Tarde

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Tarde. Nos estamos acostumbrando a llegar tarde. Actuamos cuando los problemas ya se han agravado. Y nos está costando caro: en la confianza, la convivencia, la economía y las arcas fiscales.

Los candidatos presidenciales han discutido mucho sobre cuánto gasta el fisco. Pero no suficiente sobre cuándo gasta. Lo que ha pasado estos días en San Antonio ayuda a entender la importancia de mirar esa arista del actuar estatal.

Mucho se ha dicho, y con razón, sobre la toma y su desenlace: al expropiar, el Gobierno debilita las instituciones, porque desacata una sentencia judicial, mal usa un recurso legal extremo y daña el derecho de propiedad. Además, valida una ocupación ilícita y genera un nefasto precedente: es mejor saltarse la fila que esperar cumpliendo las reglas.

El caso revela, además, el drama humano del déficit habitacional y la lentitud del Minvu para abordarlo: los $11 mil millones que costará la expropiación saldrán —descubrimos ahora— del presupuesto 2025 de regiones del país, donde hay familias esperando casa propia, pero en las que el Minvu no fue capaz de construirlas, a pesar de tener la plata. El caso muestra también otra dimensión más del problema migratorio: muchas de las cuatro mil familias de la toma son inmigrantes.

Pero una arista menos discutida que este episodio pone de manifiesto es quizás el peor hábito del Estado chileno: llegar tarde. En San Antonio, el problema es muy visible: si la ocupación ilegal se hubiera resuelto en cuanto empezó, con unas pocas familias, en vez de dejarla crecer hasta cubrir 100 hectáreas con más de 10 mil personas, la solución habría sido más fácil y barata.

Ese actuar tardío —al que parecemos estar acostumbrándonos hasta el límite de ya ni siquiera reparar en él— no es un caso aislado. Es un patrón.

En salud, en vez de invertir recursos en atención primaria y prevención, que es donde los problemas se pueden contener antes que se agraven, tenemos millones de personas en listas de espera para ver un especialista o para cirugías que alivien una enfermedad avanzada. Más del 70% de las enfermedades cardiovasculares, muchos casos de diabetes y buena parte de los cánceres podrían evitarse con políticas de prevención, control de factores de riesgo y cambios en estilo de vida. Hacerlo ahorraría mucho sufrimiento y recursos fiscales. Pero no, actuamos tarde.

En educación, la evidencia es igual de contundente. Los estudios del Nobel de Economía James Heckman muestran que cada dólar invertido en primera infancia genera ocho dólares de valor en el futuro. ¿Y qué hace Chile? Gasta más del doble en educación superior que en inicial, financia gratuidad universitaria y discute condonar el CAE. Pero lleva años sin lograr un acuerdo para una reforma a la sala cuna que asegure cobertura y calidad. Invertir temprano permitiría aprovechar muchos talentos y recursos fiscales. Pero no, preferimos actuar tarde.

En pensiones, lo mismo. El Estado gasta hoy unos 7 mil millones de dólares anuales (2% del PIB) en pensiones para suplir el ahorro que no se hizo en el pasado. Según la OCDE, un peso ahorrado a los 25 años puede multiplicarse por cinco al jubilar. Pero demoramos años la reforma de pensiones, hacemos poco en educación financiera, en incentivos al ahorro temprano y en formalizar el mercado laboral. Hacer esas cosas a tiempo aliviaría mucho sufrimiento en la vejez y la presión sobre las cuentas fiscales. Pero no, otra vez actuamos tarde.

La lista podría seguir. En permisos, muchos proyectos esperan más de una década por una decisión, cuando un sí (o incluso un no) temprano ahorraría mucho tiempo y recursos. En seguridad, normalizamos pequeñas transgresiones a las normas durante años. Hoy, con barrios tomados por el narco y homicidios que casi se duplicaron en una década, descubrimos —tarde— que la violencia crece cuando el Estado no actúa a tiempo.

Actuar temprano para resolver los problemas es difícil para la política. Cuando los problemas son chicos —digámoslo así— son, es cierto, más fáciles y baratos de resolver, pero muchas veces son también invisibles y menos urgentes: nadie ve un niño que no va a la sala cuna o un trabajador que ahorra en silencio, pero todos vemos a los universitarios y a los jubilados marchando. Y la política —vaya novedad— tiene a ratos una debilidad irresistible por ser vista y por priorizar las urgencias del momento.

Está bien, hay que ganar elecciones y conducir al país en calma.

Pero Chile debe poner mucho más atención, recursos y esfuerzo estatal en abordar los problemas temprano, porque es lo más rentable en el largo plazo. Eso requiere carácter y visión, dos atributos que escasean. Pero ahora que tendremos nuevos liderazgos y que enfrentamos lo que parece ser un escenario propicio —con cobre alto, petróleo bajo, y casi tres años sin elecciones en el horizonte— puede abrirse una ventana para levantar la vista y poner los esfuerzos donde se debe. Para no seguir llegando tarde. (El Mercurio)

Juan Carlos Jobet