Y todos se preguntaban, ¿dónde está el centro? Se crearon pequeños partidos de centro, una candidata presidencial fue a buscar ese centro. ¡Una heroína ella! Pero el votante —supuesto— de centro no llegó adonde lo convocaron. Y, ante la perplejidad de analistas y políticos, el centro “apareció” por el lugar menos pensado: “ni fachos ni comunachos”. Un centro populista y popular que logró una votación sorprendente, ese casi 20% de votantes que antaño votaba por el Partido Radical y después por la Democracia Cristiana. El populismo no solo ha transformado a la izquierda y la derecha, también al centro. Este es un centro “otro”, como diría algún académico de esos que ven “otredad” por todas partes.
Se me ha preguntado en estos días qué siento con el fin de Amarillos como partido, un movimiento que contribuí a formar y que dejé de dirigir hace un tiempo. Siento, claro, pena y nostalgia por el “momentum” que vivimos en el proceso constitucional, cuando fuimos —creo— una fuerza decisiva para el triunfo del Rechazo. Ahí logramos conectar con el Chile profundo, con el “misterioso pueblo” del que habla Hugo Herrera, tan difícil de interpretar. Después se hizo lo que se pudo, yo no pude ni quise dedicarme a la política (tengo la conciencia, tranquila, eso sí, de haber entregado todo en la cancha) y quienes lo siguieron dirigiendo desplegaron un esfuerzo loable para constituir un espacio político de centro. Hacer política responsable, prudente, en tiempos como estos, donde cualquier discurso político un poco más sofisticado simplemente no “llega” al nuevo votante, es casi una tarea imposible.
Tal vez todos los grupos que quisieron “captar” al votante de centro cometieron un grave error: no bajaron del olimpo de la política donde conversa la élite y perdieron contacto con este nuevo votante que critica a la élite, pero que quiere ser élite, un votante más individualista y emprendedor de sí mismo, que no espera todo del Estado, pero que se siente “ninguneado” por la élite chilena que se mueve en los cuatro o cinco barrios donde la candidata de la centroderecha sacó más votos (incluyo al Ñuñork de los frenteamplistas y a La Reina de los “concertacionistas”). Les faltó, quizás, a esos partidos una mayor conexión con ese nuevo Chile para cumplir el noble objetivo que los moviliza. Ese “nuevo votante” está molesto hace tiempo y es probable que haya estado en la calle en las manifestaciones de octubre del 2019 y luego se volcó a votar masivamente “Rechazo” el 2022. Y ahora premió a Parisi, que a la mayoría de los analistas y a la élite política (de izquierda y derecha) no les gusta, pero al que no se le puede negar que logró crear de la nada un centro que no existía y que representa a una nueva clase media y un nuevo pueblo de un Chile nuevo, fruto del proceso de desarrollo y modernización de los denostados “treinta años”. Los restos de la ex-Concertación que lideraron ese proceso (repartidos entre Tohá y Matthei) no supieron ver a sus propios “hijos” y tal vez piensan en su fuero íntimo que crearon un “Frankenstein”. Los Republicanos y los Libertarios estuvieron más cerca porque bajaron más a la calle que Chile Vamos, encarnaron un poco el sueño malogrado de Jaime Guzmán de la “derecha popular”. Los partidos mueren y ahí está el viejo y entrañable Partido Radical (que creció en su origen con fuerza, como el PDG, en el norte), un partido auténticamente chileno, y lo mataron sus propios dirigentes al convertirlo en vagón de cola de una izquierda fracasada. La DC se salvó por “un pelo” pero es “un partido muerto caminando”.
El populismo se nos metió por el centro. Y es un populismo empoderado y con muchas ganas de vengarse y humillar a la élite. ¡Y con muchos diputados y votos! Quienes nos sentimos de centro y estamos hoy desconcertados, tenemos que cruzar ahora el desierto, hacer la pérdida, repensarlo todo y, sobre todo, estudiar y conocer más a fondo el nuevo Chile que acaba de “estallar” en las urnas. (El Mercurio)
Cristián Warnken



