesis autosuficiente y no un eslabón en la cadena de la historia republicana.
Chile no puede permitirse gobiernos que administren con la vista puesta en el calendario electoral, sin pensar en el legado institucional ni en la estabilidad futura. Gobernar es hacerse cargo de que las decisiones de hoy afectarán a quienes vengan mañana, y que la primera obligación de quien ocupa La Moneda es entregar un país en orden, no una mochila de problemas.
El mañana siempre llega, aunque este gobierno se empeñe en negarlo. Cuando se cierren las cuentas, cuando se enfrenten las deudas del Minvu, cuando el próximo presidente asuma sin glosa republicana y con servicios públicos paralizados por falta de nombramientos, quedará claro el verdadero legado de Boric: haber administrado sin horizonte, como si gobernar fuera una carrera de consumo inmediato. Esa irresponsabilidad será recordada no como valentía transformadora, sino como el mayor signo de su inmadurez. (El Líbero)
Juan Lagos



