Hemos llegado a un extremo tal que cuando miramos nuestros celulares o computadores ya no sabemos qué es real y qué es falso, con consecuencias en muchas, muchísimas oportunidades, catastróficas en lo humano y material. Ya no confiamos en nadie, ni en nada y hasta frente a una simple llamada telefónica pensamos bien quién es o qué es y dudamos en responder.
Y es que los ciberdelincuentes ya pueden moverse entre la estafa telefónica, la manipulación de noticias o el robo y la estafa, al tiempo que, por el lado de la protección, hasta el momento no conocemos o no existe un sistema que pueda poner fin a estas tropelías.
Estos delitos han adquirido tal dimensión que hay personas estafadas a las que les han robado todo su dinero desde sus cuentas, estando el perpetrador a mucha, muchísima distancia; y a veces, aunque no se crea, al otro lado del mundo.
Hace una semana leí de un caso. Pidiendo excusas al lector por la autorreferencia, me sucedió algo de este tipo mientras estuve trabajando en Moscú, en la Federación de Rusia. Un día cualquiera concurrí a un cajero automático e ingratamente me percaté que me habían robado todo el dinero que mantenía en esa tarjeta, una suma considerable para esos tiempos y también para hoy día. Las posteriores investigaciones lograron constatar que quienes habían robado el dinero operaron desde Rumania, país al que nunca había viajado.
En Chile, en momentos de alta polarización política, ha aumentado el fenómeno de las fatídicas noticias falsas (fake news) y las acusaciones se esgrimen desde uno y otro lado. Los afectados culpan al bando opositor mientras éstos lo niegan con fiereza. Sin embargo, la duda persiste y las confianzas en el juego limpio desaparecen, aumentando la incertidumbre del entorno.
La sofisticación en materias de engaños y falsedades ha llegado al punto que cualquier internauta puede ver hoy en sus computadores y celulares a destacadas figuras públicas, presentadores de noticias y hombres de negocios, invitando a invertir en determinadas páginas que aseguran altas rentabilidades a sus ahorros. Sin embargo, todo es falso. La ciberdelincuencia puede hoy manejar a voluntad los movimientos de la boca del personaje intervenido virtualmente mediante apps accesibles para cualquiera e instalar artificialmente la voz y mensaje de quien supuestamente hace la jugosa oferta, generando de ese modo la confianza necesaria para lograr perpetrar los delitos.
Quizás a varios de quienes leen esta columna les habrá sucedido; pero a mi teléfono llega un llamado y una voz femenina muy grata me dice:
-Tu currículo está aprobado.
¿Qué currículo? Es una treta más. Un intento adicional de embaucar a incautos. Pienso que la inmensa mayoría ya está enterado de estas manipulaciones, pero también es cierto que muchos más pueden aún caer en estas trampas. Otras pseudo páginas prometen que pueden lograr grandes ganancias para sus dineros y solicitan el número de RUT o la dirección con la invitación “Pincha aquí”. No hay que hacer tal cosa. Es otra estafa.
Sin dudas, la moderna tecnología digital nos ha facilitado la vida en muchos aspectos, pero también trajo con ella a invitados no gratos que día a día, hora a hora, minuto a minuto, están navegando y tramando en Internet miles de antiguas y nuevas triquiñuelas para robarnos o para alterar y dañar la convivencia social. Habrá pues que transitar por estas nuevas rutas virtuales con similar cuidado al que tenemos cuando nos desplazamos por la ciudad real, también tan colmada de aquellos delincuentes como lo está la digital. (Red NP)



