En las relaciones entre Estados Unidos y América Latina los últimos años habían sido favorables. El clima era de buena voluntad, exento de intervencionismos por parte de la potencia del norte y de la retórica anti imperialista frecuente en el sur.
A ello habían contribuido diversos factores. México se había volcado hacia la mayor integración económica con Estados Unidos y mostraba poco interés en América Latina. EE.UU., rehuía inmiscuirse en la política regional para concentrarse en los temas del libre comercio. Obama, al hacer una apertura hacia Cuba, había desactivado las políticas características de la era de Fidel Castro para dar paso a una de colaboración entre la Isla y Estados Unidos. A su vez, el desvarío “chavista”, desestibado por la caída de los precios del petróleo, naufragaba en un océano de corrupción e incompetencia.
Este clima ha sido desmantelado por Trump. El problema es saber hasta qué punto. Como marco general se podría decir que para Trump, América Latina no existe. Lo que sí hay son países que serán objeto de sus políticas.
El primero de ellos es México. Las propuestas hechas por Trump carecen de realismo. México es, después de Canadá y antes que China, el segundo socio comercial de Estados Unidos. Si consideráramos a Texas como una nación independiente, su comercio con México es similar a la suma del que tiene con los restantes 49 estados de la Unión. Quebrar una relación de este tipo no es gratis sino que acarreará elevados costos a ambas partes, pues la desarticulación de áreas de la economía mexicana tendrá efecto en zonas de EE.UU. Lo demás está dicho: el costo del muro, su financiamiento, la expulsión de millones de personas.
El segundo país es Cuba, que es irrelevante económicamente -tiene un producto la mitad del de Chile- pero donde la política de Estados Unidos y Cuba de buscar un acercamiento, goza de un apoyo tan vasto que va desde Rusia al Vaticano, pasando por la Unión Europea y alcanzando a todos los gobiernos latinoamericanos. Un tercero es Venezuela, que es hoy más dependiente de Estados Unidos que lo que era al inicio de Chávez. La política norteamericana hacia Venezuela ha sido de una razonable prescindencia como un modo de evitar entregar, a los “bolivarianos”, un enemigo (“el Imperio”) a quien culpar de sus desaciertos y utilizar para obtener la solidaridad internacional.
Si atendemos a las propuestas de campaña de Trump, lo que tenemos es un cocktail tóxico: por ejemplo, en Cuba, revertir lo avanzado por Obama y Raúl Castro va a sacar fuera de los armarios una agresividad anti norteamericana que creíamos dominada y que se extenderá más allá de aquella izquierda que por medio siglo se ha venido agitando en torno de Cuba. Pero lo más grave va a ser el daño al prestigio de Estados Unidos que ocasionará ver a cientos de miles de mexicanos obligados a cruzar la frontera dejando atrás a familiares y propiedades y negocios que habían acumulado en el país del norte. Es un gravísimo error subestimar la reacción de solidaridad con México de la opinión pública y los gobiernos latinoamericanos (y del mundo) movilizando a sectores que tienen consideración hacia EE.UU.
El mero anuncio de revisar los tratados de libre comercio ha generado efectos contradictorios. Bien recibido por sectores de izquierda, va a alentar en ellos la crítica al libre comercio y a la globalización. Rechazado por la derecha y el mundo empresarial, va a crear inseguridad en los mercados y retrasar inversiones. En la medida que golpea económicamente a México va a debilitar la Alianza del Pacífico. (La Tercera)
Genaro Arriagada


